2022

La nueva vertiente ómicron del COVID-19 frenó la tendencia de normalización de la convivencia social y de la recuperación económica que se había inaugurado con el proceso global de vacunación. A estas alturas, lo que sabemos de esta mutación es que es más contagiosa que las precedentes, pero menos letal, sobre todo en las personas que ya fueron vacunadas. La reciente explosión en la tasa de contagios en prácticamente todo el mundo -potenciada en parte por el relajamiento de la disciplina del distanciamiento social-, regresa la presión a los servicios de salud y de atención hospitalaria, públicos y privados, con el riesgo de que ciertos cuadros clínicos tengan desenlaces fatales, o bien, que otros padecimientos no puedan ser atendidos oportunamente por la sobrecarga generada por el COVID-19.

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Salvo un colapso en los sistemas de salud, es poco probable que el mundo regrese a los estados de confinamiento total. Después de un período doloroso de ensayo y error, la política pública parece decantarse por la centralidad de la vacuna y, también, por establecer ciertas limitaciones a las libertades de circulación y reunión hacia las personas no vacunadas. En ciertos contextos, como Estados Unidos o Francia, se ha recrudecido el debate sobre si el Estado puede imponer a una persona la decisión de vacunarse, bajo una comprensión libertaria o radical de la libertad personal. Lo cierto es que se ensayan justificaciones éticas y modelos de intervención pública no coercitivos con el propósito de inducir a que más personas cuenten con la vacuna, como una alternativa imprescindible, necesaria, a los encierros masivos.

En los comienzos del 2022, reaparece el fantasma de la inflación en la economía global. El relajamiento de la política monetaria (tasas intencionalmente bajas para alentar el consumo), la ingente canalización de gasto y de ayudas públicas a las economías para reactivar la demanda, el encarecimiento de los energéticos como consecuencia de los costos de transición impuestos por el mercado alterno de las energías verdes, así como la escasez provocada por los “cuellos de botella” en la oferta global de bienes y servicios, están presionando al alza los precios de todo lo que consumimos. El fenómeno inflacionario será o no una variable determinante de la salud de las economías, en la medida de sus específicas condiciones estructurales: credibilidad del banco central, nivel de endeudamiento, sostenibilidad fiscal, expectativas de crecimiento, competitividad de la economía, certidumbre jurídica. En el espejo mexicano, esas condiciones estructurales no parecen ser las mejores para salir pronto y a salvo de la presión inflacionaria.

En el 2022 sabremos si los estornudos autoritarios recientes son síntomas de un resfrío estacional o, por el contrario, de una pulmonía democrática. Las elecciones legislativas de Estados Unidos pueden reinstalar el cleptopopulismo trumpeano o, por el contrario, normalizar la serenidad institucional de una de las más longevas y estables democracias del mundo. Francia medirá el pulso entre el refugio ultranacionalista o la racionalidad europeísta. En Colombia y Brasil se verá si las violencias y las desigualdades históricamente mal gestionadas, condenan a las democracias al choque binario entre formas extremas de populismo. La insuperada tentación presidencialista del régimen político mexicano se conjurará o no, según superemos el plebiscito autoconfirmatorio promovido desde el poder.

Walter Benjamin sugería que no hay obra civilizatoria que no sea al tiempo de barbarie. La humanidad ha logrado gestionar una de las más graves pandemias de las que se tenga memoria. Las economías poco a poco superan el pasmo de los confinamientos. Las secuelas de la pandemia, sin embargo, se resienten en nuevas manifestaciones de polarización y desigualdad. La política, esa vieja herramienta para pacificar a los diferentes, no encuentra aún su lugar en los vacíos de la hiperinformación. Las legitimidades democráticas, esos mecanismos compartidos para decidir juntos cómo coexistir, ya no son asideros suficientes para atemperar la ansiedad de la incertidumbre.

Nuestras conversaciones en el 2022 gravitarán sobre lo que somos capaces de resolver y sobre lo que podemos destruir.

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