El galimatías opositor
Por Jorge Javier Romero Vadillo
¿De qué le sirvió el PRI al PAN en Aguascalientes? ¿Qué aporta el PRD a la alianza? Un buen análisis de los resultados desde Acción Nacional se tendría que hacer estas preguntas
Después de las elecciones del domingo se percibe un ambiente de confusión entre la oposición. Por supuesto, como suele ocurrir en México, ninguno de los dirigentes políticos de la malhadada Alianza por México ha renunciado, ni siquiera ha salido a hacer un balance crítico de su actuación. Lo más que aciertan a afirmar es que no les fue tan mal con un marcador de 4-2 –o de 2–2, según otros que cuentan sólo los estados donde fueron juntos PAN, PRI y PRD–, como si los triunfos y las derrotas en elecciones de Gobernador fueran reductibles a goles anotados o recibidos.
Entre la neblina del autoengaño y el empecinamiento en no reconocer la propia responsabilidad sobre el mediocre desempeño de una coalición armada sólo en torno al rechazo al Presidente y su errática gestión, pero sin capacidad alguna para construir una narración capaz de producir algún entusiasmo, ya se pueden distinguir las expresiones de panistas molestos por tener que cargar con el lastre de dos cadáveres insepultos, el PRI y el PRD, que no necesariamente le ayudan a convertirse en una alternativa creíble contra la actual coalición gobernante.
¿De qué le sirvió el PRI al PAN en Aguascalientes? ¿Qué aporta el PRD a la alianza? Un buen análisis de los resultados desde Acción Nacional se tendría que hacer estas preguntas. Se echa de menos la vieja institucionalización del PAN, con reglas de deliberación democráticas y mecanismos eficaces de renovación de liderazgos. La paradoja es que la vida interna de Acción Nacional se empobreció y deformó con su llegada al poder y ahora es un partido que gira únicamente alrededor de camarillas locales sin identidad ni rumbo.
Por su parte, los dirigentes del PRD debería hacerse cargo que su empecinamiento en sumarse a un bloque opositor sin identificación programática o ideológica con lo que supuestamente deberían representar los está llevando a la desaparición. Que Jesús Zambrano no haya puesto ya a disposición su cargo es una muestra de lo que ha aniquilado al PRD: una camarilla aferrada al financiamiento público que les queda y a los pocos cargos de elección que puedan recoger.
Las pocas tribus que se apoderaron del registro del PRD, unidas sólo por su animadversión a López Obrador, sin vocación para reconvertirse en una alternativa de izquierda democrática a la deriva autoritaria y conservadora del Presidente, no tuvieron siquiera la generosidad de abrir las puertas del partido a las nuevas expresiones de la sociedad civil. Después de cinco décadas de medrar de la política, justo sería que personajes como Jesús Ortega o el propio Zambrano se retiraran a vivir de sus rentas y le dejaran el espacio a nuevas generaciones y nuevos discursos, pero se aferran a los restos del naufragio de manera patética.
El PRI vive un vaciamiento imparable. Estado tras estado, sus cuadros saltan a Morena y son recibidos en el proyecto –es un decir– de López Obrador. Con excepción de Oaxaca, donde el candidato ganador sí es un antiguo militante de izquierda, aunque con una fama pública dudosa que, sin embargo, no le restó ni un voto, los triunfadores del partido presidencial no son sino cascajo priista reciclado.
Así, al PRI la alianza sólo le ha servido para evitar la estampida generalizada al nuevo proyecto atrapa todo, donde seguramente se sienten como en casa quienes ha dado el paso. Al fin y al cabo, siempre fueron los priistas leales huestes del Presidente en turno, fueran cual fuesen su ideología, su programa o sus ambiciones. De un partido de ideología chiclosa a otro partido de ideología chiclosa no hay más que un pequeño paso, con la ventaja del bautismo que limpia todos los pecados de corrupción con tan sólo abrazar la nueva fe.
En la empanada mental que traen quienes no aciertan a entender por qué los electores no han advertido la necesidad de cerrar filas contra Morena, Movimiento Ciudadano aparece como el chivo expiatorio de sus ardores. No lo bajan de colaboracionista y coligen que, de manera automática, los votantes de MC se sumarían a un gran bloque contra lo que representa López Obrador. Siguen sin entender que muchos de los desencantados con el actual Gobierno no votarían en ninguna circunstancia ni por el PRI, ni por el PAN (yo no lo haría) y que, en todo caso, esos votos se van a la abstención, como lo muestran las bajas tasas de participación del domingo pasado.
Bien dice Patricia Mercado cuando afirma que el destino de MC no sería muy distinto al del PRD si se sumara al mazacote antimorenista. Ella apuesta por convertir a ese partido en una alternativa de izquierda fuertemente comprometida con la pluralidad democrática y el orden jurídico, pero MC aún está muy lejos de lograr ese paso. Todavía es una organización demasiado dependiente de su propio caudillo, aunque creo que su estrategia electoral no sólo ha sido adecuada, sino que puede ser muy importante para frenar la intentona por construir una nueva hegemonía que late en Morena. Sólo si existe una fuerza capaz de movilizar a los votantes desencantados de López Obrador, pero que no están dispuestos a votar por el polo conservador, se podrá frenar la deriva autoritaria del morenismo.
Un buen análisis del resultado de estas elecciones tendría que combinar matemáticas, reflexión política seria y autocrítica. Lamentablemente a los líderes de la oposición mexicana no les alcanza el cacumen para la tarea.