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El comercio transfronterizo a gran escala empezó en el siglo 19, impulsado tanto por la tecnología (las máquinas de vapor) como por las realidades geopolíticas (el dominio británico de los mares). Esa primera globalización fue expandiéndose en tanto que las máquinas aumentaron su eficiencia y el transporte se hizo más rápido, seguro y barato. También en la medida en que las naciones se fueron convenciendo de los beneficios del intercambio y se fueron desprestigiando el aislacionismo y el mercantilismo.

No fue un trayecto rectilíneo: hubo dos guerras mundiales y muchos conflictos menores; se vivieron recesiones y crisis económicas. Sin embargo, el comercio externo se volvió tan importante como el doméstico.

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A partir de los años 70 del siglo pasado una nueva globalización revolucionó la economía mundial. Los países avanzados, obligados por la intensa competencia, relocalizaron mucha de su planta fabril en naciones en desarrollo, que les ofrecían menores costos laborales y fiscales.

Se optimizó cada etapa del proceso productivo y se coordinó el transporte de materiales y componentes para trabajar “justo a tiempo”.

Hoy las marcas son mundiales. Los consumidores pueden encontrar la misma camisa, o la misma pantalla de televisión, en cualquier parte y casi al mismo precio. Esa camisa o esa pantalla contienen materias primas de varias procedencias y sus componentes fueron fabricados en puntos distantes. El ensamble final se dio en otro lugar y llegaron a las tiendas de todo el planeta en la misma temporada.

En lo que va del siglo hemos experimentado otro cambio tectónico: ha crecido exponencialmente el comercio electrónico. La tecnología permite ahora que el consumidor final se comunique directamente con el productor y ordene mercancías apropiadas a sus necesidades personales. Los almacenes automatizados aceleran el despacho de los pedidos, que llegan al comprador por servicios de paquetería.

Esta tendencia va a eliminar el comercio al menudeo y los canales de venta tradicionales. Será muy disruptivo para la economía: desaparecerán empresas que no logren reconvertirse. Tendrá también efectos sociales mayúsculos: desplazará a los trabajadores que no puedan adaptarse, de la misma forma en que la desindustrialización dejó en el desempleo a los obreros que no pudieron recalificarse con nuevas habilidades.

En medio de estos procesos avasalladores llegó la pandemia del Covid-19. La suspensión de actividades económicas provocó un rompimiento de las cadenas de suministro y distribución y encareció los fletes, lo que dio lugar a una inflación contagiosa. Salir de la contingencia nos va a llevar tiempo. Se tienen que reordenar los procesos y no será fácil recuperar el ritmo de las inversiones.

Algunos, asustados, se han adelantado a anunciar “el fin de la globalización”. Desde luego que la búsqueda de resiliencia, frente a nuevos eventos epidémicos, desastres naturales o conflictos políticos, va a modificar la forma en que se produce y distribuye, pero el intercambio de bienes va a seguir creciendo.

MÁS CAMBIOS

A pesar de que en nuestra vida diaria hacemos uso de servicios financieros y de comunicación que se gestionan desde otros países, no estamos percibiendo la magnitud de la globalización de los servicios.

Ya no es obligatorio trabajar desde casa porque los niveles de contagio se han abatido. Aun así, muchas compañías lo están haciendo permanente o híbrido. Tiene ventajas en los costos, como se hace evidente con los cientos de edificios de oficinas que se están desocupando. Es conveniente para los empleados, que ahorran tiempo y dinero en el transporte y pueden laborar en lugares más amables. Las reuniones virtuales ya se normalizaron y las grandes convenciones están pasando de moda. Se está evolucionando a formas de contratación y compensación más flexibles.

Lo más importante es constatar que si un trabajo se puede efectuar en su totalidad remotamente, no hay razón para que no lo pueda realizar alguien más allá de las fronteras. Sobre todo, si se tiene en cuenta que las diferencias salariales de un país a otro, en los sectores de servicios son mayores que en la industria. Un abogado o un contador en Brasil o en Indonesia ganan menos de la quinta parte que algunos de sus colegas en Alemania o en Estados Unidos.

La gama de los servicios exportables es amplia (incluye algunos tan personales como la educación) y no requiere de elevadas inversiones adicionales. Somos fuertes en ese sector y está previsto en el T-MEC. Sólo hay que ponerse listos.

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