Me criticas, la pagas

López Obrador no se detendrá hasta acabar con la prensa independiente. Lo que vemos ahora (acoso, amenazas, calumnias, violación reiterada de la ley con tal de afectar a un periodista, presiones en las redacciones de prensa y radio, connivencia con los magnates de la televisión y sus complacientes canales) es apenas una parte de lo que puede hacer y seguramente hará en relación con la prensa. El autócrata no soporta que lo critiquen. Ni hoy ni ayer. Recordemos el caso de Excélsior Plural.

Hay quien intenta minimizar la renuncia de Octavio Paz a la embajada de México en India luego de la matanza de Tlatelolco en 1968. Pero hasta hoy el recurso de la renuncia para no convalidar un gobierno infame es excepcional: la inmensa mayoría tolera la indignidad; vivir fuera del Presupuesto es vivir en el error. Paz renunció a la embajada y con ello se ganó la animadversión del presidente Díaz Ordaz y su secretario de gobernación Luis Echeverría —hombres violentos—, y la de todo su gobierno. Sin empleo, Paz aceptaba dar cursos (como el que dio en Cambridge a instancias de George Steiner) y conferencias. Un año después se encontraba en Austin dictando una conferencia en la que por primera vez se habló de que el sistema político mexicano se había agotado y de que era necesario renovarlo por la vía democrática. Paz se había transformado en un disidente. La conferencia se publicaría más tarde con el nombre de Posdata.

Justo cuando las manifestaciones de 1968 estaban en su momento más álgido, la cooperativa del diario Excélsior, “el periódico de la vida nacional”, eligió el 28 de agosto a su nuevo director, el joven y brioso Julio Scherer García. Una elección acertada, acorde con los tiempos de cambio que vivía el país. El 3 de octubre, en su página editorial, publicó Excélsior: “La presencia del Ejército demandada para dispersar un mitin que se realizaba en la Plaza de las Tres Culturas dejó un atroz saldo de muerte y sangre”. La reacción del diario frente a la matanza abriría una brecha entre el gobierno y la prensa que no dejaría de ensancharse.

Paz regresó a México y se instaló con su esposa en un pequeño departamento de San Ángel. México había cambiado de gobierno. Para intentar lavarse las manos salpicadas de sangre, el nuevo presidente, Luis Echeverría, prometió un periodo de “apertura democrática” y expandió al máximo la capacidad de las universidades públicas; parecía más un candidato de oposición que un presidente.

Scherer recibió un periódico boyante, con un tiraje en 1966 de 120 mil ejemplares que presumiblemente no dejaría de aumentar. Atrajo nuevas plumas a la sección editorial, entre ellas la de Daniel Cosío Villegas, irónico, fino y feroz crítico del sistema. Entre otros, Scherer llevó a Excélsior a escritores como Jorge Ibargüengoitia, Hugo Hiriart, Ricardo Garibay, Vicente Leñero; a personajes tan disímbolos como Heberto Castillo y Gastón García Cantú, Sergio Méndez Arceo y Samuel del Villar. La contratación de Octavio Paz como director de la revista cultural de Excélsior coronaría esa brillante plana editorial. La revista sintetizaría en su nombre el espíritu de su tiempo: Plural. Valiente gesto el de Scherer: ofrecer la máxima tribuna cultural del país a un disidente. Para Paz fue una oferta inmejorable: no dependería de un mecenas que se inmiscuyera en la línea editorial, ni del gobierno, ni tendría que hacer números al gusto general para resolver la venta de publicidad. Una libertad editorial total en el medio escrito de mayor difusión del país.

Paz elevó el nivel intelectual de la revista a un grado de excelencia pocas veces visto en la prensa en nuestro idioma. Abrió la publicación al mundo sin dejar de atender la realidad mexicana. Convocó a un debate sobre el papel del intelectual frente al poder. La revista mostraba cómo se podía ser contemporáneo de todos los hombres, criticar lo mismo a los gorilas que perpetraron el golpe contra Allende que a la dictadura soviética y sus satélites; dedicar un número al poeta Gérard de Nerval y otro a una reivindicación de la Nueva España. Gabriel Zaid publicaba mes a mes ensayos que luego formarían parte de El progreso improductivo y Alejandro Rossi los textos que reuniría en El manual del distraído. Dos de los libros más importantes publicados en México en el último medio siglo. Octavio Paz, Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas se encargaban de la crítica política, el más alto nivel alcanzado en México.

Excélsior sostuvo en términos generales una buena relación con el gobierno de Echeverría. Scherer era asiduo a Los Pinos y llegó a acompañar al presidente en algunas giras. Echeverría hizo todo lo posible para congraciarse con el diario. Scherer “consideraba que el mayor favor que podía hacerle al presidente Echeverría era ayudarlo en su intento por democratizar al país, sirviéndolo como ‘leal oposición’ que criticara fuertemente los errores cometidos por el gobierno” (A. Burkholder, La red de espejos). La postura de Excélsior fue invariablemente crítica hacia el gobierno de Luis Echeverría.

Un presidente populista, enamorado de los micrófonos, cuya mayor ambición era “pasar a la historia”, cada vez más soberbio, Echeverría no dejaría que quedara impune la crítica de Excélsior. No importaba que el diario fuera considerado uno de los cinco mejores periódicos del mundo. No importaba que el diario diera cabida a Plural, una de las expresiones culturales más altas en nuestro idioma. Los artículos semanales de Daniel Cosío Villegas y Gastón García Cantú, Echeverría los recibía como fuetazos públicos. Excélsior debía escarmentar.

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