Guerra y periodismo
Por Alejandro De la Garza
“Los varios periodismos mexicanos están entonces en crisis por razones que van de la falta de publicidad gubernamental a las transformaciones de la era digital, y de la violencia y la censura criminal en varias zonas del país a la pérdida de credibilidad ante una realidad agitada, plural y cambiante”.
La discriminación se desata sin subterfugios, observa el alacrán con estupor, y sale a flote lo peor de sociedades supuestamente pensantes y civilizadas (cualquier cosa que eso signifique). El alentado odio a todos los rusos (y asiáticos) quiere enviar a Fiódor nuevamente a Siberia, ejerce la censura informativa y sanciona con medidas económicas, financieras, políticas y hasta deportivas y culturales. En tanto la Embajada de Ucrania en México solicita armas y denigra los tamales, sus ciudades son destruidas y las víctimas sufren el horror y la muerte, los bombardeos y la huida en busca de refugio transfronterizo.
En el rizoma todo carece de centro (Deleuze y Guattari dixit), la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, por el contrario, cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. ¿Cómo asir este rizoma bélico, insiste el venenoso? La guerra como un reto a desentrañar por la ciencia política, lo geoestratégico, la teoría económico-militar y las viejas divisiones étnicas o nacionalistas. Pero, además, un reto para la teoría de la comunicación contemporánea y sus protagonistas: informadores, corresponsales, reporteros, comentaristas, periodistas y, sobre todo, los gigantescos corporativos de comunicación mundial (televisoras, agencias informativas, diarios) y las megaempresas de redes sociales (FB, TW. YouTube), cuyos algoritmos deciden lo que “necesitamos” ver. Empresas y corporativos multimedia rigen la opinión de millones de personas de acuerdo a sus intereses más que a su responsabilidad.
La didáctica bélica y la pedagogía de la guerra también tienen sus expertos en disputa en los medios de comunicación. Y ahí los vemos, con cierta desesperación, impulsar su visión del conflicto como la más pensada y profunda, la mejor documentada, la más periodística y verdadera, la menos ideológica y sesgada. Todo en un periodo en el cual los medios en el mundo y marcadamente en México, son cuestionados a fondo y por todos los flancos. Vivimos en la era de las fake news y la posverdad, la manipulación descarada, las inferencias tomadas como hechos probados y los medios dominados por el capital o convertidos en poderes fácticos, observa el arácnido.
Los varios periodismos mexicanos están entonces en crisis por razones que van de la falta de publicidad gubernamental a las transformaciones de la era digital, y de la violencia y la censura criminal en varias zonas del país a la pérdida de credibilidad ante una realidad agitada, plural y cambiante. Los corporativos mainstream (siempre bien financiados por el Estado) y la prensa sobreviviente en esta época de vacas flacas, las agencias informativas de la “sociedad civil” (donde caben organizaciones de todos colores y sabores), las multiplicadas plataformas digitales (desde donde se ejerce un creciente periodismo de nicho) y aún todos los nuevos medios emergentes, han vivido una prueba de fuego con esta guerra que se muerde la cola. Y cuando el cese al fuego y la tregua final lleguen, todos deberán hacer el recuento de sus daños.