La victoria de Lula: ¿hacia dónde va América Latina?
Por Carlos A. Pérez Ricart
“La fragmentación de los partidos políticos a nivel global ha provocado complejos equilibrios de poder que impiden a los gobiernos ejecutivos imponer su agenda”.
Los triunfos de Andrés Manuel López Obrador, Xiomara Castro (Honduras), Luis Arce (Bolivia), Gabriel Boric (Chile), Alberto Fernández (Argentina), Gustavo Petro (Colombia) y Lula Da Silva (Brasil) han reconfigurado el tablero político y suponen una oportunidad de progreso y paz social para la región. La elección del domingo en Brasil lo confirma: los siete países más poblados de América Latina serán dirigidos por gobiernos con una fuerte dimensión social. Insisto, hay razones para el optimismo.
Dicho eso, aconsejo cautela. A diferencia de lo sucedido hace dos décadas cuando los liderazgos de Bachelet, Kirchner, Correa, Chávez, Morales y Mújica lograron impulsar importantes reformas sociales amparados por el boom exportador de materias primas, hoy los gobiernos de izquierda enfrentan un escenario mucho más complejo. Hay, cuando menos, cuatro factores que hacen pensar en un panorama complicado.
El primero es, acaso, el más obvio. Los nuevos liderazgos de izquierda reciben el mando del poder ejecutivo en un ambiente económico adverso. No solo se trata de la situación heredada por la pandemia, sino por el contexto de recesión global e inflación generalizada. Mientras el boom exportador de materias primas habilitó, a principios de siglo, la expansión masiva de programas sociales y logró cumplir algunas de las promesas históricas de la izquierda, hoy el margen fiscal para grandes reformas (o incluso para pequeños programas de transferencia universal) es limitadísimo, acaso inexistente. La situación internacional no ofrece espacios para agendas políticas ambiciosas. En Colombia, sin ir más lejos, la volatilidad económica de las últimas semanas ha provocado que comiencen a desvanecerse las posibilidades de una reforma agraria, una de las promesas centrales de la campaña del hoy Presidente Gustavo Petro. En definitiva: a diferencia de lo sucedido durante la marea rosa (pink tide) de principios de siglo, hoy habrá que mirar el ábaco con mayor atención.
El segundo punto es más sociológico. Mientras Kirchner, Lula, Correa, Chávez y compañía llegaron al poder con un discurso que impugnaba el pasado neoliberal como único culpable de los males que aquejan a la región, hoy esa narrativa resulta insuficiente. No da para más; resulta anacrónica. Si quieren mantenerse legítimos, los nuevos liderazgos tienen que hacerse cargo de los problemas y dificultades que experimentaron otros gobiernos progresistas, incluyendo sus prácticas corruptas.
Un tercer punto: gobernar nunca ha sido tan difícil como ahora en América Latina. Aunque es verdad que la izquierda ejercerá el poder ejecutivo, los parlamentos en la región reflejan un panorama menos favorable.
Por último, las expectativas de integración regional no están a la altura de las que existieron a principios del siglo. El mejor ejemplo es la CELAC, una organización que “nada tiene que ver con la que imaginaron sus líderes hace una década”. A pesar de eso, hoy, quizás como nunca, la región puede aprovechar el conflicto entre Washington y Beijing para maximizar su potencial comercial e industrial.
En definitiva: hay motivos para alegrarse de la derrota de Bolsonaro y sus secuaces. Sin embargo, en Brasil, como en el resto del continente, los gobiernos progresistas tendrán escasísimo margen para cumplir con las expectativas de la población. Ojalá estén a la altura, el boomerang podría ser terrible.