Las paradojas dolorosas
Por Óscar de la Borbolla
“También hay paradojas: actos que van contra toda lógica, que forman parte de nuestras costumbres más extendidas: trabajar como esclavos para ser libres o sacrificarse hasta el cansancio para después costearse unas vacaciones que ni siquiera se pueden disfrutar (…)”.
La vida está llena de paradojas: cuando uno quiere no puede y, luego, cuando uno puede, ya no quiere. Uno no sabe, y necesita urgentemente ese saber, y cuando por fin consigue ese saber, ya no lo necesita. Hay una inoportunidad en la vida que es la fuente de muchas paradojas y por eso la coincidencia es un milagro. Todo el tiempo la Luna es iluminada por el Sol y consecuentemente proyecta un cono de sombra, pero rara vez ese cono incide sobre alguna parte de nuestro planeta en lo que llamamos eclipse, y es más raro aún que esa conjunción suceda donde uno habita. Las coincidencias son muy improbables y, mientras más sean las variables que deben presentarse simultáneamente, más difícil resulta su ocurrencia, por lo que no es exagerado llamarlas milagros.
Yo viví muchos años convencido de que el reloj de manecillas que pendía en mi cocina funcionaba puntualmente: lo miraba solo dos veces al día: a las 7 de la mañana y a las 7 de la noche, al salir y al regresar a mi casa. Una vez, por casualidad, quise saber la hora al mediodía y, al mirarlo marcando las 7, comprendí que llevaba años descompuesto. Sin embargo, si no lo hubiera visto esa vez seguiría creyéndolo exacto.
Y esto mismo me ha ocurrido de las más diferentes maneras: algunas veces coincidí con un vecino y, por su conducta, me formé la impresión de que se trataba de la persona más gentil que había conocido: su comportamiento no solo era intachable, sino comedido. Sin embargo, luego supe por quienes lo conocían de veras que se trataba de un energúmeno perfecto. Y, seguramente, también me habrá ocurrido lo inverso: individuos a quienes he tachado de insoportables, pero que quienes los conocen bien los consideran completamente amables. La apreciación de lo esporádico es asunto de suerte.
También hay paradojas: actos que van contra toda lógica, que forman parte de nuestras costumbres más extendidas: trabajar como esclavos para ser libres o sacrificarse hasta el cansancio para después costearse unas vacaciones que ni siquiera se pueden disfrutar porque uno llega exhausto a los días de asueto.
Pero quizá las peores paradojas son las que se presentan en las relaciones sentimentales, podrían llamarse: paradojas dolorosas. Estas suelen enunciarse con frases como: mientras mejor lo trato peor me trata o mientras menos aparento querer a alguien más me quiere. Se trata de calabozos crueles en los que uno mismo se mete, pues lo lógico sería apartarse de los maltratadores y acercarse a quienes nos procuran; pero, por absurdo que parezca, la conducta humana es ilógica. Hasta parece mentira, pero los animales racionales son los únicos que se conducen irracionalmente, ya que los animales a secas huyen de quien les hace mal y se aproximan a quienes los tratan bien, salvo los pobres perros a los que hemos humanizado.
Uno de los ensayos filosóficos que más sabiduría encierra es Sobre la brevedad de la vida de Séneca, y la tesis de fondo no es otra que el desciframiento de una paradoja: los seres humanos, dice Séneca, se quejan de que la vida es demasiado corta, cuando en vez de aprovecharla en vivir, la convierte en tiempo que gastan en actividades que ni siquiera les gustan y aguantando a personas por las que no se sienten nada.