La jaula del presente

“Y es que ha sido tenaz la información sobre el presente que nos olvidamos del futuro o peor, del pasado de nuestra andadura democrática. No como el desenlace de una tragedia anunciada sino como ausencia de perspectiva”.

…y la incertidumbre por el futuro.

Hace una semana subí a mi muro de Facebook la colaboración “La kakistocracia y el cash” de mi autoría que se publicó el sábado pasado y estuvo una parte de ese día en el portal de SinEmbargo como el más comentado.

Y debo confesar que no precisamente recibí aplausos salvo de uno o dos lectores, que salieron en defensa del texto y me dieron un momento de respiro.  Gracias a ellos. Pero al punto que voy es algo que por la dinámica diaria podríamos decir que una buena parte de la inteligencia que está en la academia o el periodismo se encuentra preso en lo que llamaría: “La jaula del presente”.

¿A qué me refiero? A que la atmósfera polarizante que se incubó en el calderonismo y maduró durante el peñismo, para llegar a su máxima expresión durante estos casi cuatro años de Gobierno obradorista ha llegado a un punto en que lo único que se discute, y de mala manera, es el presente tan circunstancial y efímero.

Sea lo que la pasada semana fue la guacamaya leak o el libro El Rey del cash de la periodista Elena Chávez -dicho de paso una disculpa porque en el texto de marras la convertí en Esther- que han puesto en entredicho la seguridad nacional y el relato de la honestidad valiente. El “no mentir, no robar, no traicionar”. O lo que venga está o la otra semana. Hay materia.

Y es que la vida en medio del escándalo político no es fácil. El ciudadano promedio mueve sus lealtades y emociones para apoyar al presidente o a la oposición. Ambas posturas tienen en común el presente con su efimeridad. Y ahí vamos. Pensamos la historia en clave de días, horas, minutos. La democracia en clave no de instituciones sino de personificación, como garante de ella y rueda de nuestra historia.

Sean los personajes del momento, por ejemplo, las mal llamadas “corcholatas” de Claudia, Marcelo y Adán o la difusa lista de nombres de los partidos de la oposición agrupados en lo que queda en la coalición “Va por México” o el partido Movimiento Ciudadano. Que va de la septuagenaria Beatriz Paredes al treintón Luis Donaldo Colosio.

Y ahí nos enredamos en la filigrana del presente. Y es que ha sido tenaz la información sobre el presente que nos olvidamos del futuro o peor, del pasado de nuestra andadura democrática. No como el desenlace de una tragedia anunciada sino como ausencia de perspectiva. Y la perspectiva nos guste o no, es no olvidar la teoría y el arreglo institucional.

Como sociedad política somos resultado de la teoría democrática. Y los demócratas, cuando nos perdemos en el alud informativo, las fake news, los libros a favor y en contra, tenemos que volver a lo básico para tomar aire e intentar comprender el último escándalo independientemente de su envoltura y cilindraje.

No olvidemos que el escándalo político es una construcción que parte de la realidad, pero es consustancial a la democracia. Y eso obliga volver a nuestra referencia democrática. No hay de otra. Saber dónde estamos parados para abrir la ventana mental y no perder perspectiva en el entendimiento. Asumir lo que está en riesgo y contrarrestarlo desde la academia, los partidos políticos, la sociedad organizada, las instituciones de la democracia, incluso, los sectores democráticos del Gobierno en funciones. No todo está perdido.

Es más, estamos, en el inicio de un nuevo momento que por su nivel de tensión convoca a oportunidades de enderezar la perspectiva.

Y es que quiero pensar que en esos momentos cada uno sabe lo ganado y lo que se puede perder en caso de dejar todo al poder establecido.

Y es que lo que hemos visto en estos años es la reversa a la oferta política de la campaña obradorista que alcanza su máxima expresión en el fortalecimiento de las fuerzas armadas. Sea el Ejército como empresario. Com agente de migración. Como constructor. Com policía. Como encargado de la seguridad nacional.

Y eso por las razones que se quiera ha significado una pérdida para todos los mexicanos, incluso para el mismo Ejército, ya que no pocas veces hemos visto el maltrato de la tropa.

Sin embargo, por la contundencia y la rapidez con la que ha ocurrido y por estar atrapado, en parte, por el relato mañanero o el seguimiento puntual de los grandes medios de comunicación es cómo hemos perdido perspectiva.

Hoy se debate el escándalo del día y ya sabemos que el último, y el siguiente, será en clave de polarización. No importa la verdad, lo que importa es ratificar lealtades, mantenernos entretenidos como “sujetos de la historia” ya que como decía un académico guerrerense: tenemos el Gobierno que queríamos por el que hemos luchado.

Sea esta lealtad al Presidente López Obrador o a la oposición bajo cualquier emblema partidario. Incluida la mental. La psicológica. Y al final estamos ante un vacío programático.

Por eso, hay que volver a lo básico, al debate democrático. Cuando inflamados por la esperanza que producía las revoluciones democráticas mediterráneas reveladas años más tarde en el libro seminal del politólogo Samuel Huntington, La Tercera ola, la democratización a finales del siglo XX (Tecnos). Que, recordemos, discurría en el dilema Democracia versus Autoritarismo.

Bueno, sin estar precisamente en un escenario como el que se vivía en la España franquista, en el Portugal salazarista o la dictadura de los coroneles de Grecia, la evidencia -ahora ahí, está clara- los pasos que podrían derivar, en caso de continuar, hacia un Gobierno cívico-militar.

Y eso obliga a salir de la jaula del presente para volver la vista al asidero democrático. Al futuro. Sacudirse todo aquello que va en contra del futuro. Sea el fantasmón del prianismo o el populismo de izquierda. Volver a la tarea del perfeccionamiento democrático. La vía que han seguido países con mayor estabilidad y con reglas claras de convivencia política.

No se trata de reinstalar la corrupción de Felipe Calderón que produjo un García Luna, ni tampoco los arreglos corruptos del peñismo, sino darle una oportunidad a la democracia con sus instituciones. Sé que para muchos puede resultar una utopía, pero esa era la idea del movimiento estudiantil del 68 y la izquierda más clara de los años setenta. No hay de otra.

Pero, para llegar a ese punto, primero, debemos salir de la jaula del presente que hace tan actual a Carlos Monsiváis cuando decía: ¡O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo!

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