Política exterior o política de comunicación
Por Diego Petersen Farah
La señora Gutiérrez Mueller puede representar personalmente al Presidente, pero no al Gobierno de México.
Hoy, tres años después, está claro que no es así. Ebrard, como todos los secretarios del gabinete obradorista no tiene ninguna atribución de Canciller, su tarea es operar los encargos del Presidente, desde contentar a Trump hasta conseguir vacunas pasando por apagar los fuegos de la incendiaria “no primera dama”.
La esposa del Presidente se ha convertido de facto en embajadora plenipotenciaria y la generadora de temas polémicos. Gutiérrez Mueller fue la encargada de armar el teatro del Penacho y generar un distanciamiento, una “sana distancia” la definió el Presidente desde la Mañanera, porque en Viena la “trataron muy mal” respondiendo lo mismo que han respondido los austriacos a todos los presidentes mexicanos los últimos 30 años: la pieza conocida como Penacho de Moctezuma no se puede mover. Fue ella también la encargada de hacer llegar la carta a la corona española exigiendo que ofrecieran disculpas por la conquista, un evento que no ha hecho sino complicar una relación de por si compleja con España. Ahora la “no primera dama” fue enviada por López Obrador a Argentina con una carta para el presiente Fernández en la que, en una supuesta solidaridad con el mandatario de ese país, aprovecha para hablar de golpismo mediático. Con un pequeño detalle: en esta ocasión la carta está escrita en papel membretado del gobierno de México.
El asunto va más allá de la pachanga en que se ha convertido un gobierno manejado desde la lógica de la comunicación social y la propaganda. La señora Gutiérrez Mueller puede representar personalmente al Presidente, pero no al Gobierno de México. Los embajadores representan al Estado Mexicano, por eso son ratificados por el Senado de la República.