Ayotzinapa, el dedo en la boca
Por Enrique Campos Suárez
No hay una sola decisión del Gobierno federal que pueda presumirse como exitosa, ninguna.
Ni los más entusiastas seguidores del presidente Andrés Manuel López Obrador tienen una buena calificación sobre los temas básicos como economía o seguridad.
Son ya cuatro años de Gobierno, le quedan apenas dos más, y está claro que hay una urgencia de mantener una buena popularidad que le permita al movimiento electoral del Presidente no enfrentar fracasos en las elecciones del Estado de México del próximo año, además de Coahuila, y en la presidencial que será en poco más de 20 meses.
Ante el fracaso de las políticas públicas y esa sensación generalizada de no estar mejor que antes, tal como se prometió en campaña, la respuesta es con el instrumento que dominan: propaganda, propaganda y más propaganda.
No hubo buena recepción ante uno de los pleitos favoritos de las izquierdas latinoamericanas de culpar a los yanquis de todos los males internos. De hecho, es mayoría la que no quiere perder el privilegio comercial con Estados Unidos. Por eso, ya no se habla en la mañanera contra Estados Unidos.
Las obras faraónicas están lejos de ser ejemplares, ni el aeropuerto abandonado, ni la refinería que no refina y mucho menos el ecocida Tren Maya logran aumentar la popularidad presidencial.
Hay corrupción, se niega. Hay impunidad, se oculta. Hay favoritismo y negligencia gubernamental y cada día resultan más difíciles de tapar.
Los casos emblemáticos de combate a la corrupción del pasado han ido de fracaso en fracaso.
La larga lista de presos que aportaría el ex director de Pemex, Emilio Lozoya, terminó en una pifia y en un tolerado pato laqueado del exfuncionario del que ya nadie se acuerda. Si no hay un pacto de impunidad, tampoco hay la más mínima intención de meterse con Peña Nieto.
La promesa de sacar a los mineros atrapados que dejó el neoliberalismo en Pasta de Conchos, por permitir la operación de las minas de carbón en esas condiciones, terminó en su propia desgracia minera y la imposibilidad de rescatar a los 10 trabajadores atrapados en El Pinabete, también en Coahuila.
Por lo que, entre esos últimos recursos de jalar los reflectores hacia uno de esos casos alimentados con la retórica propagandística del populismo, ahí están los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
El informe de la rimbombante Comisión Presidencial para la Verdad y Acceso a la Justicia en el caso Ayotzinapa falló en lo esencial de responder ¿Dónde están los estudiantes? Pero abrió la puerta para uno de los conceptos que más abrazan los grupos de esa izquierda mexicana desde hace décadas, aquello de fue un “crimen de Estado”. Y ahí se monta la 4T.
El presidente López Obrador se enoja si los medios de comunicación no hacen eco de este caso en los términos en que sirven a su causa. López Obrador se enoja con Alejando Encinas por su incapacidad de ser didáctico con el pueblo en la explicación de sus conclusiones.
Crimen de Estado, exprocurador preso, Ayotzinapa, en fin. La propaganda de una desgracia no resuelta para cubrir la mayor cantidad de omisiones posibles del régimen actual y jugarle el dedo en la boca a una clientela política a la que se le empieza a notar cada vez más la decepción.