Indignación ciudadana y cambio

Por Gustavo de Hoyos Walther

En México, por lo pronto, la indignación de la sociedad todavía no llega a los niveles que se podría esperar, dada la incompetencia manifiesta con la que ha gobernado el actual régimen.

El filósofo Karl Popper propuso que una teoría científica era válida si ésta permitía ser refutada. El pensador vienés llevó este paradigma a su teoría de la democracia. Así, un Gobierno legítimo es aquel que permite la rendición de cuentas de tal manera que, si fracasa en su gestión, debería ser reemplazado.

En la idea de Popper estos cambios de Gobierno tendrían que ser institucionales, legales y pacíficos. De acuerdo con esto, Estados Unidos representaría el mejor ejemplo de democracia en el mundo, siendo el país que ha celebrado elecciones ininterrumpidas desde hace más de dos siglos y donde los cambios de Gobierno son rutina.

Del otro lado del Atlántico ocurrió recientemente un ejemplo de la propuesta popperiana. Tras un cúmulo de escándalos, el Primer Ministro británico, Boris Johnson, anunció que abandonaría el cargo a la brevedad posible. Este caso es interesante pues, como sabemos, el arribo de Johnson al poder tiene como antecedente la decisión plebiscitaria del pueblo británico por abandonar a la Unión Europea. Ideada por Dominic Cummings, la campaña por el Vote Leave, utilizó hábilmente las redes sociales para demagógicamente convencer a la mayoría de desconectar a Gran Bretaña de las instituciones paneuropeas. En este esfuerzo, Boris Johnson desempeñó un papel protagonista. Es sabido los problemas que ha enfrentado Gran Bretaña en tratar de establecer una nueva relación con Europa. En este sentido, Johnson se encuentra, sin duda, en el campo de los nuevos populismos demagógicos que han arribado al poder en el siglo XXI. El daño que él ha causado a la democracia liberal en su país, sin embargo, es muchísimo menor al que han causado líderes similares en otras latitudes. Esto tiene que ver con la fuerza de las instituciones democráticas en Gran Bretaña, que se retrotraen a la publicación de la Magna Carta Libertatum en 1215. El vigor de la democracia liberal británica ha permitido que el país haya logrado, a pesar de todo, gestionar la crisis de la pandemia y la crisis económica. Por ello, también, la salida de Johnson ha sido pacífica, aunque controversial.

Si comparamos esto con otro caso reciente, como el de los disturbios en Sri Lanka, la diferencia entre ambos casos es patente. Cansados de la inflación rampante y de la escasez de combustibles y medicinas, manifestantes opuestos a Ranil Wickremesinghe, irrumpieron en su Palacio en la capital del país, Colombo, con el fin de llamarlo a cuentas. Como en el caso de Johnson, el Presidente de Sri Lanka tuvo que anunciar su renuncia anticipada. Hay que agregar a la ecuación que Wickremesinghe ha sido una figura omnipresente en la política de Sri Lanka desde 1993, cuando ocupó por primera vez la magistratura. Así que en este episodio hay también un elemento de hartazgo.

De cualquier manera, la vía del cambio a la británica es ciertamente mucho más apropiada y eficaz que la vía violenta de los manifestantes en Colombo.

Pero estos dos episodios nos hablan de una dimensión ciertamente toral en nuestros días. A saber: la capacidad de los ciudadanos y de las instituciones para reconocer y, en su caso, llamar a cuentas a un Gobierno incompetente e irresponsable. Desgraciadamente no faltan los casos en que el hechizo de líderes carismáticos y demagogos sobre enormes capas de la población provocan que muchos ciudadanos dejen de tener una posición popperiana, y en cambio, se rindan intelectual y moralmente ante gobiernos a un tiempo ideológicos e irresponsables. Para América Latina, basta con hablar de los casos de Cuba y Venezuela para tener que preocuparnos.

En México, por lo pronto, la indignación de la sociedad todavía no llega a los niveles que se podría esperar, dada la incompetencia manifiesta con la que ha gobernado el actual régimen. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que los niveles de aprobación de López Obrador han caído alrededor de 20 puntos porcentuales desde que asumió el poder.

Lo esperanzador es que la democracia mexicana tiene la madurez para construir una vía del cambio más parecida a la de Gran Bretaña que la indeseada que se vive en Sri Lanka.

Al ser el mexicano un régimen presidencial, la ruta de cambio no pasa por la dimisión del Ejecutivo federal. Se debe manifestar a través de la alternancia democrática que se construya a partir de la votación popular. Y aunque los partidos en la oposición no estén en plenitud de forma para afrontar este desafío, hay una ciudadanía empoderada, como la imagino Popper, que desde el inicio de el siglo XXI ha hecho de la alternancia la constante de la política mexicana. Y con eso basta para cambiar.

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