La guerra

No nos engañemos. A pesar de las protestas en más de 50 ciudades de Rusia en contra de la invasión a Ucrania, el presidente Vladimir Putin sigue gozando de enorme popularidad. Es la fórmula del populismo. El apoyo al líder se da en proporción directa a los niveles de educación.

Rusia es un país muy grande. Tiene casi 145 millones de habitantes, y ocupa una octava parte de la superficie terrestre del planeta. Pero su economía es del tamaño de la de Italia. Por ello, la gran mayoría de los habitantes tiene una preparación francamente pobre. Además, no es un país de jóvenes. El porcentaje de adultos mayores que apoyan el demencial concepto de volver a los tiempos soviéticos garantiza un apoyo muy valioso para Vladimir Putin. Es su propia generación la que añora los tiempos de superpotencia.

La oposición interna a la invasión de Ucrania, aunque minoritaria, es importante. Está unificando a los jóvenes y a los intelectuales rusos. Con todo, aunque llaman la atención, no significan un peligro inmediato para Putin.

Pero las cosas no le han sonreído a Putin. Ya pasaron dos semanas de la invasión, y el Ejército Rojo no ha podido tomar Kiev, la capital. Ha habido problemas serios de logística, resistencia inesperada e intranquilidad entre la tropa, porque muchos de los soldados no están de acuerdo con invadir Ucrania. El número de bajas que ha sufrido Rusia está muy por arriba de las expectativas originales.

La invasión estaba diseñada para tomar Kiev en cinco días, y afianzar la ocupación del país entero. No han podido, ni están cerca. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se ha convertido en un símbolo internacional de la resistencia al autoritarismo y defensor de la democracia. Con razón Putin ordenó como blanco prioritario acabar con la vida de Zelenski y su familia.

Las sanciones sobre Rusia se multiplican, y empiezan a aislar económicamente a un país que no tiene cómo salir adelante. Casi todas las empresas transnacionales han detenido sus operaciones en Rusia. Ya no hay Starbucks ni McDonald’s. Ya no hay bancos dispuestos a hacer negocios con Rusia. Y lo más grave para Putin: la comunidad financiera internacional decidió confiscar propiedades, yates y demás juguetes a los oligarcas rusos.

Es ahí donde puede quebrarse el férreo control que ha ejercido Vladimir Putin durante más de 20 años. Los oligarcas no están contentos. Han tenido que vender propiedades y bienes a precios de regalo, tratando de salvar algo de la fortuna mal habida que obtuvieron. Todos ellos tienen amigos poderosos en la Duma y en el Politburó. ¿Cuánto más aguantará Putin? La sanción más reciente fue la prohibición de Estados Unidos de importar petróleo ruso.

Las amenazas de Putin de emplear armas nucleares contra cualquier país que ayude a Ucrania provocaron que Estados Unidos vetara el envío de aviones de combate de Polonia a Ucrania. Pero sospecho que la opción nuclear de la que habla Putin es una bravata vacía. No creo que los militares rusos seguirían una orden de ataque nuclear.

Como siempre, las víctimas de una guerra no son los políticos que las ordenan, sino los ciudadanos y soldados que las padecen. Ucrania tiene una población de casi 45 millones de habitantes. Hasta la hora de escribir esto, habían salido de Ucrania menos de 2 millones de personas, la mayoría buscando refugio en Polonia y Hungría, ambos países miembros de la OTAN.

Vladimir Putin, por más acorralado que esté, no se atreverá a agredir a un país de la OTAN. No se lo permitiría la nomenklatura rusa. Es posible que en estos días se pacte un cese al fuego, pero lo cierto es que todo parece indicar que la aventura ucraniana acabará con el régimen de terror de Putin.

Mientras eso ocurre, como siempre, los costos los pagará la sufrida población rusa. He estado en Moscú tres veces, la primera cuando todavía era Unión Soviética. Pero les puedo decir que para los ciudadanos de a pie todo sigue igual. El socialismo o comunismo o populismo o como le quieran llamar no sirve. Ni en Rusia ni en México.

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