A 30 años de las explosiones de Guadalajara: el día más largo
Por Diego Petersen Farah
El Gobierno federal planeaba cómo cubrir a Pemex y aprovechar políticamente la tragedia.
A la10:09 la ciudad de cimbró. El eco de la primera explosión se escuchó varios kilómetros a la redonda. Inmediatamente después vino, luego otra y otra. Fue una cadena de diez estallidos que venían desde el centro de la tierra a lo largo de 13 kilómetros, desde Analco hasta la Nogalera en la salida a Chapala. Las explosiones lanzaron por los aires casas, autos, personas que volvieron a caer segundos después como escombros, chatarras, y muertes.
Poco antes de las 11:00 regresé al punto donde la tarde anterior habíamos platicado con los técnicos de Pemex. Cientos de personas cubiertas de polvo huían en estampida por la avenida Revolución. La calle Gante era una enorme zanja grisácea donde, desesperados, los vecinos excavaban a uña en busca de sus familiares. No había gritos ni reclamos, solo un silencio de estupor y muerte. El aire, denso de polvos que flotaban como una bruma, estaba impregnado de olores a gasolina y aguas negras.
En minutos, el estupor inicial se convirtió en solidaridad. Los tapatíos -más de seis mil según las cuentas de aquellos días- se volcaron a remover escombros. Otros tantos a atender heridos, llevar víveres, adaptar albergues. Las autoridades locales, incrédulas ante lo sucedido, trastabillaban y repetían las frases de cajón. El gobierno federal planeaba cómo cubrir a Pemex y aprovechar políticamente la tragedia.
Llegó el ocaso de una tarde que parecía eterna y con él el presidente Salinas cargado de promesas, amenazas y parafernalia. La falta de luz hacía más compleja la búsqueda de sobreviviente entre los escombros, la atención de los heridos, pero el día estaba lejos de terminar: apenas comenzaba un largo día que duró semanas y con él las acusaciones, las amenazas, los reacomodos políticos, la organización de la sociedad civil.
Aquella noche nadie -ni los vecinos, ni los socorristas, ni los voluntarios, ni los periodistas, ni los funcionarios, ni los políticos- descansó. Ningún tapatío durmió: literalmente, no sabíamos dónde estábamos parados.