La decisión

Por Alejandro Páez Varela

A Gertz le quedan poco más de seis años al frente de la Fiscalía. ¡Seis años más! No se ha gastado ni un tercio del tiempo para el que fue designado y a la vez ha tenido tiempo suficiente para demostrar lo que debía a ser demostrado.

El pleito Scherer-Gertz-Sánchez Cordero tiene distintas lecturas y todas ellas dependen de dónde estés parado. Es tema de pronósticos reservados: son tres personajes muy cercanos al Presidente, discutiendo a un nivel al que una minoría tiene acceso e incluso conocimiento técnico. Cuando el exconsejero Jurídico de la Presidencia habla de “persecución”, hay detalles (las competencias que cada puesto o los límites que tienen al ejercer el poder) que no significan mucho para las mayorías y entonces les es difícil formarse una opinión sobre quién es quién. ¿Es un abuso de Alejandro Gertz y Olga Sánchez contra Julio Scherer o éste último se extralimitó, por decir lo menos?

Para la discusión pública pesará, sin duda, la idea que ha formado cada uno sobre sí y no a partir de esta discusión sino en el tiempo. ¿Quiénes son Scherer, Gertz y Sánchez Cordero para las mayorías? Creo que, en esa medición –si usted quiere arbitraria–, quien sale peor librado es el Fiscal. Pero es él quien tiene hoy la sartén por el mango aunque se ha ganado la fama de usar el poder en su beneficio (personal, familiar, patrimonial) y no ha mostrado eficiencia ni siquiera con los casos emblemáticos.

Sin embargo, lo que realmente pesará en la opinión pública, porque en el fondo se trata de una discusión ética sobre posibles prácticas de corrupción, es lo que a continuación diga el Presidente.

Alejandro Gertz Manero representa uno de los más grandes retos en el segundo tramo de la administración para Andrés Manuel López Obrador. En el pleito Sánchez Cordero-Scherer, el Presidente optó por removerlos del cargo y listo; con el Fiscal, sin embargo, no puede hacer lo mismo e implica negociar con otro de los poderes: el Senado de la República. El exconsejero dibuja a un individuo ambicioso que ha convertido la FGR en la oficina de sus asuntos personales y ejerce el poder con estallidos peligrosos: “Usted podía haber elegido entre un Fiscal amigo o un Fiscal enemigo”, habría amenazado Gertz a Scherer. Híjole. Me recuerda a las peores prácticas del poder; a un Felipe Calderón amenazando al Ministro Arturo Zaldívar para garantizarle impunidad a su familia después de la tragedia de la Guardería ABC, por ejemplo.

Al Presidente le habrá dolido en el corazón sacar de la jugada a Scherer, a quien considera su hermano, y a Sánchez Cordero, a quien le tiene agradecimiento y respeto. Pero lo hizo y ya, listo. La decisión en sí no generó olas. Sin embargo, remover a Gertz no es un tema de dolores de corazón. Es de dolores de cabeza. Porque, por un lado, el Presidente se siente obligado a respaldar su decisión inicial de proponerlo para ese puesto clave y respetar su autonomía, pero por el otro, un Fiscal que va de tormenta en tormenta y que a su vez no presenta resultados es un agujero negro que pone en riesgo el trabajo de toda la administración.

El 28 de febrero pasado, después de que el abogado Juan Collado hizo una muy extraña acusación contra Scherer (para empezar: Collado fue clave de los videoescándalos, ¿por qué no grabó la supuesta entrega de sobornos en efectivo?), el Presidente López Obrador explicó los cambios en Gobernación y en la Consejería de la siguiente manera:

“No había buena relación [de Scherer] con la Secretaria de Gobernación. No tenían buena relación y yo necesitaba que me ayudaran para atender asuntos de tipo político, de relación con gobernadores, incluso con el Poder Judicial, con la Fiscalía. Porque hay asuntos de Estado –Ayotzinapa o los amparos–, y necesitamos relaciones en lo fundamental, en lo básico, cuando está de por medio el interés general, con el Poder Judicial. Y necesitaba yo a una gente como Adán [Augusto López] para resolver. Y buscando los equilibrios, pues se decidió también lo de la Consejería Jurídica”.

La conclusión que puede tomar cualquiera a partir de ése párrafo es que López Obrador es lo suficientemente práctico como para andarse con rodeos. Le sucedió a Carlos Urzúa: quería aguantar su renuncia al fin de semana para “no provocar” un golpe a la bolsa; le dijo: no, te vas hoy. Le pasó a Irma Eréndira Sandoval: volvió su oficina en el nido de un grupo político; la puso a la orilla de la mesa y le dio un empujón. El Presidente es de los que toman decisiones pragmáticas; no debería atorarse con una solución de golpe en la Fiscalía. El problema es el cómo: remover a un Fiscal autónomo parece demasiado combustible para los motores de la oposición. Y al final, creo, midiendo costo y beneficio –como él suele hacerlo–, podría ser lo mejor.

No es sólo el pleito de Gertz con Scherer –y con varios, Santiago Nieto Castillo incluido–: es todo la cascada de escándalos que lo envuelve. En la misma semana en que el exconsejero decidió soltar la bomba, el diario español El País aseguraba que el Fiscal “posee cuatro viviendas de lujo en España con un valor de mercado de más de cinco millones de euros (113 millones de pesos)”. Gertz, dijo, tiene “tres inmuebles en Ibiza a través de una compañía inmobiliaria de la que es dueño” y “el principal inmueble del jefe de la FGR fue escriturado por un 36 por ciento menos del precio medio de mercado”.

Alejandro Gertz trae demasiados gatos en la barriga y por menos que eso, el Presidente ha dicho: hasta aquí. Si en algún momento se podía aplicar eso de que la política es tomar decisiones entre inconvenientes, esa decisión sería justo ahora. A Gertz le quedan poco más de seis años al frente de la Fiscalía. ¡Seis años más! No se ha gastado ni un tercio del tiempo para el que fue designado y a la vez ha tenido tiempo suficiente para demostrar lo que debía a ser demostrado.

Pero, debo advertir, López Obrador pocas veces actúa en lógica con el colectivo. Es el admirable instinto de supervivencia del Presidente –admitido incluso por sus adversarios– el que le hace desconfiar (primero) y (casi de inmediato) ensayar escenarios a mediano y largo plazos. Si advierte una agenda externa malintencionada en remover a Gertz, no lo hará. Los ejemplos sobran. No me sorprendería, para ser honestos, si su decisión fuera apuntalar al Fiscal y sacrificar a Julio Scherer. No tiene que ser así, necesariamente (uno u otro), pero así se entenderá. Puede suceder. Y no habrá sorpresa y de hecho, el haber removido a Scherer ya era una decisión a favor de Gertz.

Aquí la pregunta necesaria: por qué la confianza a rajatabla en su Fiscal. El Presidente, como todos los presidentes, sabe siempre más que el resto de los ciudadanos. Y AMLO en particular es un político con un nivel de información y una capacidad para procesarla fuera de lo normal y otra vez, esto último dicho por sus adversarios. ¿Qué espera el Presidente del Fiscal como para sostenerlo así? ¿Qué sabe que todos los demás no sabemos?

Eso hace más complicado prever el desenlace del pleito Scherer-Gertz-Sánchez Cordero, que tiene distintas lecturas pero la mejor es la que se puede dar desde donde él se encuentra parado. El Presidente ve algo en Gertz que no vemos los demás. ¿Qué es? Recuerdo muy pocas ocaciones en las que López Obrador apoya a alguien de manera tan contundente. Se cuestionan el desempeño y los resultados nulos de Gertz, e incluso sus métodos y modos, pero eso no es lo más delicado: hay dudas sobre su honestidad y su fortuna; sobre el uso de la Fiscalía para resolver su asuntos personales. ¿Por qué el Presidente hace una apuesta tan grande en un hombre que tendrá casi 90 años cuando termine su encargo?

Julio Scherer trajo agendas muy delicadas y personalísimas de López Obrador. Le sirvió de Secretario de Gobernación e incluso estuvo en las mesas de seguridad mucho tiempo. Fue contacto con gobernadores, con ciertos partidos políticos. Y hasta donde entiendo, el entonces Consejero Jurídico cumplió con todas las tareas. Esto en lo profesional. En lo afectivo, tal cual: el Presidente, en los hechos, lo tuvo más cerca de lo que tiene a sus hermanos. Es muy delicada la decisión que viene. Y no hay forma de rehuirle: lo que realmente pesará en la opinión pública –como digo–, porque en el fondo se trata de una discusión ética sobre posibles prácticas de corrupción, es lo que a continuación diga AMLO.

El mismo Scherer desliza, en su texto-bomba publicado en la revista Proceso, que no tiene un pronóstico sobre la decisión que aguarda. “Los delitos en los que ha incurrido [Gertz] son cada vez más evidentes: el uso de recursos públicos en sus asuntos personales y la persecución contra quien pueda resultarle un estorbo para resolverlos es una constante. Su Fiscalía no tiene contrapesos constitucionales y hoy es un peligro”, dice. Y luego concluye, no sin dramatismo:

“No voy a cesar en la denuncia de sus atropellos. Más allá del futuro que me aguarde, queda mi testimonio”.

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