El arte como forma de conocimiento
Por Susan Crowley
Nombrar los hechos, clasificarlos y colocarlos en los nichos correspondientes es una característica de la historia.
Por la necesidad de trabajadores, las industrias impulsaron la concentración de masas en las grandes urbes. Como consecuencia, tras años de expoliarlas, las colonias fueron abandonadas a su suerte. En las metrópolis la ilusión de futuro se convirtió en una especie de canto de las sirenas. Los mejores tiempos estaban por venir, en el arte esta pulsión también tendría consecuencias.
En Italia los Futuristas abogaron por la “nueva era” y se alinearon de inmediato al fascismo de Mussolini. En Rusia, los Constructivistas impulsaron la revolución bolchevique. A unos y otros terminaría por costarles la libertad y se verían atrapados en persecuciones y condenas jamás imaginadas. El final de los totalitarismos dio paso a la Guerra Fría que dividió al mundo en izquierda y derecha y que promovió en Estados Unidos al Expresionismo Abstracto en contra del Realismo Socialista o propaganda del sistema soviético. Debido a que en la tan exaltada “modernidad” del siglo XX habían ocurrido acontecimientos reprobables, esta noción se agotó y empezó a ser revisada, ya no como una era de avance, si no como un sistema que impulsó el capitalismo que entrañaba la lucha de clases y la desigualdad, entre muchas otras desventuras.
Nombrar los hechos, clasificarlos y colocarlos en los nichos correspondientes es una característica de la historia. Pareciera que con ello el hombre lograra atrapar y controlar lo que ocurre en el mundo. Pero las etiquetas son reduccionistas y no agotan la verdadera naturaleza de las cosas o de un fenómeno histórico y social. En tales casos, el arte suele venir al rescate.
Agotada la era moderna dio inicio la posmodernidad. El avance no se detuvo y a él habría que agregar la fuerza expansiva de los mass media que ampliaban los límites de la información y beneficiaban el consumo. “La era del espectáculo”, como la nombró el filósofo francés Guy De Bord, daba cuenta de un sistema de representación y culto a la personalidad tan eficaz que terminaría por banalizar y cometer cualquier cantidad de excesos.
El gasto desmedido se adhirió a un sistema de pensamiento que pregonaba el “todo se vale”, siempre y cuando fuera para el beneficio de quien más tiene. El capitalismo había logrado inocular la necesidad del consumo y la había convertido en ansiedad e incluso en una adicción. La historia y su afán de catalogar siempre parece ir atrás de la visión del artista. Con autores como Andy Warhol, quien fue capaz de leer a la sociedad con una agudeza increíble comparándola con una lata Cambell´s y, por otro lado, el pensamiento redentor del alemán Joseph Beuys, para quien cada hombre era un artista, el arte ampliaba de manera definitiva sus límites.
La posmodernidad en la sociedad, la política, la economía, la tecnología y la estética cayeron, como lo dijo el filósofo francés Jean Baudrillard, en una descontención que terminó en pura simulación en medio del vacío. La posmodernidad es la era de los simulacros que se repiten infinitamente, como una metástasis sin sentido. Ante la necesidad de generar una reflexión y una crítica que permitan, no solo nombrar los nuevos tiempos, si no incidir en ellos, los teóricos de la cultura han nombrado a este nuevo tiempo Era Global.
Considerando a la blogósfera como el sistema de interconexiones que debería permitir a todos el acceso al avance y las mismas oportunidades, cabe de nuevo la paradoja, ¿cómo es posible que la injusticia y la desigualdad sean la realidad para un porcentaje tan alto de la población?
A la Era Global podríamos definirla como una especie de “tan cerca tan lejos” en la que el artista, una vez más, es el crítico necesario. Mientras los sistemas de información, las redes y la política son incapaces de ofrecer alternativas de igualdad y justicia, el arte lleva un buen tiempo llamando la atención a los asuntos que requieren una revisión urgente. Hoy el artista se reconoce a sí mismo como un estudioso de la realidad del mundo, de esa realidad que no se quiere ver. Incide en los problemas y genera un proyecto artístico estudiando y expresando en función de un conocimiento más que de una simple necesidad de agradar.
Para el artista Luis Canmitzer, el arte es como una suerte de “Aleph borgiano que abre la expansión del conocimiento (…), el arte no es tan solo una expresión, es una forma de pensar, la más libre que hay, pero que siempre se ha dejado de lado en la educación porque se supone que es un instrumento emocional que no es útil”. Contrario a esta apreciación, Camnitzer defiende que el arte es un “agente de transformación cultural y de percepción crítica que busca la elegancia de la complejidad y no de la complicación; que desafía las etiquetas y las categorías”. Dentro de su obra conceptualista, utiliza el conocimiento como una herramienta que señala cómo la obra de arte cumple su función, no cuando nos muestra algo conocido, sino cuando es capaz de enfrentarnos a lo que ni siquiera es conocible.
Las nuevas generaciones de artistas abrevan de un arte que como el de Camnitzer, lleva años pensando el mundo como una materia de conocimiento. No sabemos por dónde será llevado el joven artista-investigador de hoy, pero tal vez logre en sus pesquisas acercarnos a una verdad como la de aquel joven artista italiano del Renacimiento que supo ver el mundo y darle sentido a través del arte.