La percepción de la inseguridad en México: una paradoja
Por Carlos A. Pérez Ricart
“Es una paradoja: en México se reportan alrededor de setenta y cinco homicidios cada día. Setenta y cinco. El número abruma y nos hace pensar en un panteón, un país sin futuro”.
Es una paradoja: en México se reportan alrededor de setenta y cinco homicidios cada día. Setenta y cinco. El número abruma y nos hace pensar en un panteón, un país sin futuro. Y, sin embargo —aquí está la paradoja— las últimas encuestas indican que los mexicanos se sienten menos inseguros que hace una década. Es, insisto, una paradoja.
Cada trimestre el Inegi publica su Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), un extraordinario instrumento que permite medir percepciones y experiencias sobre seguridad pública en zonas urbanas (1). La cobertura y muestra de la ENSU es amplia: 27 mil viviendas en 75 ciudades distribuidas en las 32 entidades federativas del país.
La ENSU publicó su última actualización hace apenas unos días. En su encuesta, que hace referencia a datos del último trimestre, registró que el 64.4 por ciento de los mexicanos urbanos consideran que es inseguro vivir en su ciudad. El porcentaje es alto; nadie puede echar campanas al vuelo. Y, sin embargo, este porcentaje es el más bajo desde hace una década.
¿Cómo ha sido el recorrido de esta encuesta en la última década? A grandes rasgos, puede afirmarse que la percepción de inseguridad creció en casi todas las zonas urbanas del país a partir de 2015 y llegó a su punto más extremo en 2018. Para diciembre de 2018, al tiempo en que cambió la Administración federal, el 74.6 por ciento de la población mexicana habitante de zonas urbanas consideraba que vivir en su ciudad era inseguro. La tendencia, desde entonces, ha ido a la baja y se ha consolidado incluso en los trimestres posteriores a la pandemia. No son malas noticias.
En otras columnas hemos ya descrito la compleja distribución de la violencia en México. Decíamos, entre otras cosas, que sólo cinco municipios (de un total de 2 mil 671) concentran alrededor de la sexta parte de los homicidios en el país y que en más del 80 por ciento de los municipios no ocurren más de diez homicidios al año (2).
Como advertimos entonces, la violencia y el crimen en México es un fenómeno segmentado.
La ENSU de este trimestre arroja resultados que validan el argumento: hay zonas urbanas en las que la percepción de inseguridad es casi total. Ahí están, por ejemplo, los casos de Fresnillo (94.7 por ciento), Naucalpan (90.8 por ciento) o Irapuato (91.3 por ciento); por su parte, capitales como Guadalajara (83.2%), Zacatecas (90.7 por ciento) y Toluca (83.8 por ciento) arrojan resultados igualmente alarmantes; sus ciudadanos no solo viven el crimen todos los días, también lo sienten.
En el otro espectro —otro país, otra realidad— existen zonas urbanas que registran porcentajes de percepción de inseguridad realmente bajos: San Pedro Garza García (14.5 por ciento), Puerto Vallarta (28.8 por ciento), Los Cabos (26.9 por ciento) y Mérida (29.1 por ciento). Insisto: otro México.
La Ciudad de México merece atención especial. Van dos apuntes.
El primero: el 60.4 por ciento de los encuestados considera que vivir en la Ciudad de México es inseguro. La cifra es treinta puntos menor que a principios de 2018 cuando el 91.7 por ciento de los capitalinos respondió afirmativamente a la pregunta. Estos números, por lo demás, están acompañados por una reducción considerable en carpetas de investigación abiertas de delitos como el homicidio doloso, el robo de vehículo (con y sin violencia) y lesiones por arma de fuego (3). La estrategia de seguridad en la Ciudad de México ha funcionado. Ahí están los números.
El segundo apunte: como el resto del país, la Ciudad de México adolece de una extrema disparidad en la percepción de crimen: dependiendo de la zona de residencia, los capitalinos sufren subjetivamente la seguridad de formas muy distintas. En algunas alcaldías la percepción de seguridad es bajísima. Ahí están, como ejemplo, los casos de Cuajimalpa (25.1 por ciento) y Benito Juárez (20.6 por ciento). A pocos kilómetros, al atravesar una calle o cruzar una línea de metro, la percepción cambia radicalmente. Los ejemplos más extremos son Cuauhtémoc (68.3 por ciento), Tláhuac (77.2 por ciento) e Iztapalapa (69.9 por ciento). No todos los capitalinos vivimos en la misma Ciudad de México.
Lo dicho: nuestro país encierra muchísimas paradojas. México es sumamente violento para unos y relativamente pacífico para otros. No todos los mexicanos perciben la violencia de manera parecida por una simple razón: la inseguridad se presenta de modos muy distintos dependiendo del lugar, la situación, el contexto y la víctima. Esto conviene entenderlo muy bien porque es la llave para ejecutar políticas públicas capaces de adaptarse a las particularidades de cada zona, condición y entorno. No hay —ya lo hemos probado antes— una respuesta común a los retos de seguridad que enfrenta el país en su conjunto. No hay una estructura ni modelo único. No hay, ni siquiera, una narrativa única. Lo que hay son retos específicos que conviene atenderlos con soluciones específicas.
Insisto: si no lo entendemos, seguiremos enfrascados en discusiones anodinas que pintan la existencia de un México único. Y paradójico.