Dos Proyectos
Por Gustavo de Hoyos Walther
“Muchos pensaron que él encarnaba un líder socialdemócrata que actuaría dentro del marco constitucional en favor de los más necesitados. A cuatro años del inicio de su Gobierno, sabemos que esas ilusiones no estaban fundadas en realidades políticas”.
Cuando López Obrador ganó la elección presidencial en 2018 había algunas dudas sobre cómo gobernaría. Muchos pensaron que él encarnaba un líder socialdemócrata que actuaría dentro del marco constitucional en favor de los más necesitados. A cuatro años del inicio de su Gobierno, sabemos que esas ilusiones no estaban fundadas en realidades políticas. Debo decir que a mí nunca me pareció posible la tesis según la cual López Obrador sería un Presidente respetuoso de la Ley y tolerante ante los que muestran disensos ante sus posturas políticas. Desafortunadamente, yo no estaba errado en mi análisis prospectivo que concluía que el actual Presidente no gobernaría como un demócrata escandinavo. Al contrario, toda su trayectoria ha sido la de alguien que cree sólo en su verdad y que actúa movido por su interés personal. Su irrupción más pública en la política fue un acto de violencia, al ser responsable de la quema de pozos petroleros en Tabasco, tras haber perdido la elección para Gobernador de esa entidad en 1994. Desde entonces ya se mostraba su impulso en no admitir una derrota electoral, a pesar de las evidencias. Después lo vimos imponer su candidatura a Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, en contra del orden jurídico. Alguien que vio lo que venía, la gran intelectual, Ikram Antaki, escribió en esas fechas lo siguiente, refiriéndose a López Obrador: “¿Acaso se dan cuenta los habitantes del DF de lo que va a ser su vida en los próximos tres o seis años? ¿Acaso se dan cuenta del infierno que podría ser? Quién los va a gobernar no es James Dean, sino un provinciano ignorante, violento y fanático.” Estas palabras proféticas nos alcanzan con enorme fuerza hoy, a pesar de haber sido escritas en el lejano año 2000. La frase de Antaki es parte de una columna llamada, El Bárbaro y los Cobardes, que debería ser leída por todos los que intenten comprender el significado de López Obrador. A sólo un par de años de que culmine su periodo presidencial, el balance le da la razón a Antaki: las mañaneras se han convertido en un homenaje a la postverdad y sus ataques a la ciencia parecen venir del medioevo. Su proyecto militarista es el de un gorilato y su autoritarismo es encarnado en la idea de la bárbara prisión preventiva oficiosa. Y que decir de su insistencia en crear una cultura del fanatismo alrededor de su figura, que está minando la confianza de los mexicanos en sí mismos. Además sus constantes insultos contra quienes no piensan como él y, de manera increíble, contra los más pobres, a quienes ha llamado mascotas, solovinos y otros epítetos, es una muestra de arrogancia que deberíamos rechazar por razones éticas. La lista de sus ataques frontales contra el orden republicano, la convivencia civilizada y la decencia tiene las dimensiones de una Enciclopedia.
Ya desde ahora es claro que la elección del 2024 enfrentará dos proyectos de Gobierno antitéticos: por un lado, el del obradorismo militarista y autoritario y, por el otro, un proyecto que intenta consolidar un régimen republicano, democrático y liberal. De acuerdo con el primero, las decisiones deben ser tomadas por un líder carísmático que se abroga la representación del pueblo y que pretende actuar como si no hubiera límites legales a su mandato. Se trata de la conculcación de la autonomía individual para transportarla a la potestad de una sola persona: la autocracia como forma de Gobierno. Este proyecto ya no se encuentra en el terreno de lo hipotético, sino que lo hemos visto concretarse en la realidad en sólo cuatro años. No ha sido una película, ni una pesadilla de la cual podríamos despertar, sino la encarnación de un régimen político en la realidad.
Los ciudadanos pueden terminar con este régimen en 2024 y escoger otra vía, otro camino. Uno en que las decisiones sean tomadas por los ciudadanos y sus representantes legítimos de manera concertada, teniendo en cuenta la diversidad de opiniones e intereses y buscando la unidad en lo esencial. Un proyecto en que las políticas públicas que se pongan en práctica, lo hagan a la luz del interés general. Uno que lleve al país hacia la prosperidad, la paz y la convivencia civilizada. A mí no me queda la menor duda de que esta será la senda que seguiremos como País a través de la alternancia. Lo esperanzador, es que muchos ya estamos trabajando en ello.