El Fayum, el milagro de una mirada
Por Susan Crowley
“Lejos de los dioses que ya no les hablaban, esclavos y perseguidos se convirtieron en los protagonistas de la era por venir, la que renovaba el voto por el milagro de la resurrección”.
Icono significa imagen. Es la representación tangible de algo. Un objeto, una persona, son captados y quedan plasmados, impresos. A lo largo de la historia del arte los medios para captar una imagen son diversos: relieve, pintura, escultura, fotografía, nuevas tecnologías. La imagen también responde al concepto de una idea. Por eso cuando hablamos de ícono sumamos las dos posibilidades, imagen e idea. Atributos ambos que permiten que apariencia y esencia se adecuen. Más allá de los datos, la imagen es el vehículo que nos brinda la posibilidad de definir los momentos de la historia: la moda, los cambios, avances, novedades se manifiestan en la imagen y es a través de esta que podemos confirmar un estilo determinado y clasificarlo. Egipto, Grecia, Roma y más adelante el cristianismo, a través de la imagen aportaron con toda exactitud los rasgos de la sociedad, del poder, de la vida religiosa. Cada momento fue retratado por sus artistas obedeciendo a un canon específico para mostrar sus valores. Pero es cierto también, que ha sido el artista, siempre, el primero en romper esos cánones y generar un cambio. El arte no avanza, si fuera así habría que asumir que el futuro siempre será mejor que lo que ya ha ocurrido. Querría decir que aún esperamos un arte por venir que superará al que hasta hoy apreciamos. Por el contrario, la imagen gana peso y sentido con el tiempo. En cada época nos habla de los valores, las emociones y sensaciones que afectan a una determinada sociedad; sus miedos, sus sueños. El arte logra que una imagen temporal, gane un sitio fuera del tiempo, es decir, que devenga atemporal.
Egipto fue una cultura para el más allá. Sus dioses preparaban todo para el pesaje y el trasiego de las almas. La momia era la garantía de que el cuerpo no desaparecería. La imagen colocada en el cofre respondía a un canon que nada tenía que ver con la realidad, aunque con sus atributos unificaba la noción de belleza y eterna juventud con la que el mundo de los muertos recibía al difunto. Nada se dejaba en descuido; los vasos canopes contenían las vísceras, la momia era preparada con los talismanes que aseguraban su buen acceso. Las tumbas contenían todos los detalles importantes; cómo vestían, qué comían, qué les gustaba, cuáles eran sus miedos. Por siglos la religión egipcia generó una imagen que cambió mínimamente; era perfecta para sus fines y no había razón para modificarla. Influyó a Grecia en su surgimiento, eso lo sabemos por las imágenes arcaicas griegas que hoy se conservan en los museos.
Para los griegos la adecuación del bien, la verdad y la belleza era una noción que consentía ciertos cambios. Un paso adelante en la imagen permitía sujetar al alma (movimiento), inquieta y retadora del espíritu. Las prácticas artísticas griegas culminaron en un periodo que conocemos como clásico y cuyos valores son prácticamente imposibles de superar. En el siglo V a.C., Grecia dotó a la historia del arte de uno de los cánones más perfectos y que aún hoy nos obliga a concebir la belleza como el logro y la aspiración más alta. Pero Grecia quería más. No se conformó con la idealización de sus imágenes e introdujo un elemento dramático que exaltaba los sentidos y mostraba mucho más de la condición humana: el pathos. Padecimiento que mueve al alma hacia un abismo insondable. Cuestionamiento absoluto que se vería representado en la contorsión y la psicología de sus imágenes, iconos de un tiempo de guerra, dolor y éxtasis. Esa es la Grecia que desemboca en Egipto y es en este periodo cuando se funda Alejandría. Los Ptolomeos, descendientes de Alejandro Magno, ven a Egipto como una cultura lejana a sus aspiraciones occidentales. Sin embargo, conservan la tradición del embalsamamiento. La fusión de dioses egipcios y griegos crea un espectáculo difícil de igualar. Como ejemplo, Isis con rostro egipcio y cuerpo de una venus, muestra el sincretismo del que fueron capaces ambas culturas.
Las tres tradiciones habrán de fusionarse en el crisol copto. En el corazón de Egipto, cerca de lo que hoy es el Cairo, floreció una de las más importantes escuelas de pintura de todas las épocas, El Fayum. Abreva de la tradición egipcia, suma la belleza de Grecia e incorpora la individualidad romana. Su gran apoteosis llega con el triunfo del cristianismo. Dios se hizo materia para mostrarnos cómo ser más que materia, dice Nicéforo en sus Antirréticas.
El cristianismo fundamenta parte de su valor en la palabra hecha imagen, idea que sirvió como vehículo de convencimiento para todos aquellos que no sabían leer pero que buscaban desesperados una fuente de fe. Debía revelar una belleza única, una ternura y un espíritu elevado. Ser convincente y atrapar con la mirada. La imagen que mira y es mirada. La escuela de El Fayum se consagró en el método. Un canon que exige y acota para alejarse de la idolatría. ¿Cómo ilustrar la presencia de Dios en la tierra?
Continuará… El Fayum el precursor del ícono.