García Luna, un productor de televisión
Hace 14 años, el 9 de diciembre de 2005, cuando no existían las fake news, el noticiero matutino de Televisa, Primero Noticias, nos daba una espectacular noticia: los miembros de la banda criminal llamada Los Zodiaco, estaban siendo perseguidos y, bajo una secuencia de suspenso muy bien lograda, finalmente los delincuentes eran atrapados.
Dos tenientes coroneles y más de cuatro subalternos, jadeaban ruidosamente delante de los micrófonos de la estación televisora. Gruesas gotas de sudor perlaban sus frentes y debajo de los uniformes, sus corazones luchaban para no estallar por el esfuerzo que todos vimos habían empleado para lograr la captura de un tal Israel Vallarta, sus secuaces y una dulce mujercita de tez muy blanca adornada con una mueca que aspiraba a ser una leve sonrisa. ¡La estaban entrevistando ante un enorme auditorio expectante y preocupado por la suerte de los policías bienhechores!
Satisfechos estábamos ante un sonoro logró de los buenos y los malhechores asumían que desde que nacieron habían caído ante las tentaciones del infierno. Bueno no todos, la mujercita de rostro blanco como la leche, se decía inocente pues ignoraba que su pareja sentimental, un casanova latino, era un perverso delincuente. No obstante, dos individuos rescatados del sótano de esa casa, decían ante quien quisiera escucharlos, que esa güerita de nombre Florence Cassez, lo mismo les torturaba que les llevaba comida. La pintaron como a Lucifer de alas blancas.
La audiencia estaba conmovida y la prensa de esos años desgarraba lamentos combinados con sonoros aplausos ante la gesta de los uniformados que comandaba un bravo y servicial funcionario público, jefe de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI).
Al fin teníamos nuestra propia CIA, mejor aún, el FBI mexicano y con más bravura que los ‘bobys‘ ingleses, los carabiniere o la gendarmerie francesa. Comenzamos a pensar que la eficiencia policíaca abría las puertas a una justicia larga y dolorosamente esperada. Los testimonios de las víctimas, especialmente Ezequiel Elizalde y de Cristina Ríos Valladares eran estrujantes. La güerita, cuyo acento al hablar revelaba su origen francés, se declaró inocente del rosario de acusaciones, entre las que destacaba ser cómplice de una banda de criminales del narco y otras pestilencias.
Inicialmente el consulado francés la defendió y años de encierro más tarde, cuando el presidente Nicolás Sarkozy visitó nuestro país y estuvo en el Senado de la República, abiertamente habló de injusticia y exigió la liberación de su conciudadana. Las relaciones entre los dos países sufrieron un grave, muy grave quebranto. Tanto que lo que debiera ser el año de México en Francia se vino abajo. Exposiciones, piezas teatrales, conferencias, presentaciones de libros, conciertos, debieron ser guardados y las notas y decires de la prensa francesa, nos compararon a las condiciones de justicia del Senegal y del Congo.
Durante años Televisa puso en una caja fuerte el hecho de que don Genaro García Luna había preparado la captura de los supuestos criminales, ya que el noticiario Primero Noticias se había prestado a realizar un montaje que vieron cientos de miles (¿millones?) de televidentes en donde se dijo que las escenas eran “en vivo”.
No solamente nos habían mentido policías y la televisora; lo que lograron fue hacer de la justicia mexicana, una marioneta. Cinco ministros de la Suprema Corte analizaron la petición de amparo de la ciudadana francesa y le negaron su libertad. Fue hasta después de la confesión del engaño televisivo que fue liberada, aunque sin prisa ni todos los acusados, pues todavía están en prisión Israel Vallarta y sus socios.
Cuando finalmente Florence Cassez, culpable o no, fue liberada debido a esa enorme falta en el proceso penal, fue recibida en Francia como una heroína. Declaró y exhibió ante la prensa europea a la policía mexicana, los ministerios públicos y los jueces como títeres de los intereses del jefe de la AFI y más tarde secretario de Seguridad del gobierno federal, el señor Genaro García Luna.
El caso Cassez se restregó durante largo tiempo en el rostro de la nación como un demostrativo de las infamias que ayer, hoy y siempre pueden ser cometidas por quienes debiendo proteger a la ciudadanía, pero prefieren armar un teatro que servirla.