¿El fin de la democracia mexicana?
Uno se siente como con la prueba del Covid-19, antes del año pasado, cuando no había vacunas y un positivo podía conducirte a un destino infame, o con la del sida en los años 80. Es decir, uno se siente medio consumido por una horrorosa incertidumbre, al filo del apocalipsis, y la culpa es del Senado.
Porque puede que los senadores del PRI y el PRD que cedieron la plaza el otro día, a la hora de destruir al INE y con el INE a la democracia mexicana, que es el objetivo del obradorismo, digan “hasta aquí”, conscientes de que si conceden esa posibilidad de seguir en un país más o menos libre se acabó, y decidan no inmolarse e inmolarnos a todos con ellos.
O puede que algunos de esos senadores hayan entendido, con buena fe, que los cambios cosméticos a la militarización de la seguridad eran suficientes como para dar el sí, y que no lo den a la hora de acabar de poner al país en manos de los talibanes del rencor. Puede que no todos estén sometidos al chantaje de una investigación que sí va a desnudar sus corruptelas o a las tentaciones de la corrupción vía embajadas.
Puede ser que con eso no le alcancen los votos al Presidente para poner las elecciones en manos de, por decir, Adán Augusto, o, ya que estamos, para reelegirse o para convertir a Tepetitán en la nueva capital del país. Puede. Hace una semana, de hecho, así lo pensaba. Hoy, la verdad, yo no le apostaría una lana a esa posibilidad.
En efecto, el espectáculo del otro día en el Senado fue, en el peor de los casos, de una corrupción infame, en el entendido de que corrupto no es solo el que hace negocios desde los cargos públicos, sino también el que usa la justicia para extorsionar a la oposición o, en el mejor, de una extraordinaria irresponsabilidad.
No creo, como dice el lugar común, que todo el estamento político sea corrupto e ineficaz. Hay en la política nacional cuotas de decencia y capacidad. Esta semana, para no ir más lejos, pudieron comprobarlo, Napito, al que Lilly Téllez usó como trapeador porque así es como se lidera con esos personajes, o Macedonio, que, para sorpresa de nadie, marcó un nuevo parámetro de bajeza, al que respondió con una digna, conmovedora mezcla de firmeza y claridad Claudia Ruiz-Massieu.
El presidente de la República, sin embargo, hay algo de lo que entiende, y es de la bajeza. Sabe rodearse de ella, como hemos comprobado demasiadas veces, y sabe manipularla. No sé si le baste con eso para matar a la democracia. Mientras lo comprobamos, ya les digo: pinche incertidumbre.