Qué diablos es la 4T

Por Jorge Javier Romero Vadillo

De cualquier modo, vale la pena conceptualizar qué diablos es la llamada con algo de sorna 4T –aunque los propios panegiristas del Gobierno lo hayan adoptado.

Comienzo con una aclaración: durante todo lo que va del Gobierno de López Obrador he tratado de evitar en mis escritos sus marcas registradas, pues no me parecen otra cosa que divisas propagandísticas. No me refiero al Presidente con la sigla que popularmente lo identifica, ni he usado el pomposo y grandilocuente termino de “Cuarta Transformación” para nombrar su Gobierno; estoy convencido de que no tienen relevancia histórica mayor que cuando recordamos a Echeverría como LEA o al Gobierno de Salinas como el de la solidaridad. Y como propagandistas le sobran, mejor que sean ellos los que nos machaquen con sus etiquetas que, espero, pronto pasarán al olvido.

Sin embargo, hoy sí voy a usar la abreviatura popularizada para nombrar el margallate ideológico y programático que el Presidente ha querido vender como un cambio de régimen. Todavía hoy creo que su intención no se va a concretar y que el proceso de democratización retomará su cause en México cuando López Obrador sea relevado del poder en 2024, ya que la fuerte institucionalización de la no reelección impedirá una deriva de regresión autoritaria como la que han vivido otros países durante esta época que Larry Diamond ha caracterizado como “regresión democrática”, mientras que Lürmann y Lindberg hablan ya de una “tercera ola de autocratización”.

Por supuesto, existe un grave riesgo de que los endebles cimientos democráticos se colapsen por culpa de los embates presidenciales, pero me temo que el mayor riesgo de retroceso no proviene de una entronización autocrática de López Obrador, sino de un efecto colateral de su Gobierno: la militarización. De cualquier modo, vale la pena conceptualizar qué diablos es la llamada con algo de sorna 4T –aunque los propios panegiristas del Gobierno lo hayan adoptado. (Por cierto, hace unas semanas Martín Caparrós recordaba en El País que el término nazi –usado antes en alemán más o menos con el significado de Nachito– fue un apodo burlesco que los nacional–socialistas de Hitler no utilizaban, pero acabó convertido en su denominación histórica).

Regreso a mi punto ¿qué tipo de régimen pretende estar incubando López Obrador? Desde luego, no es una democracia liberal: su constante descalificación de los opositores, de los que piensan diferente, de la sociedad civil, de la judicatura o de los órganos autónomos y su reiterada identificación con el pueblo en contraposición con lo que ya no llama la mafia del poder, pero sigue considerando enemigos del cambio, lo acerca a ese engendro que se suele llamar democracias iliberales, el nuevo ropaje que ha adoptado el autoritarismo.

No han faltado analistas de mi mayor consideración, como mi querido Mauricio Merino, que han llegado al extremo de identificar al bicho con el fascismo y subrayan los rasgos ominosos de parecido entre lo que está ocurriendo en México y lo que pasó en Italia en la tercera década del siglo, donde las elecciones fueron la base para el encumbramiento de Mussolini y su régimen de terror. Sin embargo, dos lecturas recientes me han llevado a pensar en la necesidad de tejer más fino para categorizar a los distinto fenómenos autocráticos surgidos en el horizonte mundial durante la última década y, en especial, al que aparece de manera embrionaria en el discurso y las políticas presidenciales en México.

El primero de los textos a los que me refiero es un artículo de Hager Ali en The Loop, un blog especializado en Ciencia Política. La autora plantea la relevancia de construir mejores tipologías para explicar los regímenes autoritarios. Autocracias con adjetivos, titula al ensayo donde se pregunta por qué, si la diversidad de autocracias es incluso mayor que las existentes entre las múltiples formas de democracias existentes en el mundo, los politólogos han dedicado mucho menos esfuerzos a caracterizar a los distintos tipos de regímenes sin pluralismo o con pluralismo limitado, que incluyen monarquías absolutistas, monarquías con parlamentos acotados, regímenes militares, gobiernos civiles bajo control militar, regímenes con elecciones controladas, regímenes sin elecciones, etc.

La pregunta de Ali es pertinente sobre todo si se considera que, según el Índice de Democracia, publicado por el think tank de The Economist, sólo el 6.4 por ciento de la población mundial vive en democracias plenas y el 39.3 por ciento en democracias defectuosas, mientras el 17.2 por ciento vive en regímenes que se pueden considerar híbridos –categoría a la que México cayó este año, después de un tiempo de calificar como democracia defectuosa, en buena medida por el avance de la militarización promovida por López Obrador– y el 37.1 de la población mundial vive en regímenes autoritarios. Si conociéramos más sobre las concreciones institucionales de los regímenes autoritarios de manera comparada, como lo hacemos con las democracias, tendríamos mejores elementos para entender su estabilidad y las vías para su desmantelamiento.

El segundo artículo es una reseña escrita por Adam Gopnik para The New Yorker de dos libros recientemente publicados: The Revangeof Power: How Autocratas Are Reinventing Politics for the 21st Century, de Moisés Naím, y Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st Century de Sergei Guriev y Daniel Treisman. De acuerdo con Gopnik, Naím hace mordaces perfiles de líderes menos conspicuos que Putin o Erdogan, pero que reúnen tres P en su carácter: populistas, polarizadores y post verdad. Tengo que comprar el libro para ver si incluyó a López Obrador, pero sin duda el gran líder nacional reúne las tres.

Me llamó más la atención lo que Gopnik reseña del libro de Guriev y Treisman, quienes se centran en el contraste entre los viejos y los nuevos autócratas, Así, diferencian entre los dictadores del miedo y los dictadores de la imagen mediática (fear dictators vs. spin dictators). Los primeros son los de viejo cuño, mientras que los segundos son los predominantes en esta tercera ola de autocratización: líderes que buscan fans, más que militantes, usan las redes sociales y utilizan paparruchas y bots para difundir su mensaje. Por supuesto, también usan el temor para mantenerse en el poder, como la intimidación de empresarios y la erosión cínica del orden jurídico, pero más que cancelar las elecciones, pretenden controlarlas, en lugar de prohibir los medios de comunicación opositores, buscan marginarlos; no establecen Gulags, pero comienzan a restringir Internet. Pero finalmente son autócratas en su odio y desacato por las instituciones liberales distintas a aquellas que los llevaron al poder. Mucho de eso tiene nuestro Presidente y es lo que subyace a ese embrollo que se ha dado en llamar 4T.

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