El golpe nuestro de cada viernes
Por Fabrizio Mejía Madrid
La industria de las noticias falsas consiste en empatar a los datos con los prejuicios preexistentes.
Veamos el origen de esta desinformación. Inicia en enero de 2019 con el combate al robo de combustible, el huachicol. Una foto, tomada en Argentina durante la crisis bancaria del 2001, retrata un supermercado con los estantes vacíos y se usa para “documentar” el desabasto en México por la falta de gasolina. Se viraliza, no obstante que es completamente falsa: proviene de otro tiempo y otro país. Aquí haré una pausa para explicar que, según un estudio del MIT publicado en la revista Science el 9 de marzo de 2018, de 126 mil noticias compartidas por tres millones de usuarios de las redes sociales, las falsas se viralizaron seis veces más rápido que las comprobables. En Facebook, por ejemplo, 8.7 millones de usuarios estuvieron más dispuestos a compartir información no comprobable frente a tan sólo 7.3 millones que divulgaron noticias institucionales. No es que seamos más mentirosos que verdaderos, sino que tendemos a darle más crédito a lo que confirma nuestros prejuicios y la forma en que aprendimos a entender el mundo y, en especial, de entender la política.
La industria de las noticias falsas consiste en empatar a los datos con los prejuicios preexistentes. Es decir, que si uno ha crecido en un país donde, por ejemplo, los planes del Gobierno siempre resultan desastrosos, uno va a compartir la foto del desabasto en Argentina en 2001 como si fuera en el México del 2019. A mediados de ese mismo año, para seguir con los ejemplos, el actual coordinador de los senadores de Acción Nacional, Julen Rementería, alertó a la población sobre el gasto de 16 mil 789.10 pesos en longaniza del Palacio Nacional. Fue conocido como el “longanizagate”. No obstante que el número ya delataba su falsedad —la secuencia 7, 8, 9 y 10—, la gente que está habituada al dispendio de la burocracia en comidas, toallas, y vinos a expensas del dinero público, lo viralizó. Las fake news dependen para subsistir, como los virus, de que el huésped las acepte porque le confirman los prejuicios y sesgos preexistentes. Por algo se llama “viralizar”.
De esa misma forma funcionan todos los tipos de mentiras que ha difundido la oposición y que podrían dividirse en cuatro categorías: 1) Las que se sustentan en la desconfianza de lo hecho en México. Ahí se agrupan tooooodas las que tienen que ver con las obras mal realizadas; la refinería que se inunda cada viernes, la torre de control del aeropuerto Felipe Ángeles que se inclina, el tren que no es real sino una simulación de videojuego, los ventiladores para enfermos graves de COVID que no sirven, el billete de 200 que no cabe en la cartera. 2) Las que se sustentan en la irresponsabilidad de las autoridades, donde se agrupan el “ocultamiento” de muertes por COVID, la aprobación de vacunas con eficacia del cinco por ciento o rebajadas con agua (campaña desatada por la reportera de Univisión, Peniley Ramírez, en junio de 2021), que la estrategia contra el crimen organizado sean los “abrazos” y contra la pandemia un amuleto. 3) Las que se sustentan en la desconfianza hacia los pobres. Aquí se agrupan toooodas las noticias falsas sobre el uso de las becas estudiantiles para comprar caguamas, la tala de árboles para recibir el “Sembrando Vida”, y las tarjetas del Bienestar que tienen la leyenda: “No pensarás por ti mismo y obedecerás todo lo que diga AMLO” (un fotomontaje de la candidata del Partido Verde al Gobierno de Puebla, Paola Migoya). 4) Las que se sustentan en la tradición autoritaria del PRI. En este rubro se pueden agrupar desde la idea de que el plan secreto del Presidente es reelegirse y perpetuarse en el poder suprimiendo las elecciones hasta la acusación de “militarizar” al país por el uso de ingenieros militares en las obras de infraestructura; que los primeros vacunados iban a ser los militantes del Partido Morena, que la portada del libro de texto gratuito tendría la imagen de AMLO o que se iba a obligar a los niños a recitar poemas que alabaran al Presidente. También aquí caben tanto las ideas de que la Revocación del Mandato es tan sólo un ejercicio de popularidad o que reducirle el salario a los consejeros del INE y sus asesores es “atentar contra la democracia misma” como que el Presidente es “como” Díaz Ordaz, “como” Hitler o “como” Donald Trump.
Los golpes de los viernes han cambiado lo que se entiende por audiencias y periodistas. Ahora ya no podemos existir sólo como consumidores pasivos de noticias, sino que tenemos la responsabilidad de discernir si estamos viralizando mentiras. Necesitamos alfabetizarnos en lo digital. Una de sus lecciones es la de los tres minutos, es decir, la que pide esperar ese tiempo para reflexionar en sí lo que estás leyendo merece o no ser compartido. En esos tres minutos se debe uno preguntar quién lo dice, por qué lo dice, qué contexto dejó afuera, y qué objetivo busca: si es mal periodismo, vil provocación, estereotipo o prejuicio, lenguaje de odio; si es propaganda para lograr mayor influencia política o para beneficiarse económicamente. Tampoco puede permitirse que los periodistas se presten a todo tipo de argucias sólo para lograr un mayor número de clicks. La verdad sigue existiendo y hay que tratarla como un bien público, es decir, como un patrimonio que debe ser cuidado por todos, periodistas y audiencias.