Nuestro mundo

Emmanuel Macron, presidente de Francia, tomó la estafeta del liderazgo europeo ante el retiro de la canciller de Alemania, la ya legendaria Angela Merkel. Pero le tocó, como decimos en México, bailar con la más fea. Esta semana Macron estuvo en Moscú, con Vladimir Putin, tratando de distender la situación con Ucrania. Putin tiene desplegadas miles de tropas y equipo militar en su frontera con Ucrania, y otro tanto en Bielorrusia, amenazando con abrir varios frentes en una posible invasión.

Después de varias semanas de tensión creciente, Macron pareció lograr algún avance con Putin. Anunció que obtuvo el compromiso del líder ruso de no crecer el enfrentamiento. Hubo un respiro en la comunidad internacional, pero se disipó rápidamente. Y es que Macron, tal vez pecando de inocente, dio a conocer la promesa de Putin en una conferencia de prensa conjunta con el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, a quien visitó en Kiyv, la capital, en cuanto salió de Moscú.

Fue tal la reacción de Putin a la visita, que empleó lenguaje vulgar contra Zelensky, y afirmó que, le guste o no, tendrá que respetar los acuerdos de Minsk, que incluyeron el cese al fuego después de anexar Crimea, pero que hablan de otras zonas de Ucrania con ciudadanos rusos, y que exigen autonomía. Zelensky ha dicho que para su país es imposible cumplir.

A su regreso a París, Macron habló por teléfono tres veces en un día con Joe Biden, presidente de Estados Unidos, aunque no se informó sobre el contenido de las conversaciones.

En un encuentro posterior con la prensa, el vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, negó que su jefe haya querido insultar a Zelensky, pero se rehusó a confirmar si Moscú tomaría medidas de distensión, aunque dijo que la presencia rusa en Bielorrusia se debía a ejercicios militares programados, y que cuando éstos concluyan, las tropas regresarán a sus bases. Nadie le creyó.

Con una situación internacional verdaderamente grave, los noticieros y periódicos de Estados Unidos están consumidos por la división interna que afloró en el Partido Republicano, y apenas y mencionan la amenaza de guerra.

Resulta que Ronna McDaniel, presidenta del partido, organizó una votación, que fue unánime, para censurar a Liz Cheney y Adam Kinzinger, dos republicanos, por aceptar formar parte del comité de la Cámara de Representantes que investiga los hechos violentos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio. En el comunicado anunciando la censura, el Partido Republicano, el legendario GOP de Abraham Lincoln, justifica la violencia de aquel día como “legítimo discurso político”. Basta con ver un video de los hechos, y de saber que hubo cinco muertos y docenas de heridos, para establecer que la declaración republicana es una estupidez.

Por supuesto que, de inmediato, salieron varios senadores republicanos a condenar la censura. Pero sobresalió la declaración de Mitch McConnell, el líder de la minoría republicana en el Senado, que de manera tajante describió los hechos violentos del 6 de enero como “una insurrección con objeto de desconocer la transmisión pacífica de un gobierno a otro, como resultado de una elección debidamente legitimada”.

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