La cultura de la atención
Por Santiago Guerra
Hoy es difícil que algo no se sepa. Cada persona tiene a su disposición cámaras para documentar cualquier cosa que observamos. Con las redes sociales a nuestra merced, así como de asombrosas herramientas de edición en nuestras manos, tenemos la voz, el poder y la libertad de enmarcar un fenómeno como nos dé la gana. Podemos convertir un momento equis en uno para recordar, o uno épico en simplemente más paja para el teatro de las historias y publicaciones de Instagram. Bienvenidxs a la casa fantástica de Coraline, en donde todo parece perfecto pero su realidad puede enmascarar aburrimiento, comparación o vacío.
En esta cinta animada de 2009, se cuenta la historia de una niña cuyos padres se la pasan trabajando y la ignoran. Es entonces que ella, llevada por la tentación de una puerta secreta, entra a un mundo alterno lleno de diversión, dulces y juegos. Sin embargo, no es la realidad, y cuando ella descubre los pormenores del “paraíso” las cosas se ponen turbias.
Aunque el mundo virtual de Instagram no posee consecuencias letales, es un placebo que está ocultando una realidad lúgubre. Porque así como los momentos llegan, los momentos se van. ¿Cómo sabremos que todo lo compartido, todo ese oasis, quedará registrado en toda la gente, si aquella story o publicación será reemplazada por otra al día siguiente?
Las redes sociales se hicieron para ver y ser vistos. ¿Pero qué pasa cuando nadie nos pela? Inmediatamente podemos caer en el drama, porque se nos olvida comunicarnos, ser directxs, y expresar nuestras preocupaciones. O incluso aunque lo seamos, puede costarnos trabajo asimilar las circunstancias, olvidar todo lo bueno solo por un mensaje no respondido, o dejado en visto. La gente importante sabrá en qué momento responder, de qué forma mostrar interés o enseñar apoyo para con las demás personas. ¿Por qué darle más peso a un like o a un comentario que a algún momento inolvidable a lado de la gente más importante?