Cuando sufrir es útil

Por Fernando De las Fuentes

Fue Aristóteles, sin duda, el primero en abordar la cuestión del dolor, describiéndolo como una alteración del calor vital del corazón; y es que, efectivamente, ese sentimiento de pena, profundo e intenso, se experimenta como una opresión del órgano vital más importante del hombre, y de ahí se extiende a todo el cuerpo.

A su vez, fue Buda el primero en distinguir entre el dolor y el sufrimiento. Ya todos conocemos su famosa frase: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

Después de este planteamiento, las ciencias de la mente han establecido que, mientras el dolor es un sentimiento tan intenso que podría incluso sentirse como la muerte misma, el sufrimiento es un conjunto de aflicciones mentales, como ira, impotencia, desesperanza, vacío, angustia, ansiedad, que generamos porque no podemos gestionar el primero y optamos por evadirlo.

Si entendemos esto, podremos comprender que ni el dolor es tan inevitable ni el sufrimiento tan opcional. Hay dolores, pues, que podemos evitarnos si dejamos de exponernos a las situaciones que los provocan, como mirar por internet y, particularmente por las redes sociales, cierto tipo de imágenes a las que reaccionamos con ese sentimiento, o buscar gente que nos lastima, o recrear siempre las mismas situaciones que nos duelen tratando de, finalmente, resolverlas.

Hay, por otra parte, sufrimientos por los que debemos pasar mientras sanamos nuestras viejas heridas, porque ello implica revivir los dolores que las provocaron, a los cuales debemos irnos acercando poco a poco, incrementando nuestra tolerancia, hasta permitirnos sentirlos en pleno, sin pánico, explorándolos, acogiéndolos y afrontándolos, para liberarnos de ellos. Eso es saber sufrir.

Mientras estamos en este proceso, sufrimos por miedo a volver a sentir dolor con la misma intensidad que antes. Nos anclamos a las experiencias del pasado, tratando de evitarlas a futuro, sin darnos cuenta de que la primera vez que sentimos dolor no teníamos el conocimiento para comprender la situación ni la madurez para gestionarlo.

Esta clase de sufrimiento que estamos experimentando durante el proceso de sanar nuestras viejas heridas, debe hacerse consciente, porque a la luz de la conciencia sobre el mismo, aprendemos a conocernos, a saber cuál es nuestro drama (el cuento que nos hemos contado para alejarnos del dolor), qué tan arraigado está, qué creencias erróneas tenemos sobre nuestro pasado, los demás y nosotros mismos. Se trata de un sufrimiento útil.

Todo aquel sufrimiento que no sea una vía para aprender a gestionar el dolor en un proceso espiritual o psicoterapéutico es, peor que inútil, destructivo. Proviene de la falta de aceptación de la realidad, la evasión y, ante todo, el miedo.

El sufrimiento inútil y destructivo ha sido históricamente tan preferible para los seres humanos respecto del dolor, que se le ha romantizado. Se admira a quienes tienen gran capacidad para sufrir, a aquellos cuyo drama o melodrama es más elaborado y exagerado. Se le ha considerado incluso una buena justificación para los malos actos y los malos tratos. El culto a la víctima predomina en el mundo, mientras más se extiende como actitud la evitación del dolor.

Ante el empuje de la realidad, que no cesa de hacerse presente, sustituimos la aceptación por la resignación, para seguir sufriendo inútilmente.

El sufrimiento es una creación mental de un ego que se lo ha tomado todo a personal. Ese ego rígido, exigente, que pretende controlarlo todo. Identificado siempre con la mente, culpígeno y culpador, perfeccionista y, claro, a la moda narcisista. Todos llevamos cargando uno de éstos, solo que algunos saben moderarlo y otros ya lo domaron.

La manera de convertir ese ego en nuestro aliado, al servicio del alma y el corazón, y por tanto de la felicidad, es utilizando el sufrimiento que nos provoca para crecer, conociendo nuestros mecanismos de defensa poco sanos, nuestras zonas de confort, nuestros miedos y la forma de negatividad emocional que particularmente nos generan.

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