El enigma de Brasil

Por Alberto Peláez

Las elecciones en Brasil son cómo su futbol. Nada está escrito sino hasta que el árbitro pita el final del partido. Cuando parecía que Lula Da Silva tenía el país de nuevo a sus pies, Jair Bolsonaro sacó fuerzas de flaqueza e hizo una remontada que llegó a pisarle los talones a un Lula enfervorecido que empezaba a acariciar el poder.

Habrá que esperar hasta el 30 de octubre aunque estos comicios han dejado entrever posibles pronósticos. La goleada que se pronosticaba de Lula puede quedarse tan sólo en un sueño. Por lo menos nueve de los candidatos de Bolsonaro fueron elegidos como gobernadores de sus estados en las elecciones regionales de la semana pasada, frente a los cinco que se llevó Lula. Faltan aún doce estados que tendrán que dirimirse en la segunda vuelta a finales de mes.

Brasil es un país inmenso. Doscientos doce millones de personas tienen capacidad de voto, hay tres husos horarios distintos y se puede tardar hasta ocho horas en avión en recorrer el país de punta a punta sobre una vasta extensión de ocho millones y medio de kilómetros cuadrados, unas veinte veces la superficie de España. Es importante guardar estas dimensiones para entender mejor la realidad brasileña. Esta realidad de este inabarcable país refleja también la tremenda desigualdad entre pobreza, riqueza y su distribución. En los últimos años se ha podido sacar a veintiocho millones de pobres de ese estado. Pero Brasil es un país de contrastes, la riqueza está monopolizada en muy pocos que concentran más del sesenta por ciento del PIB. Por eso queda mucho por hacer y es aquí donde entran en juego dos actores, los reyes del ajedrez brasileño. Se trata de Lula y Bolsonaro, dos políticos muy diferentes entre ellos y muy distintos del resto de los servidores públicos. Ambos son populistas, cada uno con un corte muy particular. Los dos son iguales de efectivos en sus mensajes y ambos han reconducido a Brasil en un sendero de crecimiento paulatino. Eso sí, Bolsonaro dejó un PIB enorme cuando tomó la presidencia y Lula lo acrecentó.

Hay un estigma en cada uno de ellos. Lula Da Silva, la corrupción y la cárcel. En Bolsonaro la pésima gestión de la pandemia que en Brasil dejó casi setecientos mil muertos y aquellas imágenes terribles que pudimos ver en todo el planeta de fosas comunes para enterrar a las víctimas del coronavirus. Con todo ello, la segunda vuelta del 30 de octubre parece una carrera contrarreloj donde los dos caballos tendrán que correr para sacar tan sólo una cabeza, para ganar por la mínima. Así es Brasil, un país de extremos con demasiadas sorpresas.

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