El crimen organizado goleó en el Corregidora

Para el crimen organizado, la exposición de cuerpos asesinados se ha convertido en un tétrico canal de comunicación para evidenciar su fuerza ante la sociedad y sus enemigos. Esto sucedió la noche del sábado en el estadio Corregidora, cuando los supuestos porros buscaron matar para evidenciar su poder.

Entraron al estadio con un plan predeterminado y con el aval y complicidad de los cuerpos de seguridad del estadio para buscar quitarle la vida a al menos a 26 hombres del bando contrario y después desaparecer, como si nada, ante la impavidez de millones de ojos que en vivo y en televisión veían lo inimaginable, entre ellos los del gobernador de Querétaro que observaba el juego desde el aeropuerto antes de viajar a Europa. Plan que finalmente fue cancelado ante el escándalo.

Las huellas de que actuaron personas involucradas con el crimen organizado es evidente. La extrema violencia con armas prefabricadas va más allá del fanatismo de las barras de futbol exportadas de Argentina. Es más preciso conjeturar que grupos criminales han infiltrado las barras, a partir de la actual realidad que enfrenta México, a que aficionados con pasiones desbordadas hayan generado actos tan inhumanos. Ingenuo pensar que un marcador adverso de uno a cero, y en un partido tan intrascendental como el del sábado, provocara la ira de esa manera.

Era un grupo organizado, amaestrado y entrenado para matar. Sabían a lo que iban, a quiénes atacarían y cómo serían protegidos desde la colusión con autoridades del estadio. Sus armas delataron que eran criminales preparados: picos, navajas, tubos con objetos adheridos para hacerlos más letales.

El móvil era, además de golpear hasta la muerte, desnudar a sus víctimas. Acción común en la estrategia de los grupos del crimen organizado. Los hemos visto, bajo esas circunstancias, colgados de puentes o abandonados en calles y baldíos. Mensajes que demuestran su imposición y forma de humillar a los contrarios.

El futbol mexicano ha sido rebasado y penetrado por el crimen organizado. Reventa, venta de droga y apuestas son constantes actos ilegales que se han anidado en grupos que han encontrado espacios, en las consentidas barras bravas, para operar sus fechorías.

No es nueva la relación entre el crimen organizado y el futbol. En junio de 2021, el exjugador y entrenador argentino, Antonio Mohamed, narró en un programa de televisión cómo fueron llevados los jugadores de Toros Neza a una casa en Querétaro para jugar un partido con narcotraficantes. No obstante, es la primera vez que se vive un nivel de violencia tan salvaje, y coincide con el reacomodo de los cárteles del narcotráfico en México.

El actual entrenador de los Gallos Blancos del Querétaro, Hernán Cristante, denunció que sus jugadores han recibido amenazas de muerte. Ese tipo de declaraciones reflejan que los intereses del futbol han rebasado ya lo deportivo, y que la liga sirve de mucho más que para hacer goles.

Por eso llamó la atención que el presidente Andrés Manuel López Obrador dijera en la mañanera del lunes que el gobernador por el PAN, Mauricio Kuri, está haciendo bien su trabajo y no es responsable de los hechos que estuvieron a nada de que se convirtieran en una masacre. ¿Entonces quién es el responsable? En verdad cree que es el pasado neoliberal, el cual por cierto y según el mandatario, fue orquestado por panistas y priistas. Contradicciones que se acumulan.

Aún quedan muchas dudas sobre la barbarie del sábado pasado y más allá de las versiones oficiales, sobre todo de que usuarios en las benditas redes sociales denunciaran muertes en el estadio. El gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, puso el dedo en la llaga al afirmar que “da la impresión de que pueda haber otra cosa detrás”.

Hay muchos responsables en esta historia. El primero es el dueño del equipo al permitir esa laxidad dentro de su estadio. Pero también el gobernador al no percatarse de que hay grupos en las calles que se forman para matar. Se suma el presidente municipal de Querétaro, Luis Nava, y por supuesto los directivos de la Federación Mexicana de Futbol. Todos ellos por su incapacidad de prever y erradicar actos de violencia, a pesar de las múltiples evidencias que anunciaban que tarde o temprano iban a llegar. La seguridad evidenció que no funcionó en el estado de Querétaro y mucho menos los sistemas de inteligencia.

El sábado pasado me encontraba en Querétaro en una cena familiar cuando comenzaron a llegar las notificaciones sobre lo que iba sucediendo en las tribunas y el césped, la velada se echó a perder ante lo sucedido. Al día siguiente, por la mañana, me acerqué al estadio para tratar de encontrar explicaciones. Lo único que pude concebir fueron los gritos y lágrimas, la sangre en pasillos, asientos y césped, así como la incredulidad de que un deporte como el futbol se pueda convertir en un campo de batalla para el crimen organizado.

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