La nueva política panamericana
Por Gustavo de Hoyos Walther
Joe Biden en lo personal es uno de los presidentes norteamericanos que mejor entiende los problemas latinoamericanos, sin embargo, la organización de esta Cumbre ha sido mal planteada y mal organizada. Deja la impresión, como en otros gobiernos anteriores, de que poco le importa lo que suceda al sur de su frontera.
Un elemento central en la construcción de la confianza en las relaciones internacionales es la continuidad de las políticas. No se puede confiar en un país que cambia de posición constantemente. Se asume que la política interior determine las posturas diplomáticas de cada país, pero no al grado de generar cambios radicales de posición en temas relevantes.
Nos referimos en concreto a la postura adoptada por los Estados Unidos en las más recientes Cumbres de las Américas. Para este encuentro (la Cumbre comienza se desarrollará del 6 al 10 de junio, en Los Ángeles, California) Estados Unidos decidió excluir de la reunión a Venezuela, Cuba y Nicaragua, amparándose en la Declaración de Quebec (emitida en 2001), la cual señala: “Cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático en un Estado del Hemisferio constituye un obstáculo insuperable para la participación del Gobierno de dicho Estado en el proceso de Cumbre de las Américas”.
La declaración es clara, sin embargo, siendo Barak Obama Presidente (y Joe Biden su Vicepresidente) el Gobierno de Estados Unidos invitó a la Cumbre celebrada en 2015 a los países que ahora excluyó.
Tres años más tarde, en 2018, Donald Trump decidió cancelar su participación con apenas unos días de antelación. ¿Qué seguridad pueden tener los países de la región respecto a la política exterior de Estados Unidos, si ésta se ha caracterizado por su volubilidad?
La decisión de Estados Unidos parece haberse tomado siguiendo los viejos cánones de la Guerra Fría. Venezuela, Cuba y Nicaragua apoyaron la decisión de Vladímir Putin de invadir Ucrania. Cabe preguntarse: dado ese apoyo ¿no hubiera sido mejor tener un acercamiento con dichos países para dialogar con ellos sobre el riesgo de esa invasión y, más aún, acerca de las consecuencias económicas que de ella se derivan? Lo mismo podría decirse de la aplicación estricta de la Carta Democrática que se signó en Quebec, ¿no habría sido más eficaz invitar a los países excluidos y frente a ellos argumentar las ventajas que para sus pueblos acarrearía una apertura democrática?
No debemos olvidar que desde hace algún tiempo el fantasma que recorre sudamérica no es el del comunismo, sino el de las inversiones y préstamos provenientes de China. En 2020 el país asiático aportó a la región poco más de 17 mil millones de dólares en inversión directa y un acumulado de 137 mil millones en préstamos. Estados Unidos, frente a esa ofensiva estrategia comercial, no ha sido capaz de ofrecer ni inversiones ni préstamos atractivos, y todo parece indicar que esta Cumbre no será el foro para promover ese tipo de apoyos, que equilibrarían el creciente peso que China ha logrado en la región.
A la anacrónica lógica diplomática de la Guerra Fría, se suman los complejos factores de la democracia interna norteamericana. Todo parece indicar que, frente a las elecciones por venir, el Gobierno de Joe Biden no quiso exhibirse al lado de los mandatarios de Cuba y Venezuela, por lo que esto le podría significar en votos de Florida, inclinada del lado republicano. Esta posición contrasta con el acercamiento que la administración Biden ha sostenido con estos gobiernos recientemente: con Venezuela gestionando un nuevo acuerdo petrolero, y con Cuba flexibilizando el envío de remesas y autorizando la reanudación de los vuelos a la isla. Si estos países violan los principios democráticos de tal suerte que son excluidos de la Cumbre, ¿por qué la administración Biden realiza gestos diplomáticos y comerciales de acercamiento? No se trata, según parece, de una actitud diplomática esquizofrénica, sino de mera hipocresía electoral.
Joe Biden en lo personal es uno de los presidentes norteamericanos que mejor entiende los problemas latinoamericanos, sin embargo, la organización de esta Cumbre ha sido mal planteada y mal organizada. Deja la impresión, como en otros gobiernos anteriores, de que poco le importa lo que suceda al sur de su frontera.
Tendrá que realizar durante la Cumbre gestos extraordinarios –relacionados con la migración, el comercio, el apoyo económico post pandémico— para demostrar que el acercamiento es real y no se queda tan sólo al nivel de los discursos. Lo que los países latinoamericanos esperan de la potencia del Norte es una política clara y constante, no sujeta a los vaivenes de la política interna. Una nueva política, en suma, que demuestre con hechos que Latinoamérica no es más el patio trasero de los Estados Unidos y que está en su verdaderas prioridades nacionales.