La enorme concentración del pasado 18 de marzo en el Zócalo de la Ciudad de México tiene varios significados relevantes que vale la pena analizar. Se trata de la recuperación de una ceremonia cívica muy importante para la memoria histórica. Fue también un homenaje a uno de los grandes presidentes de México: el general Lázaro Cárdenas. Constituyó, asimismo, el escenario para plantear una reflexión estratégica retrospectiva en el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador. Permitió posicionar la defensa de la soberanía nacional y el rechazo al intervencionismo de los senadores republicanos estadounidenses. Y ayudó a realizar un contraste de fuerza y capacidad de convocatoria con el bloque conservador mexicano. PUBLICIDAD La generación a la que pertenezco se educó en la grandeza de símbolos patrios que le dieron cohesión a la nación mexicana. Uno de esos fue la expropiación del petróleo declarada por el presidente Lázaro Cárdenas el 18 de marzo de 1938. Sin embargo, con la llegada de los gobiernos neoliberales se empezó a debilitar esta conmemoración. Para gobiernos que buscaban privatizar las empresas públicas carecía de sentido, y hasta era contraproducente, exaltar una hazaña expropiatoria del Estado. Ya en la administración pasada, que reformó la Constitución para privatizar el petróleo, la conmemoración oficial de la expropiación entró en choque directo con los hechos. ¿Qué se conmemoraba, si la nacionalización había sido echada para atrás? Ahora, la política energética actual se corresponde con la fecha rememorada. Pero la expropiación del petróleo fue solo una de las grandes gestas del general Cárdenas. En su mandato también se hizo el más grande reparto agrario, se crearon el Instituto Politécnico Nacional, Normales Rurales y cientos de escuelas; y se alentó la organización de los trabajadores para la defensa de sus condiciones de vida. El cardenismo es el fenómeno político popular más importante del siglo XX y punto de referencia del proyecto progresista del siglo XXI. Por eso resultó muy interesante que, en su discurso, el presidente Andrés Manuel López Obrador hiciera, entre varias reflexiones, dos muy importantes. Por un lado, señaló que uno de los factores que hicieron posible la expropiación petrolera fue el apoyo popular que tenía el general Cárdenas gracias a sus políticas de reparto agrario, expansión de la educación y respuesta positiva a las demandas de los trabajadores. Por otro lado, retomó la histórica observación realizada al gobierno de Manuel Ávila Camacho, como punto de inflexión que marcó el inicio del declive del impulso transformador de la Revolución Mexicana. PUBLICIDAD La expropiación petrolera fue un acto de soberanía de la nación que enfrentó los intereses de potencias extranjeras en un momento en que éstas se preparaban para entrar a la Segunda Guerra Mundial. Este contexto, y la postura progresista de Franklin D. Roosevelt, facilitaron la expropiación petrolera. Pero había sectores norteamericanos ultraconservadores que auspiciaban la idea de invadir México. Ahora también hay sectores de la vida política estadounidense que se oponen a las reformas progresistas que se realizan en México y que fantasean con el despropósito de invadir nuestro país con el pretexto de que hay cárteles de la droga que deben ser combatidos. El mitin del 18 de marzo es un acto formidable de repudio a esas pretensiones colonialistas. Finalmente, es imposible no hacer una comparación entre la movilización del 18 de marzo y la que realizaron días antes los defensores de las estructuras del INE. Por un lado, tenemos un mitin por un interés nacional; por el otro está la defensa de los privilegios de una casta dorada del poder. Estos últimos llenaron el Zócalo; los primeros, abarrotaron el Zócalo y las calles aledañas hasta Bellas Artes por el poniente y hasta Izazaga por el sur. Hoy por hoy, los progresistas demostraron más apego a la historia nacional y los intereses generales, y más capacidad de convocatoria que los conservadores. También por eso fue importante la movilización del 18 de marzo.
La movilización de miles de mujeres el pasado 8 de marzo es un acontecimiento relevante, que debe ser tomado muy en cuenta por quienes participamos en la vida política pregonando banderas de igualdad y libertad.
En distintos puntos, con horarios diferentes, se dieron cita contingentes con identidades muy diversas. Mujeres de los sindicatos, madres de desaparecidas, feministas históricas, nuevos grupos feministas, mujeres trans, separatistas, abolicionistas, contingentes mixtos, estudiantes universitarias, militantes de partidos, mujeres policías, indígenas, pero sobre todo mujeres jóvenes, con nuevas identidades.
(En ese amplio universo llamó la atención la presencia de algunas mujeres del mundo conservador, pertenecientes a partidos de la derecha, que han votado en contra de todas las causas feministas, que enarbolan discursos criminalizadores, apologéticos de la desigualdad social o discriminadores.)
Las consignas que se gritaron en las manifestaciones eran variadas, pero tenían un punto en común. Entre otras cosas gritaban:
– “Con quién sí, con quién no, eso lo decido yo”.
– “Verga violadora, a la licuadora”.
– “En falda o pantalón, respétame cabrón”.
– “Va a caer, va a caer, el patriarcado va a caer”.
– “No se va a caer, lo vamos a tirar”.
– “Las niñas no se tocan, las niñas no se tocan”.
– “Vivas las llevaron, vivas las queremos”.
Es ineludible el análisis de las manifestaciones tanto por su magnitud como por su contenido.
Los grupos más amplios eran de mujeres jóvenes sin militancia que concurrieron con un cuestionamiento espontáneo que va más allá de la agenda política formal.
A juzgar por sus consignas, la frase acuñada por el feminismo de los años 70: “lo personal es político”, se materializó en una fuerza social masiva que no existía entonces.
En carteles y consignas quedaron plasmadas las exigencias: hartazgo de manoseos, insultos y abusos sexuales de todo tipo, cosificaciones corporales, reclamos por agravios sufridos, incredulidad ante las figuras tradicionales de autoridad.
Y en el fondo de todo: afirmaciones de libertad y autonomía personal, ansias de emancipación e igualdad.
Y por eso se explica el gusto de irrumpir en el escenario, de ser, al menos por un día, dueñas de la calle, sujetas de la historia, creadoras de un humor propio y, por qué no, protagonistas de la subversión de un orden establecido.
Lo que antes parecía “normal”, ahora es rechazado radicalmente. Ahora es delito en la ley, pero aún más: ahora es repudiado en el pensar, en el sentir, en la cultura de las nuevas generaciones.
La protesta es un duro cuestionamiento a los medios de comunicación, a las empresas, a los sistemas de justicia, a las autoridades públicas, a las escuelas, a las familias y a los círculos íntimos amistosos y amorosos de las mujeres, hartas de esa violencia cotidiana romantizada por siglos.
Por eso, esta oleada feminista va más allá de la academia, de las instituciones y de los grupos organizados. Es horizontal, plural, no institucional.
Puede escucharse que no tiene una agenda pública precisa. Tal vez así sea.
Pero es que hay algo sencillo, aunque muy profundo en la base de todo este masivo movimiento: chavas que parecen decir: “mi cuerpo es mío, no lo puedes tocar si no te doy permiso, no te pertenece, aunque seas mi pareja, es mío y yo decido quién, cuándo y cómo lo toca; y si lo tocas por la fuerza eres un abusador”.
Lo personal es político, sí. Y la lucha de las miles de mujeres que se manifiestan hoy en día es una de las grandes luchas igualitarias de nuestro tiempo.
Cabe decir, finalmente, que la desigualdad tiene muchos planos. Hay desigualdad hombre/mujer, pero también ricos/pobres; blancos/indígenas; y potencias-extranjeras/naciones-oprimidas. Creo que todas las luchas por la igualdad deben unirse, articularse. Por eso, saludamos tanto la movilización social del pasado 8 de marzo como la que se realizará el próximo 18 de marzo en el Zócalo de la Ciudad de México.