Desinformación: río revuelto de ‘fake news’
Después de la ‘era de la información’ que enmarca la modernidad generada por el uso masivo de las tecnologías de la información, hemos arribado a la era de los riesgos aumentados, me refiero a los riesgos informativos e informacionales. La información auténtica o genuina se puede contaminar en instantes con información falsa o indebida (adulterada con fines ilícitos), es indispensable ahora contar con dispositivos para verificar la información.
La circulación de rumores, falsas noticias y la especulación mercantil con base en productos milagrosos como el ‘oro de los tontos’, fueron la constante de las épocas en que la información se propagaba de ‘boca en boca’. Siempre hubo y habrá timadores expertos y también ingenuos. Sin embargo, la información real o falsa viajaba en vehículos lentos y pasaba por filtros de verificación como la comprobación física de las cualidades de los bienes y servicios. Hoy la información viaja a la velocidad de la luz y no podemos controlar sus efectos, vivimos en la internet, ahí nos desenvolvemos y desarrollamos nuestras actividades y tenemos contacto con quienes se mueven desde el anonimato.
Históricamente, los gobiernos suelen engañar a la población con pretextos como “no causarle daños mayores” (ejemplo: ocasionar reacciones súbitas de pánico), la protección de la sociedad a través de medias verdades o verdades a medias tuvo una explicación eufemística y hasta ridícula.
El asunto es que no solo los gobiernos han negado información veraz, las empresas privadas resguardan y protegen información legalmente, pero también suelen jugar el juego sucio de engañar porque la información en sí misma posee un valor según el daño que pueda provocar.
Cual plaga apareció una modalidad de afirmaciones falsas que se propagan a gran velocidad por el efecto instantáneo de las redes sociales (fake news). Se trata de formulaciones fabricadas para lucrar con los datos falsos. La emisión calculada de información errónea propicia tráfico en la red, y eso genera dividendos, produce rentas, anima a invertir súbitamente o a trasladar dinero a destinos diversos y también causa gigantescas pérdidas o perjuicios irreversibles.
“El derecho humano a saber” existe, pero no respecto de cualquier información, sino para acceder a la información de calidad, la verdadera. Aquella información que resiste la prueba de la comprobación, que en nuestros días escasea por la abundancia de las fake news. En el INAI vigilamos la calidad de la información pública (gubernamental). Durante la pandemia el INAI convino con la Secretaría de Salud del gobierno federal crear un micrositio que sistematiza información sobre el Covid-19 y con la Secretaría de Relaciones Exteriores puso uno para colocar las versiones públicas de los contratos por la compra de las vacunas para inocular a la población.
Así como se han formado movimientos de corte ambientalista para defender el planeta rechazando productos contaminantes, debemos comenzar procesos dirigidos a depurar la información para evitar el jugoso negocio de la falsa información: madriguera del crimen, escondite de la simulación pública y privada y perfecta morada de la impunidad.