Tiempos turbulentos

Por María Rivera

Mientras se resuelve la incertidumbre, querido lector, y más allá de la vacunación, tenemos que implementar medidas para frenar la transmisión del virus

Bueno, pues ya llegamos al 2022. Nuestro tercer año en pandemia. Se dice fácil, pero vaya que nos ha costado ¡cómo cambió nuestra vida! En muy poco tiempo, cambiaron nuestras rutinas e incluso lo que concebimos como normalidad. La vida, sin embargo, no cambió igual para todos. Ahora, que nos encontramos ya en las aguas del tsunami de Ómicron en México, la amenaza más seria de contagio que hayamos enfrentado por la enorme contagiosidad del virus, pienso en las personas con comorbilidades que son mucho más vulnerables a presentar enfermedad severa por el virus, antes que las personas saludables, en las que la enfermedad está siendo leve.

Pienso en ellas, porque en México es una gran parte de la población. Por ello, la narrativa de “lo leve” es una mala noticia desde donde se le vea, en un país como el nuestro, que tiene un alto índice de obesidad y diabetes. No entiendo bien, querido lector, porque la Secretaría de Salud no ha instrumentado una campaña de comunicación clara al respecto. En lugar de esgrimir mensajes tranquilizadores que causan un efecto de relajamiento, debería alertar a la población para que extreme cuidados e implementar medidas para tratar de contener los contagios. Sobre todo, después de la trágica constatación de que sí, las comorbilidades de la población mexicana, la colocan en un estado de vulnerabilidad mayor a otras poblaciones, sumado al desastroso estado del sistema de salud público donde la mayoría de las personas murieron tras ser ingresados en cuidados intensivos.

La política de comunicación debiera estar orientada a prevenir el contagio ante la ola de Ómicron. Asimismo, las autoridades debieran también implementar medidas de contención, antes de que sea demasiado tarde, para proteger a la población y al sistema de salud que en muy poco tiempo puede verse rebasado nuevamente. No solo el sector salud, sino la infraestructura misma, cuando trabajadores esenciales comiencen a enfermar.

Aunque la enfermedad sea leve y benigna en quienes gozan de salud y hayan recibido tres dosis de la vacuna, en México esa población es muy menor y, salvo los mayores de sesenta años, que están recibiendo la tercera dosis de la vacuna, el resto está desprotegido en menor o mayor grado, dependiendo de la vacuna que hayan recibido. Y aquí haré un pequeño paréntesis: no, no todas las vacunas son iguales, ni confieren la misma protección. Conocemos ya, a través de múltiples estudios que se han hecho, que las vacunas de mRNA son mejores, que las de vector viral, por ejemplo. Es comprensible, hasta cierto punto, que ante la emergencia que vivimos, países como México decidieran utilizar de chile, de limón y de manzana. No lo es ya, porque hacerlo carece de racionalidad como política de salud pública.

Tenemos así que en el país hay personas que están mucho más protegidas que otras, y debido a ello, su riesgo de enfermar severamente no es parejo. Esto, esta vulnerabilidad añadida, debía pesar en las consideraciones de la Secretaría de Salud, a la hora de esgrimir la narrativa de la enfermedad leve y a la hora de determinar que no se instrumentarán medidas de contención como cuarentenas.

Parece inevitable, sin embargo, que estas no se vayan a imponer, cuando el contagio generalizado de la población muestre, inclemente, la verdadera naturaleza de la vulnerabilidad de los mexicanos, nuevamente.

Por supuesto, estas no son buenas noticias, ni para México ni para el mundo. La narrativa de lo leve, provocará que países permitan el contagio masivo de las poblaciones, por lo que el virus seguirá creando mutaciones que puedan escapar a las vacunas y la inmunidad natural, y que pueden ser más virulentas, como vimos ya con Delta. Es una cosa demencial, querido lector, en la que desafortunadamente estamos inmersos como humanidad. Una pesadilla de la que casi nadie quiere hablar, con la esperanza de que esta sea la última ola del virus, que terminará por convertirse endémico.

Lamentablemente esto, según especialistas, no se ve cercano, así como la “inmunidad de rebaño” adquirida por infección natural, de la que ya casi nadie habla. Otra esperanza que demostró ser completamente infundada y que Ómicron ha terminado por extinguir, tras demostrar que las variantes del virus pueden causar reinfecciones.

Tal vez, la humanidad desarrolle mejores vacunas, capaces de crear inmunidad contra todos los coronavirus y entonces podamos ver el fin de esta pandemia, o tal vez, el mundo decida seguir conviviendo con el virus, perpetuando la pandemia, dando oportunidad a que el bicho siga mutando de manera imprevisible. Mientras, lo que podemos avistar en el horizonte son campañas de vacunación, medicamentos, y medidas de contención permanentes. Y, por desgracia, una gran cantidad de personas sufriendo las secuelas del virus que no es “leve”, que produce una enfermedad sistémica con graves consecuencias para la salud humana, como los daños vasculares o cerebrales y nerviosos.

Mientras se resuelve la incertidumbre, querido lector, y más allá de la vacunación, tenemos que implementar medidas para frenar la transmisión del virus, como hacen los países que no permiten la transmisión descontrolada en sus poblaciones, como Japón o Singapur: mascarillas N95, distanciamiento y ventilación de espacios cerrados, pruebas y seguimiento de contactos, para cortar las cadenas de transmisión. Cuidémonos los unos a los otros estos días. Muy probablemente se topará usted con alguien contagiado, sin saberlo. No dé por sentado que no se contagiará, o que será leve. Es siempre mejor actuar de manera preventiva, piense que puede estar salvando la vida de alguien.

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