El presidente necesario

La democracia es el régimen de la igualdad, de la isonomía, de la ley igual para todos; la oligarquía es el régimen del privilegio, de la ley diferente para los que pertenecen al círculo del poder. Por esto la oligarquía de nuestro tiempo, al no poder declararse como lo que efectivamente es, debe mimetizarse, volverse invisible, esconder su rostro. Debe vivir en la ilegalidad porque para sobrevivir no puede plegarse a las reglas generales que valen para todos. Si lo hiciera, ya no sería oligarquía. De ahí las violaciones y la elusión de la ley y, a veces, cuando no puede hacer otra cosa también la ilegalidad legalizada, o sea, la creación de leyes ad hoc para grupos, personas e intereses particulares.” (Gustavo Zagrebelsky)

A dos años, Andrés Manuel López Obrador sigue pareciéndome el presidente necesario. El presidente que requería el país para no seguir implosionando entre la exclusión/humillación de los más y el privilegio asumido como derecho inalienable de los menos. El presidente que hacía falta para cimbrar y darle oxígeno a nuestra contrahecha estructura social, política, económica y cultural. El presidente capaz y dispuesto a decir “fuera máscaras”, y a meterse a desmontar las cañerías de nuestro pacto oligárquico.

¿Han sido fáciles estos dos años? No.

¿Han tenido costos? Sí, muchos. Costos grandes por un manejo lejos del deseable frente a la crisis sanitaria. Costos, también, altos para las clases medias, medias-altas y para una parte significativa de las élites políticas, económicas y culturales del viejo régimen.

¿Era posible que un gobierno empeñado en minar los soportes de la desigualdad -por ejemplo, combatiendo la evasión fiscal con fuerza- no tuviera costos para los grupos que más nos hemos beneficiado de la desigualdad? No. Básicamente porque no veo cómo fuera posible erosionar los pilares de la desigualdad sin vulnerar los intereses de los y las beneficiarias de un sistema basado en el “inequality premium”. (Pregúntese estimada/o lector en cuál país desarrollado de los que le gustan, podría usted vivir como vive con su ingreso mensual/anual en dólares).

¿Había una mejor manera de enderezar un barco armado sobre la desigualdad? La mayoría de los analistas y comentaristas más influyentes piensa que sí y se dedica a reclamarle al presidente el que habiendo atinado tanto en el diagnóstico de nuestros problemas haya errado tan garrafalmente en su modo de enfrentarlos. Yo no lo sé. Seguro que en algún universo, había una mejor manera. Lo que sí veo es que, a pesar sus costos -evitables e inevitables-, la manera de gobernar de López Obrador ha logrado combinar tres cosas difíciles de combinar en cualquier contexto: el gobierno de la casa, la removida (indispensable) de sus cimientos y el evitar que la casa colapse.

A dos años de la asunción del mando, la invitación a hacer balances de la gestión del presidente es inevitable. No hace falta ser adivina para saber por dónde van a ir el grueso de los balances más sonoros y visibles.

Hay variaciones importantes, pero una buena parte de nuestras élites comparten una misma mirada de fondo. A saber, la convicción de que AMLO lo ha hecho de muy mal a fatal. Comparten esa visión, pues, insisten en evaluarlo desde sus propios valores, intereses y supuestos, mismos que, cabe destacarlo, no son en absoluto los mismos que los del presidente o los de la mayoría de los mexicanos.

Tras el tiradero sangriento que nos legó el imperio de cuatro décadas de ese conjunto de creencias que comparten las élites mexicanas, uno esperaría algo más de autocrítica. Pero, no. Seguimos interpretando la realidad con un lenguaje que por convicción genuina o por razones menos claras, está hecho de, entre otras, las siguientes consignas:

-Democracia liberal presentada como si fuera democracia en el sentido más elemental del término: gobierno de la mayoría en beneficio de la mayoría.

-Mercado abierto y todas sus maravillosas eficiencias (tan provechosas para herederos y aviesos).

-Meritocracia (tan útil para justificar nuestro privilegio).

-‘Expertise’ técnico tan importante para que a todos les quede claro el valor inmenso de nuestras maestrías y doctorados.

-Transparencia hiper transparente y su hijito más joven: el Sistema Nacional Anticorrupción, tan sabiamente diseñado para que en su complejidad barrocamente mexicana sea inoperante y, por tanto, no amenace a nadie.

-Políticas públicas mucho muy basadas en evidencia (esa que se deriva de los valores e intereses de las élites y sus sacerdotes: los técnicos).

-Defensa airada (con voz trémula y engolada) del “Estado de Derecho” (a sabiendas que el ‘bisne’ aquí en nuestras tierras es administrar su aplicación).

-Y datos, muchos datos (construidos desde todas las premisas anteriores).

Celebro que parte de nuestra inteligencia defienda valores en los que creo, por ejemplo: la libertad individual y los derechos de las minorías. Considero, sin embargo, que es indispensable, tras tantísimos años de expoliación y olvido, un gobierno que priorice la dignidad y los intereses de las mayorías.

López Obrador es un presidente incomodísimo sí, pero, también es el presidente necesario porque está dispuesto a entrarle a desarticular o, al menos, debilitar nuestro viejo pacto oligárquico. Ese que dejaba a tantísimos fuera y amenazaba con dejarnos sin casa a todas y todos.

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