El universo

Por Óscar de la Borbolla

“Porque más allá de nuestros cinco sentidos, tenemos uno, que me atrevería a llamar nuestro verdadero sentido: el de esa mirada que se levanta del plano horizontal y que nos permite descorrer la opaca cortina de lo cotidiano (…)”.

Vivimos con la mirada horizontal, tenemos los ojos para ver delante, la naturaleza —que moldeó nuestra forma— parece decirnos: lo que te corresponde es lo que está sobre la tierra, no abajo ni arriba, lo que está como tú, sobre la tierra. Y aunque por lo general eso hacemos: vivir inmersos en lo cotidiano, entregados a las relaciones con los otros, procurando nuestro sustento, debatiéndonos con lo que está sobre la tierra, a veces levantamos la vista, nos sustraemos de lo inmediato y preguntamos por nuestro sentido en el cosmos, por aquello que nos permite ser, por la distancia que hay entre las estrellas, por lo que constituye el universo, y estas preguntas —filosóficas o científicas— nos aguzan la vista, abren en nuestros ojos otra manera de mirar, nos sacan de la vida cotidiana donde es tan importante la política, lo que los demás piensan de nosotros, nuestros logros.

El universo es eso que nos libera del aquí y el ahora cotidianos; pensar en su tamaño: 93 mil millones de años luz de diámetro, pensar en su origen, en el famosísimos Big Bang, ocurrido hace 13 mil 700 millones de años, nos abisma, nos hace comprender el verdadero tamaño de nuestra insignificancia. Es verdad que formamos parte del universo; pero somos un punto en el planeta y, aunque la Tierra sea muy grande para nosotros, en el Sol caben un millón 300 mil planetas como el nuestro, y el Sol, pese a su enormidad, posee un tamaño ridículo si se compara con estrellas como Betelgeuse cuyo diámetro es de mil 300 millones km. Esta cantidad que se comprenderá mejor si nos imaginamos a Betelgeuse en nuestro sistema solar: su tamaño llegaría hasta la órbita de Júpiter.

Y todo esto es prácticamente nada si sabemos que Betelgeuse no es ni siquiera la estrella más grande de la Vía Láctea y a su vez la Vía Láctea, cuyo diámetro es de 105 años luz, es un puntito de luz sí la comparamos con el tamaño del universo observable, cuyo diámetro es de 93 mil millones de años luz.

Y más aún, cuando hablamos de universo observable se sobreentiende que el universo sigue, y sigue aunque no sepamos hasta donde, pues la luz ya no llega a nosotros. Lo que sí sabemos es que el universo está en expansión y que es inflacionario, o sea, que el espacio intermedio entre las galaxias se dilata y que mientras más lejos están de nosotros los cúmulos de galaxias, más deprisa se alejan. La expansión y la inflación puede llegar a producir que el universo observable se vaya despoblando, que un día lo que hoy todavía vemos se aleje y se aparte tanto de nosotros que no vuelva a alcanzarnos su luz. El universo observable es ciertamente inmenso y, sin embargo, no es todo…

Todavía falta considerar la existencia de un porcentaje altísimo de materia y de energía que no podemos ver, las que se denominan oscuras y que equivalen al 95 por ciento de toda la energía y materia que debe haber en el universo para que resulten consistentes los cálculos gravitacionales y muchos fenómenos que no se explicarían si esa materia oscura y energía oscura no estuvieran ahí. Nuestros sentidos no nos bastan para mirar lo que hay, tal vez el Micromegas de Voltaire que tenía cerca de mil sentidos podría percibir lo oscuro.

Pese a ello, quienes estudian el universo nos regalan una gran lección. Porque más allá de nuestros cinco sentidos, tenemos uno, que me atrevería a llamar nuestro verdadero sentido: el de esa mirada que se levanta del plano horizontal y que nos permite descorrer la opaca cortina de lo cotidiano, esa mirada que nos ha convertido en más de lo que somos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *