Rosario Ibarra, coincidencias
Por Salvador Guerrero Chiprés
“Hoy ya no quedan resquicios de aquellos años oscuros. Las desapariciones son un pendiente, sin embargo, podríamos decir que cerca del 90 por ciento son responsabilidad de grupos delictivos organizados en busca de venganza o posesión territorial con sus rivales, y no de la acción represiva del Estado”.
La desgracia, la injusticia y el terrible e inimaginable dolor por la desaparición forzada de un hijo, en una de las etapas policiales más oscuras del país —la de los años 70— representó el nacimiento de una de las activistas en derechos humanos más valiosas que ha tenido México: Rosario Ibarra de Piedra.
Ella, como lo dijo en algún momento su hija Rosario Piedra, actual presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, hubiera preferido ser una mujer desconocida, pero con su hijo a su lado y no desaparecido.
No fue así. Coincidentemente, un 18 de abril, pero de hace 47 años, detuvieron y desaparecieron a Jesús Piedra. A partir de ese doloroso momento, “Mamá Rosario” —como fue conocida— dedicó su vida a buscarlo y ayudar a otras y otros miles a ser localizados, liberados o no aprehendidos.
Eran años de operación discrecional y represiva de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política creada por Miguel Alemán Valdés en 1947, cuya función era recabar información de actividades subversivas o terroristas, aunque sin límites y fuera de la legalidad. Así fue el señalamiento contra Jesús Piedra, el hijo mayor de doña Rosario, acusado a los 21 años de pertenecer a la Liga 23 de Septiembre y participar en 1973 en el asesinato del empresario Eugenio Garza Sada. Nunca hubo pruebas. En todo caso, de establecerse alguna responsabilidad, su madre buscaba justicia y no impunidad.
Rosario Ibarra, con el Comité ¡Eureka! conformado en 1977 logró encontrar con vida a 148 personas desaparecidas —fue el primero dedicado a esta misión en nuestro país—, su huelga de hambre afuera de la Catedral llevó al presidente López Portillo a promulgar la Ley de Amnistía, que permitió liberar a más de un millar de presos políticos, regresaron 57 exiliados y se desistieron de unas 2 mil órdenes de aprehensión.
Hoy ya no quedan resquicios de aquellos años oscuros. Las desapariciones son un pendiente, sin embargo, podríamos decir que cerca del 90 por ciento son responsabilidad de grupos delictivos organizados en busca de venganza o posesión territorial con sus rivales, y no de la acción represiva del Estado.
Y si esto es así, se debe en gran medida a quien fuera la primera mujer candidata presidencial, en 1982 y 1988, quien junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier —de las mejores representaciones de la izquierda y la derecha de aquellos años— llegara hasta la Secretaría de Gobernación a reclamar el fraude.
Rosario Ibarra fue una oradora clara y lúcida, a quien tuve la fortuna de conocer en 1981 en un discurso en el auditorio Che Guevara, cuando este espacio de la UNAM era centro de aprendizaje político y no el nicho de prácticas imposibles en otra universidad del mundo; fue la activista de la reivindicación sin violencia de los derechos humanos.
Coincidentemente, el mismo día de su muerte, este sábado 16 de abril, un edificio de la CNDH —que preside su hija— en el Centro Histórico fue liberado de la ocupación violenta; al menos 12 reportes recibidos en el Consejo Ciudadano indicaban llamadas de extorsión desde ese lugar.