Aquel futuro

Por Rafael Pérez Gay

Los encabezados de los periódicos reproducían la reunión de Churchill, Roosevelt y Stalin en Yalta. He querido imaginar el despertar de mis padres una mañana, después de una noche en el Ciro’s, verlos cuando la lectura del periódico les informa que el mundo está en llamas. Quizá sólo mi padre estaba desvelado y mi madre cuidaba a sus dos primeros hijos. No sé.

La Ciudad de México contaba con tres millones cien mil habitantes cuando los cuarentas bajaban el telón. El Paseo de la Reforma estrenaba la primera instalación de alumbrado público con postes ornamentales. El gobierno de Ávila Camacho se proponía alejar a México de la orilla rural de su historia para acercarlo a la sensibilidad de las grandes ciudades. El Ciro’s y el Hotel Reforma representaban la riqueza, el poder, la belleza, México puesto al fin a la hora del mundo.
 En esa esquina de Reforma se conocieron Agustín Lara y María Félix, Pedro Armendáriz reinaba entre botellas y Arturo de Córdova y Ramón Gay compartían mesa. En las pláticas familiares se decía que Gay había terminado en ese tiempo un ardiente y apenado romance con Ninón Sevilla. Cualquiera habría perseguido el sueño del Ciro’s y el Salón Maya que lo alojaba, la leyenda de los presidentes que se hospedaron en las modernas habitaciones que por primera vez separaron dos ambientes en una estancia, el cuarto y la antesala. Mario Pani, un joven arquitecto de 22 años, construyó el hotel, aquel hechizo de la ciudad.
Diego Rivera pintó tres murales en esos interiores nocturnos. Mi padre decía que eran unos monigotes horrendos, su gusto nunca coincidió con el talento de Rivera. En cambio, juraba que había visto en el Ciro’s a la nadadora Esther Williams, a Cole Porter y al mismísimo Sinatra. Mentiras, nunca le creí, pero quizá esa nube guardara una verdad: una gran fortuna se dilapidaba en el Ciro’s, la suya, la de mi madre.
En los años cuarenta, la glorieta de Cuauhtémoc y la del Caballito eran los centros neuróticos del tránsito de coches, los edificios crecían uno tras otro, bastimentos de apartamentos, la Lotería Nacional, el Pontiac y, desde luego, el Hotel Reforma. El dueño del centro nocturno, Alfred C. Blumenthal, tenía cuentas pendientes con la justicia americana y puso en el Ciro’s una oficina pública para tratar con capos de la droga. Esa película no la he visto, pero voy a averiguar.

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