¿Quién conoce a Beau Geste?
Por Susan Crowley
“Guardar en la memoria no quiere decir ser un memorista insensible ni un pesado erudito que apila datos fríos, la erudición no necesariamente lleva a vivir una experiencia”.
Beau Geste es una novela de aventuras escrita por Percival Christopher Wren en 1924 y adaptada al cine en varias ocasiones. Una de ellas con Gary Cooper. Aunque yo era muy pequeña jamás olvidaré los suspiros de mi abuela ante la belleza del galán. En 1977 Mel Brooks hizo mancuerna con el fantástico Martin Feldman en la hilarante The Last Remake of Beau Geste; casi puedo escuchar las carcajadas de mi madre coreada por una sala repleta de fans de Brooks. Hace unos días, el nombre de Beau Gest regresó a mí. Esta vez en boca de uno de los artistas más fascinantes de la escena mexicana, Felipe Ehrenberg.
Se trata de la emblemática editorial fundada por él y Martha Hellion, en los años setenta, a raíz de su exilio (consecuencia de la represión estudiantil de 1968). Con apenas un mimeógrafo de segunda mano, instalados en una granja en la pequeña localidad de la campiña inglesa de Avon, con sus dos hijos, muchas gallinas y gatos, lograron en una era en la que no existían los mass media, internet, ni celulares, solo a través del correo postal, que la obra de muchos artistas se publicara y se diera a conocer internacionalmente.
Beau Gest Press fue la editorial de libros efímera que, gracias a los amigos y la colaboración entre artistas, propagó la obra de Ulises Carrión, Helen Chadwick, Carolee Schneemann y Cecilia Vicuña, por cierto, ambas recientemente premiadas por sus trayectorias en la Bienal de Venecia.
Wren, Beau Gest, Gary Cooper, Mel Brooks, Martin Feldman, Ulises Carrión y el mismo Felipe Ehrenberg, ¿resultan conocidos para las nuevas generaciones?, ¿importa que sepamos quiénes son?, ¿habrá que aplicar la memoria a asuntos más prácticos? ¿la memoria resulta una ociosidad poco útil en estos tiempos de googleo inmediato ?
Han pasado cinco años de la muerte de Felipe Ehrenberg, mencionar su nombre tal vez resuene en la memoria de los especialistas y el gremio artístico, espero que también de muchos mexicanos. En 2017, el museo Jumex realizó una retrospectiva del poco reconocido artista mexicano Ulises Carrión. En mi columna anterior, a propósito del “chisme”, escribí someramente sobre su trabajo. Durante esa retrospectiva el museo invitó a Ehrenberg a conversar sobre su amistad y colaboración con Carrión. Quienes tuvimos la suerte de presenciar, y digo suerte, porque tal vez fue una de las últimas apariciones del artista, vivimos casi dos horas de fascinantes anécdotas que, de una forma amena, inteligente, llena de ironías, daba cuenta de la historia del arte de los años setenta y ochenta de nuestro país. Una historia que detona con la represión estudiantil de 1968 y que se vuelve el leitmotiv del trabajo del artista, editor, ensayista y para sus afortunados alumnos, maestro Ehrenberg. La trayectoria inclasificable (cincuenta años), en la que no sólo dibujó con plumines, que le permitían mayor rapidez que el óleo, lo convirtió en experimentador permanente, precursor en la práctica intuitiva de lo que después sería el arte conceptual, genial accionista del performance, impulsor del mail art y la mimeografía.
A lo largo de la conversación, cuyo video me permito agregar a este texto, el artista nos pone al día nuestro pasado. Visitarlo en su casa estudio de Tepito me marcó para siempre. La llegada al barrio, la estacionada y el trayecto a pie, con varios momentos complicados y que se diluyeron en saludos amistosos apenas pronunciado el nombre de Felipe. Siempre lleno de divertidas y originales historias que entrañaban a ese “otro” México, el del trágico capítulo en el que perdimos la inocencia: la represión de 68 que tuvo como consecuencia la cancelación de la libertad, que se cebó con los jóvenes que decidieron abandonar la Universidad Nacional para sentirse protegidos en la educación privada que alimentaría al neoliberalismo. Al escuchar la crónica de Felipe con su carga explosiva de humor, inteligencia y emoción, pareciera que esos años difíciles, hoy tan lejanos, revivieran para ser transmitidos a los jóvenes que abarrotaron la sala del museo.
Ehrenberg es un ícono no solo del arte, lo es también del activismo y de la irreverencia, un hacedor de objetos que retó a lo establecido y que jamás se dejó atrapar por las conveniencias ni sociales ni políticas. En una de sus últimas apariciones la voz grave, el gran bigote, la simpatía y capacidad de jugar con los recuerdos, por suerte grabados y hoy subidos a Youtube, podemos revivir las enseñanzas de un artista cuya experiencia es necesaria en la actualidad y siempre; no solo para las nuevas generaciones de artistas, también para todos aquellos a los que la palabra represión, crisis, libertad, revuelta, militares, matanza dicen poco y suenan a trasnochada tendencia rojilla y comunistoide. Incluso para quienes ridículamente consideran hoy que lo del 68 nunca fue represión.
Guardar en la memoria no quiere decir ser un memorista insensible ni un pesado erudito que apila datos fríos, la erudición no necesariamente lleva a vivir una experiencia. El buen coleccionista de instantes significativos sabe atesorar aquello que es trascendente para recuperarlo cada tanto y así enriquecer su presente. Refrescar a través de un olor, un sabor, una textura, una imagen o un sonido la cualidad pura (de la que habla el filósofo Henry Bergson y que, de una manera intuitiva, sensible y artística ejerce Marcel Proust en su libro En Busca del tiempo Perdido). La memoria es un músculo que se ejercita a través de la emoción; en la medida que somos capaces de vivir profundamente, con intensidad, transformamos un instante en una nueva experiencia que jamás olvidaremos; eso es la memoria.
Después de una hora y media de escuchar a Ehrenberg agradezco ciertas cosas de esta globalización rampante: la tecnología que, sin ser comparable a lo que guardo en la memoria, me permite compartir con mi alumnas y lectores algo que tal vez ellos no vivieron. Me pregunto también si en una era en la que todo se archiva, lo bueno lo malo, lo banal y lo innecesario en un disco duro sin límite, el músculo de nuestra memoria emocional debe seguir ejercitándose, ¿de qué sirve recordar? ¿los referentes son importantes? Personalmente, saber que Beau Gest no solo es un nombre si no que, detrás suyo reverbera tanto, no está mal. Es divertido y nos comprueba que no existe una idea aislada, que todo está conectado y depende de nuestra capacidad para hacerlo resonar.
Estoy convencida de que los referentes del arte son parte de su construcción. Los artistas los usan siempre, son guiños, coqueteos, licencias, complicidades que se van sumando y que nos permiten ver entre las capas, y mucho más adentro, de lo que se mueve en la superficie de una obra. Esa es la labor con la que se teje la memoria que no es cuantitativa sino cualitativa, de nuevo diría Bergson. Entrar mucho más adentro, más amplio, más profundo. Gracias Beau Gest y gracias, Felipe Ehrenberg.