Poner orden al orden
Caminarás adelante hacia el crecimiento o para atrás hacia la inseguridad
Abraham Maslow
La mente del ser humano necesita del orden como el cuerpo del oxígeno: sin él colapsa. Es, por descontado, la piedra angular de la cordura.
Se trata de una necesidad psicológica primaria que, para concretarse, requiere convertirse en una habilidad que modifique la realidad exterior y, a su vez, se retroalimente de ella.
Nacemos necesitando orden mental, pero debemos aprender a desarrollarlo, pues de suyo el pensamiento, su arquitecto, suele ser bastante caótico. Hay que entrenarlo, cosa que generalmente está fuera de la extensa lista de enseñanzas hogareñas.
Cuando en casa nos inculcan orden, éste se enfoca a nuestro entorno y no a nuestro fuero interno, pero esto es por supuesto muy valioso, porque tratándose de una necesidad psicológica, su manifestación externa impacta necesariamente a la interna.
El orden es lo que nos permite sistematizar nuestras vidas para que no vayan al garete. Puede ir de muy básico a muy complejo y de muy flexible a muy rígido. Su nivel, en cualquiera de los dos casos, será lo que determine el grado de nuestra seguridad personal.
En cualquiera de los polos nos sentiremos bastante inseguros. Si nuestro orden es muy básico y muy flexible, seguramente tendremos ánimo voluble; si es muy básico pero rígido, nos tornaremos tercos; si es complejo, aunque flexible, probablemente acostumbremos procrastinar, y si es complejo y rígido seremos muy rutinarios y reticentes a cualquier cambio.
La búsqueda de seguridad es en el hombre otra de las necesidades psicológicas de primordial satisfacción, mucho más importante y fundamental que la de amor, felicidad, autorrealización y otras que no pueden ser plenamente satisfechas si no nos sentimos seguros.
La sensación de inseguridad puede ser enloquecedora, científica y literalmente. El orden es el cimiento de la seguridad. Pero no solo eso, sino que produce serotonina y dopamina, neurotransmisores que nos permiten sentirnos satisfechos, en paz, tranquilos. En ocasiones funciona bien como un sedante.
El orden pertenece a los dos ámbitos de la inteligencia humana: el emocional, en el que interactúan la razón y la afectividad, y el instrumental, sostenido sobre cuatro pilares: orden, motivación, voluntad y constancia.
Ahora bien, el orden es indudablemente control, pero no de aquello que no está en nuestras posibilidades controlar o de aquello que, aunque pudiéramos, no debiéramos controlar.
Cuando nos encontramos en los extremos ya descritos del control, y por tanto nuestra inseguridad es alta, desarrollaremos compulsión por controlar situaciones, circunstancias y, sobre todo, personas que deberíamos dejar por la paz, de manera que pondremos mucha más atención en ellas que en nosotros mismos.
Esto no hará más que alejarnos de las causas psicológicas de nuestra inseguridad y, por tanto, de la posibilidad de un reordenamiento mental, o sea de poner orden en el orden.
La necesidad de estarle dando vueltas y vueltas a un asunto en la cabeza para que quede ahí en orden, de manera que nos sintamos tranquilos, es normal, aunque puede llegar a ser bastante inútil y desgastante; pero la acción para forzar la realidad a tomar el cauce de nuestras imágenes de orden y para manipular o presionar a las personas para que actúen según nuestra voluntad, ya no lo es.
La famosa “necesidad de control”, no es más que necesidad de seguridad. Los controladores, pasivos o dominantes, son personas muy inseguras, cuyo orden mental está siendo esencialmente erróneo por falta, principalmente, de inteligencia emocional, es decir, por incapacidad de gestionar sus emociones, fundamentalmente sus miedos.
El miedo tiene por supuesto su propio orden de las cosas, siempre en una lógica catastrófica, pero la explosión emocional que produce ocasiona un caos mental, de manera que los pensamientos se suceden unos a otros vertiginosamente, sin sustento alguno y a veces sin relación aparente, agitando aun más nuestras turbulentas emociones.
De aquí solo salimos “contando hasta diez”, o nos volvemos unos paranoicos consuetudinarios, digamos unos “conspiranoicos”.