Calentar la plaza o la ciudad como rehén

Por Jorge Zepeda Patterson

“No se trata, desde luego, de dejar de ser rehenes de los cárteles para comenzar a ser rehenes de los soldados. Pero sí de asimilar la gravedad de la situación y discutir nuestras opciones sin mezquindades políticas”.

El ataque a ciudadanos de manera azarosa y sin ningún otro motivo que enviar un mensaje quizá no sea una táctica inédita del crimen organizado, como dijo el Presidente, pero sin duda ha adquirido en los últimos días una intensidad como no se había visto antes. La excelente pluma de la reportera Elena Reina del diario El País, lo describió a cabalidad este sábado: “Un vecino va a una pizzería a cenar, o a una tienda de alimentación, o a echar gasolina a su coche, o vuelve del trabajo en un autobús de la fábrica, cuando todo estalla. Cuando la mecha que se prendió tras la rejas de una cárcel, gobernada por todos menos por el Estado, se extiende a la puerta de su casa. Y entonces una ciudad completa se convierte en un macabro escenario bélico, que es para los criminales campo abierto donde pasearse con bombas y rifles de asalto desatando el pánico y acribillando a gente a quemarropa, como si estuviera en un videojuego”.

En menos de una semana se ha reproducido la escena anterior en distintos sitios en el país: Ciudad Juárez, Tijuana, Tecate y Mexicali, este jueves; y el martes en Guanajuato y Jalisco. Se trata de organizaciones diferentes, aunque en todos los casos obedece a la misma razón: venganza, pero con cargo al ciudadano común. En Ciudad Juárez, remite a una reacción de una banda denominada Mexicles, tras una riña en la cárcel en la que salieron mal parados frente a sus rivales Los Chapos. Sus secuaces no encontraron otra forma de quitarse la frustración que salir a matar vecinos; saldaron la jornada con nueve personas asesinadas al azar. El ataque en Guanajuato y en Jalisco, fue también una reacción de enojo, en este caso de la organización CJNG, tras el intento fallido por parte de las autoridades de detener a sus líderes en una reunión clandestina organizada esos días. En este caso al parecer nadie habría perdido la vida, pero docenas de personas fueron despojadas de sus vehículos, y tuvieron que observar la manera en que fueron consumidos por las llamas.

Incendiar autos para bloquear el paso de las autoridades durante un operativo no es una estrategia reciente. Pero en este caso simplemente obedeció al deseo de enviar al Gobierno un mensaje, a medio camino entre la protesta y la amenaza de lo que puede hacer el crimen organizado contra la población.

Como se recordará en octubre de 2019 el Cártel de Sinaloa logró que el Presidente optara por liberar a Ovidio Guzmán, hijo de “El Chapo” que había sido detenido unas horas antes, a cambio de que no ejercieran su amenaza de emprender ejecuciones masivas en Culiacán. No es fácil juzgar una decisión de este tipo, considerando lo que estaba en juego. Pero lo cierto es que mostró a los criminales el valor estratégico de usar a los ciudadanos como moneda de cambio frente a las autoridades.

Matar personas al azar en represalia o como amenaza constituye un cambio de estrategia del crimen organizado, que durante años había jugado a construir “tejido social” en las plazas ocupadas, para ostentar la imagen de protector y benefactor de la población. En algunos casos, incluso, organizando el reparto de juguetes el día de los niños o despensas el día de la madre, patrocinando festividades y financiando obras locales. Pero la fragmentación de las bandas y sus luchas internas, el salvajismo desatado y la rápida rotación en el control de plazas, está dejando atrás tales actitudes.

De hecho, una de las razones para atacar a la población obedece a la estrategia de “calentar la plaza” por parte de un grupo rival al que domina en la ciudad. La violencia desatada obliga a las autoridades a intervenir, lo cual termina debilitando a la agrupación que controla el lugar, para beneficio de la que intenta introducirse.

Nos habíamos acostumbrado, por desgracia, a que la extorsión de los llamados giros negros en ocasiones provocaba el ataque a un local y el asesinato de clientes de manera gratuita, en represalia contra un empresario remiso o renuente. Lamentable como es, se trataba de operativos criminales contra un objetivo puntual. Un tipo de delito que ha obligado a las autoridades a desarrollar estrategias específicas.

Pero contra el asesinato al azar, en cualquier sitio y a cualquier hora, no parecería haber defensa; representa un desafío enorme para el estado, imposibilitado de cuidar todo el tiempo y en todo el territorio.

En los últimos días el Presidente ha dejado de hablar de “abrazos, no balazos”. Menos mal. Nadie puede estar en desacuerdo con el hecho de que debe trabajarse sobre las verdaderas causas (falta de oportunidades, impunidad, desintegración social y familiar); pero es evidente que la intensidad y extensión de la violencia obliga a un trabajo en dos flancos, el de largo plazo y el inmediato. Y este último sólo puede proceder de un despliegue mayúsculo de la capacidad del Estado para contener la enorme fuerza del crimen organizado.

Me parece que la construcción de una fuerza de 170 mil elementos de la Guardia Nacional y 500 cuarteles distribuidos a lo largo de todo el país, objetivos que aún están en proceso de conseguirse (actualmente la GN cuenta con 110 mil unidades y 220 instalaciones), son un paso clave en este propósito. Única manera de aspirar a recuperar el control del territorio. Absurdo seguir enviando al Ejército, como lo hizo Calderón, a dar golpes a una región solo para que el crimen retornara una vez que los militares se retiraban.

No sé si trasladar la GN a la Decretaría de la Defensa sea la mejor opción, como lo propone ahora López Obrador, pero me queda claro que ha llegado el momento de comenzar a discutir seriamente, y despojados de consignas políticas, lo que verdaderamente conviene al país. No es ético seguir pontificando, desde la seguridad de una residencia en la Ciudad de México, que la única solución “civilizada” es fortalecer policías y conseguir que los ministerios públicos sean honestos y profesionales, mientras los habitantes de gran parte del país y su patrimonio viven inseguridades inadmisibles. No se trata, desde luego, de dejar de ser rehenes de los cárteles para comenzar a ser rehenes de los soldados. Pero sí de asimilar la gravedad de la situación y discutir nuestras opciones sin mezquindades políticas. @jorgezepedap

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