La venganza, el deporte nacional

El peligroso tufo de la revancha flota en el ambiente de la política mexicana, con el riesgo que eso conlleva.

Cerramos la semana con señales claras de cuán arraigada está la antipolítica de la venganza en el país. Cuauhtémoc Blanco amenaza con “hacer pagar” a Graco Ramírez y Marcelo Ebrard, traicionado por Miguel Ángel Mancera hace ya casi un sexenio, vuelve a la escena política nacional, con claras deudas que cobrarle a su pupilo tras varios años en el exilio.

Del primero, es evidente que quiere tomar desquite contra el grupo gobernante en Morelos, con el que ha mantenido una abierta guerra desde hace ya tres años bordeando -y a veces entrando de lleno- en la violencia. Algo podrido se fragua en tierras morelenses y Ramírez, queda claro, hará lo imposible y quizá hasta lo ilegal para evitar que el ex futbolista llegue al poder, ante el peligro casi mortal que le representa. Un triunfo del Cuau sería catastrófico para el clan de Graco.

¿Queda alguna duda de que, si Cuauhtémoc es electo gobernador, tratará de aplastar al gobernador?

De Ebrard, el ánimo con el que vuelve a la Ciudad de México es todavía una incógnita. ¿Viene con el cuchillo entre los dientes? ¿Perdonó las injurias? Hasta ahora, en las entrevistas que ha concedido se ha cuidado de revelar sus intenciones. Pero tras el maltrato recibido y luego de haber sido pisoteado y humillado por Mancera y Héctor Serrano, es de esperarse que quiera saldar pendientes con sus ex protegidos, los mismos que le dieron la espalda y le hicieron pedazos con el escándalo en torno a la Línea 12 del Metro. La venganza es un plato que se sirve frío.

De lo que no hay duda es que en los palacios de gobierno de Morelos y la Ciudad de México no deben estar cayendo nada bien las señales que comienzan a acumularse contra sus respectivos titulares y gabinetes. Debe respirarse un aire de tensión de arriba abajo, porque si algo hemos aprendido en función de la moda de enviar a ex gobernantes a la cárcel es que las venganzas no solo se concentran en los titulares del ejecutivo, sino se extienden a sus subalternos, desde tesoreros hasta secretarios. Nadie es inmune a la hora de las vendettas que dominan la política nacional.

Y al menos hoy, el escenario no pinta bien para los gobernantes de la capital y Morelos. En ambas entidades, el PRD se halla debajo en las encuestas y sondeos informales frente a Morena. Es decir, Graco y Mancera deberán encarar el proceso electoral del 2018 con enemigos decantados que tienen altas probabilidades de victoria y que, peor aún, tendrán el doble incentivo de ajustar cuentas para satisfacerse a sí mismos y a sus electorados, ávidos de sacrificios.

Para colmo, los propios procesos internos del PRD y el PAN en el Frente les han dejado muy vulnerables. No alcanzaron fuero para el próximo sexenio, descartados como están por ley para ocupar una curul plurinominal. Y ahora, viene la angustia: el tiempo se les acaba. Para los dos ya corre el cruel reloj que marca el final del mandato y el poder. A Mancera le quedan 306 días en el cargo. A Graco, 241. Ambos, políticos que lograron controlar por completo sus respectivas entidades, comienzan a debilitarse, aunque aún tengan cartas que jugar.

Y en efecto, las tienen. No están atados de manos y seguramente harán uso de todo el aparato de gobierno para inclinar la balanza hacia sus candidatos. Ambos son animales políticos consumados y tienen operadores eficaces (ahí está el caso de Serrano, cuyas artes oscuras serán muy socorridas en las semanas venideras). Nada está escrito en piedra aún.

Pero la realidad del poder es que en este momento en que sus mandatos entran en la recta final, los dos se ven vulnerables ante la posibilidad de una venganza transexenal. Y eso lleva a una conclusión ineludible: ambos van a jugarse el pellejo en estas elecciones.

Y no es una ocurrencia: es una realidad matemática.

En caso de que sus candidatos –Alejandra Barrales y Rodrigo Gayosso– no ganen y dejen el paso abierto a Blanco y Claudia Sheinbaum, Mancera y Graco tienen como mínimo un 70 por ciento de probabilidades de enfrentar una vendetta judicial. Al menos, eso nos dice el antecedente inmediato

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