El silencio que rodea a Rosario

Pocos distinguidos miembros de la comentocracia o de la oposición han prestado atención a un hecho curioso, aunque previsible, de estos días. Creo que sólo Ciro Gómez Leyva, en su noticiero televisivo, lo advirtió: el legado de Peña Nieto se ha desvanecido, su equipo se encuentra bajo fuego, pero nadie defiende a Rosario Robles. Me centraré en este último punto.

Hasta hace menos de un año, Rosario Robles era integrante del gabinete legal presidencial. Si no me equivoco, tenía 17 colegas, una decena más de compañeros del gabinete ampliado, y otra docena de colaboradores cercanos del presidente Peña Nieto en Los Pinos. En Sedesol y Sedatu contaba también con un gran número de subalternos, amigos o cómplices, como se les quiera llamar. Hasta esta hora –la noche del jueves 15– no he visto una sola declaración de cualquiera de ellos, sin hablar del propio Peña Nieto, tomando su defensa, hablando de su inocencia o integridad, o manifestando algún tipo de solidaridad.

En el caso de Emilio Lozoya, se entiende que nadie quiera defender a un prófugo. Proclamar su inocencia se riñe con su comportamiento, aunque tenga toda la razón Lozoya en afirmar que no hay condiciones para que se haga justicia en México, ni a él ni a nadie. Pero Robles no sólo no huyó, regresó a México para presentarse ante un juez que nunca debió aceptar fungir en este caso. Sus abogados o no sabían que era sobrino político de René Bejarano, o les dio lo mismo, como si el Señor de las ligas no tuviera motivación alguna para ver a Robles tras las rejas.

En realidad, no debiera sorprenderme esta actitud de los compañeros de Robles. Es la misma de los priistas de Echeverría, cuando López Portillo encarceló a varios; de los de López Portillo, cuando los persiguió De la Madrid; de los de este último, cuando los mandó a apresar Salinas, y de los de Salinas, cuando acabaron en el Altiplano, sin hablar de los que apresó Peña Nieto. En algunos casos se trató de líderes sindicales; en otros, de secretarios de Estado; en varios, de hombres poderosos de un sexenio, con o sin cargo, sacrificados en el altar de la continuidad priista.

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