Un país sin mucha ciencia
Decir que algo “no tiene ciencia” significa que es una tarea simple, no requiere preparación, cualquiera puede ejecutarla. Los mayores retos de la vida suelen ser complejos y, en efecto, requieren ciencia para superarlos, habría sido imposible desarrollar una vacuna contra el coronavirus sin los avances científicos en el ARN mensajero (mRNA); lo mismo ocurre con los nuevos medicamentos para tratar la COVID-19 o con las pruebas de detección rápida.
Las naciones más avanzadas lo saben bien. En la historia humana el conocimiento, la educación y la innovación han sido cruciales para las grandes potencias. Sin ciencia no se pueden tener armas de defensa, procurar la salud, crear productos, ser eficientes en el campo. En el mundo globalizado, un pueblo sin investigación y desarrollo está condenado a la pobreza.
La cruda realidad
Los países con mejor infraestructura tecnológica están saliendo fortalecidos de la tragedia ocasionada por el coronavirus. Apenas hace unos días, Joe Biden anunció en su cuenta de Twitter que la economía de Estados Unidos es hoy más fuerte que antes de iniciar la pandemia.
No debe sorprendernos. Si bien el crecimiento mundial se desaceleró, los capitales siguieron fluyendo hacia los territorios donde se gestaban las soluciones. Los ganadores de esta emergencia sanitaria son empresas innovadoras, no sólo en el sector salud, también en las telecomunicaciones, la electrónica o las ventas en línea.
En México ni hablar, no hay ciencia porque simplemente nunca hemos invertido en ella. El artículo 9 Bis de la Ley de Ciencia y Tecnología dice que debemos invertir al menos 1.0 por ciento del PIB anualmente, pero es letra muerta. Este año el Conacyt recibió un modesto incremento en su presupuesto (7.28 por ciento), pero si consideramos que en este sexenio la disminución anual sumaba –14.48 por ciento, seguimos por debajo del presupuesto de 2018, ya sin contar la inflación porque entonces lloramos.
Que “no hay dinero”, y tenemos “otras prioridades”, ya lo sé. Así ha sido toda la vida, me encantaría saber cuánto dinero nos costó tumbar 20 mil árboles para abrirle camino al Tren Maya, un sendero que, por cierto, no se utilizará porque cambiaron los planes.
Invertir en la innovación
Invertir para innovar no solo se trata de destinar presupuesto para becas y experimentos, tal vez lo más importante es generar un ambiente donde la propiedad intelectual sea protegida y respetada. Esa tarea fundamentalmente recae en el Poder Ejecutivo a través de las oficinas de derechos de autor y de propiedad industrial.
En este punto no íbamos tan mal, tenemos un Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) que es la envidia de muchos países. Recientemente la World Trademark Review calificó al IMPI como la quinta oficina más innovadora a nivel internacional.
Desafortunadamente el IMPI está siendo asfixiado por la falta de presupuesto, o más bien, por la falta de libertad para ejercerlo. Como organismo descentralizado, el instituto genera su patrimonio con los aprovechamientos que cobra por sus servicios y si pudiera disponer de ellos seguramente continuaría mejorando.
La Ley Federal de Austeridad Republicana recortó los salarios de los altos mandos del IMPI, pero también despojó a los trabajadores de todos los niveles de prestaciones como la caja de ahorro o los seguros privados. Esa misma política le impide contratar más personal o incrementar los salarios de sus funcionarios. Lo peor es que no se requiere de presupuesto adicional, solo bastaría que le permitan ejercer los recursos que genera.
Si no ponemos un mínimo de atención en este problema podríamos perder uno de los pocos avances que hemos conseguido en la cultura de la innovación y el desarrollo. Señor presidente, usted dispone, ésta sí es una decisión que no requiere mucha ciencia.