Gobierno y crimen organizado: una metáfora canina
Por Diego Petersen Farah
El que no exista un acuerdo, dos personas sentadas en una mesa tomando decisiones de mutua conveniencia, no quiere decir que esté rota la comunicación, que no exista una transmisión de mensajes decodificables de acuerdo a un lenguaje.
Nadie podrá nunca acusarme de sostener un dialogo con mis perras, lo cual no significa que no me comunique con ellas. Mas aún, el que tiene la osadía de hablarles soy yo. Por suerte para el mundo y para mi estabilidad emocional, nunca me han contestado.
Sirva esta confesión como metáfora para tratar de entender lo absurdo que resulta cuando se habla de que el Gobierno de López Obrador tiene “acuerdos” con el crimen organizado. La primera razón para dudar de un “acuerdo” es justamente la acción que propició la acusación: si existiese algo similar, el convoy de prensa que acompañaba al Presidente no habría sido detenido en su camino al Triángulo Dorado.
Desde que los diferentes agentes del Gobierno (Dirección Federal de Seguridad, PGR, militares, gobernadores) fracasaron en su intento por controlar el narcotráfico, los vínculos directos son cada día más escasos. Nunca falta el ofrecido -un empresario de moda, un Diputado de poca monta, un Alcalde- pero cada día son menos y de menor trascendencia, pero la comunicación hoy tiene otros códigos y otras formas.
El que no exista un acuerdo, dos personas sentadas en una mesa tomando decisiones de mutua conveniencia, no quiere decir que esté rota la comunicación, que no exista una transmisión de mensajes decodificables de acuerdo a un lenguaje. Que yo no me siente a acordar con mis perras no significa que no nos entendamos, que ellas no sepan perfectamente interpretar el tono de la voz y la diferencia entre traer el periódico extendido o hecho rollo, convertido en garrote de papel.
Los mensajes que manda el Gobierno al crimen organizado son perfectamente decodificables. El tono y los continuos guiños del Presidente hablan: no hay persecución; está contento con la manera en que se portan durante las elecciones; el Presidente no tiene inconveniente en ser el quien camine a la camioneta de la mamá de “El Chapo” para saludarla; habla de abrazos e insiste en que no les va a disparar. De parte de los gobernadores y alcaldes el mensaje suele ser el nombramiento de los jefes de policía, hacerse de la vista gorda ante ciertos acontecimientos y permitir la operación criminal en tribunales. La presencia “disuasiva” de la Guardia Nacional es un periódico extendido que el crimen organizado interpreta correctamente como que no hay amenaza.
En respuesta los grupos regionales entienden perfectamente de qué van las elecciones. No necesitan pedirles su ayuda, ellos controlan el territorio y saben quién les conviene en ese lugar específico. Se ha hablado mucho de los apoyos a Morena en Sinaloa, donde los mensajes del Presidente han sido reiterativamente conciliadores, pero lo mismo sucede y ha sucedido a lo largo de las últimas dos décadas con otros grupos y otros gobiernos de otros partidos en otros territorios.
Las distintas jaurías tienen una buena parte de la casa y pelean por cada patio. Hubo un administrador que quiso enfrentarlos, primero con periódicos enrollados, luego con garrotes, y armó una carnicería. El que siguió prefirió hablar de otras cosas, pero no se detuvo la sangría. El administrador actual de la casa ha decidido que es mejor hablarles bonito, tratar de domarlos, y educar a los nuevos cachorros porque dice, en el fondo son buenos, lo que les falta es alimentación y cariño.
Los canes están contentos y cada día ganan más territorio. La carnicería sigue. Son perros.