David vs Goliat

Llevamos taurinos y antitaurinos más de una década discutiendo. No por gusto de los primeros, sino por necedad y soberbia de los segundos, que intentan imponer una “moralidad” que suponen superior desde una ecología urbana y la lamentable humanización de los animales. Movimiento que viene impulsado desde la industria de las mascotas; billonario negocio que pretende sustituir a los niños por los animales de compañía.

El enfrentamiento es por demás disparejo. Los segundos cuentan con recursos ilimitados y son capaces de mentir y manipular la verdad hasta el punto del ridículo. El cinismo y la doble moral son ya insoportables y por lo visto insostenibles, ya que desde el punto de vista legal y jurídico la justicia comienza a hacerse sentir y ha protegido, en más de una ocasión en las cortes, los derechos de esta minoría, que no es no pequeña, pero minoría a la que pertenecemos los taurinos.

Sin meternos con nadie, gozando de una cultura, que lo es, arraigada por más de cuatro siglos en México hemos tenido que destinar recursos, estos limitados, cuyo fin es la defensa de nuestra libertad para gozar o ser parte de una actividad lícita que con orgullo mantiene y difunde una de las tradiciones de mayor peso en este país.

Sentarnos ante una mesa de debate, sea cual sea la postura del moderador, que suele ser estimulado por la industria “mascotera”, es absolutamente estéril. Ni ellos nos van a convencer y a nosotros no nos interesa convertirlos en aficionados. Lo que en realidad nos interesa es exponer el sentido completo de la tauromaquia que es mucho, pero mucho más, que sólo la corrida de toros. Ritual que da sentido y significado a la existencia del toro bravo, del cual sólo el 3 % llega a la plaza, el resto, vive en plena libertad y absoluto equilibrio ecológico junto con cientos de especies de flora y fauna dentro de las ganaderías.

Los prohibicionistas intentan, cada vez, por medios más ruines y tramposos, confundir a jueces y sociedad con absurdos legales. Su objetivo es prohibir las corridas de toros, sin detenerse a pensar que con eso serían los responsables de la extinción de una raza animal única, como lo es el toro bravo. Se llevarían de un plumazo en México, más de 170 mil hectáreas de campo destinado a la crianza de esta magnífica especie, que cuenta con 120 mil cabezas de ganado, de las cuales alrededor de tres mil llegan a la plaza de toros a morir y dar sentido a su existencia. Es correcto, la muerte de tres mil toros bravos, le da vida a más de 120 mil animales entre vacas de vientre, becerros, becerras, novillos y sementales. Al año mueren menos toros bravos en la plaza que en un solo día en el rastro.

Con la gallardía con la que miles de mexicanos derramaron su sangre para que nuestro país tenga hoy libertad, independencia e igualdad, así lo hacen los toros bravos para mantener su especie. Dirán los antis “sí, pero ellos no lo piden”. Tienen razón, el ser humano domina el planeta, como tampoco cientos de miles de perros piden ser castrados para luego ser paseados en carriolas con un suéter del América, eso es crueldad.

El debate si lo hubiera, tendría algún sentido no para discutir “toros sí o toros no”, más bien deberíamos discutir si todas las minorías tienen los mismos derechos y quién tendría la capacidad moral de definir todos los puntos que saltaran a la mesa de esta discusión.

De entrada, en este país, está prohibido prohibir. Los antitaurinos no se han dado cuenta del inmenso derecho que tienen a no asistir a una plaza de toros. Eso es libertad. Su movimiento es atroz, atenta contra la individualidad y la libertad de los mexicanos que gustan de la tauromaquia.

Son más de 80 mil empleos directos y más de 145 mil indirectos anualmente. Trabajo legal, que genera bienestar para familias mexicanas.

Vivimos tiempos complicados, no sólo en México sino en todo el mundo. La Suprema Corte de la Nación ha fallado a favor de la libertad de todos los mexicanos, se ha reconocido esta cultura, pero lo más importante es que como ciudadano siento que mis intereses son velados por la Constitución y que será casi imposible que el afán prohibicionista de unos cuantos tenga validez en nuestro país.

Otro tema es ¿si esta cultura perdurará de manera natural? No lo sé…, lo deseo desde luego, pero soy consciente que los medios electrónicos y el maldito celular han cambiado los patrones de comportamiento de la sociedad. La tauromaquia ha sido y lo es, cada vez más, un espectáculo cuya verdad es la vida y la muerte… lo único certero que tenemos en este planeta. La tauromaquia genera emociones que ningún otro espectáculo es capaz de brindar, nos conecta con nuestra humanidad, te gusten o no los toros, eso es maravilloso.

Los taurinos seguiremos defendiendo nuestra libertad, nuestros derechos y, desde luego, al toro bravo. Ya estamos hartos de la supuesta superioridad moral de los animalistas ecologistas urbanos. No cederemos ni un ápice, levantaremos la voz y haremos valer lo que es nuestro.

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