Más allá de un algoritmo, el arte

Por Susan Crowley

Hace tiempo que algunos artistas dejaron de pintar cuadros hermosos, ventanas por las que solíamos asomarnos a paisajes idealizados que nos hacían soñar con la felicidad de la belleza.

La globalización del mundo y las políticas neoliberales han creado un clima de bienestar o, al menos, la sensación de tenerlo. El flujo del dinero creado por los mercados de productos que motivan el consumo genera un espejismo de abundancia. Según la perspectiva con la que se mire, hay quien opina que el mundo nunca ha estado mejor. Sin embargo, esta percepción no coincide con la realidad cotidiana en la que abunda la injusticia, la desigualdad, la falta de oportunidades que se ceban con quienes menos tienen. La entusiasta realidad de algunos (los que más tienen), se ha construido a partir del egoísmo y la falta de consciencia hacia el otro.

Los cambios en la economía global no solo han exacerbado la desigualdad, han aumentado las migraciones hasta convertirlas en una crisis insostenible para los estados de Occidente; los conflictos raciales derivados de la movilización de las masas en busca de una vida mejor, los cinturones de miseria en los que los jóvenes pueden ser fácilmente atrapados por el crimen organizado son apenas algunas de las realidades con las que nos topamos todos los días. Más allá de los beneficios recibidos gracias a la globalización, vamos sumando las deudas con las mayorías tratadas injustamente a lo largo de la historia. No ver esta realidad es asumirnos como parte de la incomprensión que acrecienta los conflictos.

Hace tiempo que algunos artistas dejaron de pintar cuadros hermosos, ventanas por las que solíamos asomarnos a paisajes idealizados que nos hacían soñar con la felicidad de la belleza. Desde que el artista fue capaz de mirar hacia fuera, más allá de lo que experimentaba en su estudio, su mirada se convirtió en un instrumento en busca de la verdad. Sin ostentarse como periodista o investigador, ha tratado de analizar y representar con distintos medios como la pintura, la fotografía, el video, la instalación, el performance y las tecnologías. Apropiándose del cine, la conferencia, el videojuego y la animación, ha logrado conformar un lenguaje cuyo propósito es crear conciencia.

Las distintas realidades, lo que hasta hace poco se hubiera considerado la materia del arte, son utilizadas por el artista (documentalista), para convertirse en un vocero de las causas, un medio para resaltar y colocar las voces anónimas, calladas delante de un público que debe saber más, comprometerse más y dejar de ver el arte como un artículo de lujo, de especulación o de exhibición de su riqueza y volverse aliado de la pobreza en la que viven tantos. La insistencia en sacar a la luz los temas incómodos se empieza a ver como la más digna de las condiciones humanas y artísticas ya que constituye un recipiente de la verdad que nos negamos a ver.

Debido a la rapidez para reproducir imágenes en las redes nos enteramos de muchas cosas. El exceso de información es una herramienta, también es un arma que destruye la vida de los otros sin considerar la ética. El artista no solo es un visionario, es también un ser sensible que sabe dirimir entre lo falso y lo cierto, entre la opinión subjetiva y la verdad que puede trascender lo temporal y servir como documento ante la indiferencia.

Artistas como Hito Steyerl, Cao Fei y Walid Raad han venido a llenar la necesidad de hablar de los asuntos trascendentes cargados de ironía, de cierto escepticismo y de una necesidad de desvelar lo oculto detrás de las mentiras creadas por los intereses públicos.

Una cita con el arte en Europa

Hito Steyerl (Alemania 1966), mezcla la cruda realidad con ironía y una poética de lo precario que encuentra como característica de los usuarios de medios. Su crítica a esta contemporaneidad “líquida”, se permea entre las que capas de intereses, distintas realidades y subjetividad. Steyerl trabaja con datos, algoritmos, imágenes para criticar en lo que nos hemos convertido. El peso de un algoritmo, que define quienes somos en las redes sociales, debería ser inferior al peso de las palabras, del dolor y todo aquello que nos hace singulares. A lo largo de su cuerpo de obra, los espectadores nos descubrimos descubriendo el egoísmo y la indiferencia; digamos que urgidos de ver al otro en toda su dimensión.

En su obra con el divertido título How Not to Be Seen: a Fucking Didactic Educational .mov File. Steyerl plantea con una increíble carga de ironía un montón de posibilidades en las cuales la persona puede evanecerse delante de nuestro ojos

Cao Fey (China 1978) en diversos videos ha encarnado a la avatar China Tracy, que habita una ciudad réplica de cualquiera de los centros de productividad china; las decisiones son tomadas en aparente democracia y el crecimiento se mide como si se tratara de una realidad. La diferencia es que la obra de Fay está cargada de sutileza, de delicadas atmósferas que traducen belleza, así como momentos de verdadera luz  a pesar de desarrollarse en medio de la enajenación a la que son sometidos los seres humanos en aras de la necesidad de producir. El video Whose Utopia fue filmado por la artista en fábricas chinas en las que miles de trabajadores laboran como autómatas cada día. Sin ninguna expresión en el rostro, absolutamente sometidos por su obligación de cumplir con los índices de producción establecidos. Entre los autómatas aparece un hombre practicando Tai chi o una bailarina de ballet con alas de ángel. Los trabajadores no parecen advertir su presencia. La armonía de la música que crea la atmósfera de un SPA espiritual completa la instalación. La pantalla en la que se transmite el video es parte de una instalación que simula un espacio de productividad chino. Una cama, ropa tirada en el suelo, un par de zapatos de fiesta, un pequeño tocador con algunos objetos íntimos, dos o tres afiches de los cantantes de moda, ropa recién lavada que pende de unos tendederos, una austera cocineta con utensilios y comida, una ornilla electrica y un pequeño lavabo además de un wc. Todos estos elementos reflejan la vida de una trabajadora en la potencia económica que el mundo admira por su capacidad productiva. Cao Fey no busca juicios ni moralejas, simplemente nos traslada a vivir en los zapatos del otro.

En el caso de Walid Raad (Líbano 1967), quizá el más potente artista del documental de su generación, a través de fotografías, videos, dibujos, escultura y performance ha pasado 25 años produciendo un arte de consciencia histórica. En cada pieza Raad pone en entredicho la veracidad de documentos y archivos del dominio público en el mundo árabe. La infancia de Raad transcurrió en un Líbano en guerra civil lo que le ha obligado a utilizar la memoria y contrastar con datos. De esta forma creó The Atlas Group, un proyecto que le llevó quince años. En él mezcla historias reales con ficticias, inventa nombres y a personajes, inserta mentiras en los archivos de “datos duros”. Al mismo tiempo con una capacidad increíble de ironizar y sacar a la luz lo oscuro del mundo del arte (galerías, ferias de arte, bienales, museos) creando narrativas que siempre rayan en lo inverosímil y sin embargo podrían ser reales.

El compromiso de estos artistas arroja nuevas premisas, esclarece los valores más allá del dinero y de la fama. Cada uno de ellos se juega la vida en publicar y dar seguimiento a investigaciones que incluso pueden poner su integridad en riesgo. Son testigos necesarios en un mundo en el que los valores se han trastocado en aras del éxito y la acumulación de fortunas.

La documentación hoy es mucho más que un montón de datos duros y demostrables, es la posibilidad en manos del artista de volver a contar los acontecimientos y cargarlos del poder del arte. Sin duda, el arte seguirá descubriendo las verdades necesarias y poniendo las cosas en su sitio más allá de los intereses mezquinos.

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