Morena necesita un adversario
Por Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
La oposición ha cometido errores y tomado decisiones costosas que, como sabemos, la han debilitado, y aunque eso pueda verse con beneplácito por los simpatizantes del obradorismo, a la larga el resquebrajamiento absoluto de la oposición terminará debilitando al propio movimiento gobernante.
El domingo 12 de junio, en Toluca, se inauguró oficialmente -aunque nadie la llamara así- la carrera por la sucesión presidencial. Hay muchas preguntas que hacernos acerca de este comienzo, inédito no sólo por su premura, sino por su concepción: los tres contendientes más visibles tratan de ganarse la simpatía popular al modo de cada cual, porque en esta ocasión, como nunca antes, no serán designados por una institución, ni por una camarilla, ni por una persona -o tal vez sí, pero sólo en la medida en que esa persona encuentre que son percibidos favorablemente por la opinión popular-.
Algunas de las preguntas que más inquietan son, por ejemplo, qué implica este banderazo de salida para algunos tan prematuro. ¿Se podrán evitar las rupturas al interior del partido gobernante? ¿Qué podría funcionar como un factor de cohesión en un movimiento tan amplio y necesariamente diverso como es el obradorismo, asediado por la ahora impostergable lucha interna por la candidatura presidencial? Seguramente no hay simpatizante de la 4T que no viva con el fantasma de que, cuando el mandato de López Obrador termine, y probablemente incluso antes, habrá conflictos en el partido y el movimiento -que sabemos que no son lo mismo- que pondrán en riesgo el proyecto político por el que tanto se ha trabajado y que en seis años de gobierno apenas habría completado su primera fase.
Cual sea que llegue a ser la respuesta -o respuestas- a estas preguntas, me gustaría detenerme en el papel de la oposición en ese proceso. La oposición ha cometido errores y tomado decisiones costosas que, como sabemos, la han debilitado, y aunque eso pueda verse con beneplácito por los simpatizantes del obradorismo, a la larga el resquebrajamiento absoluto de la oposición terminará debilitando al propio movimiento gobernante. En otras palabras: ten cuidado con lo que deseas, porque se puede volver realidad.
La alianza contra natura del PAN-PRI-PRD se formó bajo la premisa aritméticamente inobjetable, pero políticamente ingenua, de que sumando los votos de tres partidos se obtiene un número mayor que si se consideran los votos de cada partido por separado. La verdad es que una persona que vota por un partido, pongamos, de derecha, como el PAN, no necesariamente va a votar por ese mismo partido cuando lo ve aliado con lo que se suponía que era un partido de izquierda, como el PRD. O quienes creyeron la leyenda de la alternancia, según la cual el PAN era el único partido que podía “sacar del poder” al PRI, no siempre se mantendrían leales a su favorito si ven que se alía con quien, según el canon, era su adversario histórico. El caso es que para lograr esta amalgama, los tres partidos tuvieron que abandonar sus plataformas ideológicas y presentarse como una mera maquinaria captadora de votos, sin otro factor de unidad que un propósito pueril: oponerse a todo lo que proponga, diga o haga Andrés Manuel López Obrador. Cualquiera sabe que una plataforma política enfocada exclusivamente en discordar con una persona no es, ni aquí ni en ningún lado, un proyecto de país.
En 2017, el PRI gobernaba 14 estados, y el PAN, 12. El PRD gobernaba 4 entidades, el Partido Verde una y Nuevo León tenía un gobernador independiente. Apenas cinco años después, Morena gobierna 20 estados (sin contar San Luis Potosí, gobernado por su ahora aliado, el Partido Verde), Movimiento Ciudadano gobierna 2, el PRI mantiene 3 y el PAN, 5. Hay muchos factores que explican este cambio tan notorio en el mapa nacional, pero ciertamente, si la alianza forjada en 2020 hubiera dado el resultado de suma absoluta que esperaban, ninguno de los partidos que la conforman habría visto reducido su margen de victoria tan drásticamente.
A todo esto sumemos que, mientras que Morena reúne un domingo por la mañana al menos tres figuras notables como posibles sucesores a la presidencia, la oposición en cuatro años no ha podido determinar ni un solo candidato viable: todas sus opciones son, o demasiado grises, o demasiado divisorias, o están ocupados huyendo de procesos penales.
En el ámbito legislativo las cosas no son muy distintas, aunque ahí la oposición se dio cuenta de su poder de contrapeso. Morena y sus aliados siguen manteniendo, como desde 2018, más de la mitad del Congreso, y esto les basta para aprobar el presupuesto o para hacer cambios en leyes secundarias, pero dependen de negociaciones con alguno de los partidos de la alianza para llevar a cabo cambios constitucionales, que requieren mayoría calificada de dos terceras partes. En abril, sin mayores argumentos o ponderación seria de razones, la alianza opositora, como dicta su única vocación, rechazó la reforma constitucional en materia eléctrica propuesta por el presidente López Obrador. Y entonces determinó su modo de operar por lo que resta del sexenio: no hacer nada. Dejarán, como es inevitable, que la coalición gobernante pase los cambios que quiera e impedirán que pase cualquier reforma para la que los necesite. El nombre pomposo que le dan a esta estrategia de inacción es “moratoria constitucional” y en buen español no es otra cosa que “nadar de muertito”, sin proponer, sin negociar, sin confrontar -en pocas palabras: sin trabajar-, por el tiempo que le queda a esta legislatura.
En otras coyunturas de participación democrática, la oposición, tanto dentro como fuera de los partidos, ha optado por la misma estrategia de sabotaje. Eso sucedió, por ejemplo, con la consulta popular y con la consulta de revocación de mandato. En lugar de disputar las victorias, los opositores socavan los fundamentos mismos de la disputa y así no pierden. O al menos eso piensan.
No le regateo méritos al partido gobernante, pero también hay que reconocer que la actitud negligente de la oposición le ha facilitado algunas batallas. Y aquí viene lo preocupante: la política es, entre muchas otras cosas, la gestión pacífica del conflicto, y para eso necesita alimentarse de la coexistencia de proyectos encontrados. Contra lo que dictaría el recato bienpensante, la buena política prospera en el desacuerdo. El hecho de que el único proyecto de país hasta ahora sea el defendido por el obradorismo, que la oposición no se moleste en proponer una alternativa, y que se haya diluido en un adversario desdeñable, amenaza con desgastar al obradorismo, que no tendrá contra quien defender su ideario. Algunos se preocupan de que esto tendrá como consecuencia una hegemonía aplastante del partido en el gobierno, pero a otros nos preocupa más bien lo contrario: que la falta de un adversario externo propicie en Morena una división interna a tal grado que la lucha por la sucesión que se inauguró en Toluca termine en una disputa personalista por un cargo y no, como manda la vocación del movimiento obradorista, en la defensa popular del país que queremos llegar a ser.
Corolario inevitable: dado que se vislumbra la primera gran ruptura con una figura ausente en Toluca pero que hasta ahora sigue en las filas de Morena, cabe preguntarse si ese será el adversario externo que concite la unidad al interior del partido.