Envenenando al país

Como respuesta a las calumnias que recibió del presidente López Obrador el martes pasado acusándola de estar en su contra y en contra de millones de mexicanos que lo siguen, Carmen Aristegui le respondió con dignidad, valentía y claridad. Le dijo que no se equivocara, que estaba por las mejores causas del país y que no podía afirmar que ella, una persona en particular, estaba en contra de todo su movimiento. Y terminó señalando: “el país no merece ser envenenado”. Esta última frase resume una de las facetas más peligrosas y dañinas de lo que el presidente ha estado promoviendo en cada mañanera. López Obrador está emponzoñando a la sociedad al incitar al encono, a la polarización, a que unos son buenos mexicanos y otros no. Lo está haciendo con mentiras y de tal manera que a veces no se percibe el daño que está causando con graves consecuencias para el futuro.

López Obrador, en cada mañanera, gota a gota, está envenenando al país al violar la ley, la Constitución, con total impunidad. La complicidad de su mayoría parlamentaria evita que se le llame a cuentas, y apoya cada violación a la ley. El mismo presidente de la Suprema Corte frecuentemente aplaza decisiones del Pleno para que las violaciones se arraiguen y tengan efectos irreversibles, o bien de plano se coloca del lado del Ejecutivo y no de la Nación. Hay muchos ejemplos, como el papel de la Guardia Nacional y de las Fuerzas Armadas en labores de seguridad. El deterioro es tal que cada vez nos acostumbramos más a que dichas violaciones a la ley sean ‘normales’ y no nos asusten o escandalicen como debiera.

El presidente López Obrador ha puesto una manzana envenenada en la mesa de las Fuerzas Armadas al ofrecerles más poder y más recursos económicos distantes de sus responsabilidades constitucionales. Ha estado inyectando veneno su sentido patriótico y los está tentando a caer ante los cantos de las sirenas del dinero y del poder. Ya está ocurriendo. La ASF ha encontrado miles de millones de pesos gastados inexplicablemente. La incursión de las Fuerzas Armadas en actividades que ordinariamente son capitaneadas por civiles representa un proceso de envenenamiento en contra de nuestra democracia, al acercarnos a la frontera del militarismo.

El veneno también ha sido mortal. López Obrador ha tratado de convencer que su gobierno ha manejado brillantemente la pandemia, pero existen más de 670 mil fallecimientos en exceso por la crisis sanitaria que ‘le cayó como anillo al dedo’. Esa frase aún me resulta incomprensible ante la catástrofe humanitaria y la desolación de millones de pacientes que no han sido atendidos o que no han tenido medicamentos suficientes. No sólo fue el virus, se trata sobre todo de la negligencia y pésima actuación de López Obrador y su gobierno para minimizar los fallecimientos y cuidar la economía de las familias.

México está siendo envenenado por la política presidencial de “abrazos no balazos”, que en la práctica se ha traducido en la expansión del poder territorial y de influencia política del crimen organizado. La Guardia Nacional no está formada para combatir homicidios o cobro de piso, sino dejar hacer a los delincuentes. Pareciera que el Ejército sirve más para ayudar a la gente desplazada por el crimen a mudarse a otras regiones con unas cuantas pertenencias, que ir contra quienes los agredieron. Por otro lado, permitir la injerencia de grupos criminales en la política es potencialmente mortífero para nuestro país. María Elena Morera, de Causa en Común, recientemente anotaba que el próximo presidente podría ser definido por el crimen organizado. Es probable que ya haya ocurrido en la elección de algunos gobernadores en 2021.

El presidente ha solapado a presuntos delincuentes como Ovidio Guzmán, ha impedido que sean investigados sus parientes cercanos por presuntos actos de corrupción, ha impulsado la impunidad de estos numerosos y graves casos ya evidentes. Es una manera de envenenar a México, a sus instituciones y a su sociedad. Refuerza la idea ya arraigada de que en este país todo se vale si tienes dinero o cercanía con el presidente, que continúa el tráfico de influencias, los nexos entre el gran capital y el presidente de la República y su familia.

También está inyectando veneno al país al regalar dinero sin razón a millones de jóvenes, quienes verán que esa es una manera más fácil de obtener dinero que trabajando, que esforzándose. Esos jóvenes desconocerán el valor del trabajo no sólo como proveedor de recursos para satisfacer necesidades, sino se les priva del gozo que puede representar dedicarse a labores que responden a una vocación, que satisfacen necesidades personales y de convivencia humana.

El presidente de México se ha dedicado a polarizar a los mexicanos día a día, colocando a unos contra otros, desatando el encono, reduciendo nuestros derechos y libertades. Pero también se ha dedicado a envenenar nuestra democracia, nuestras instituciones, a echar por la borda esfuerzos de miles de mexicanas y mexicanos. El presidente es el verdugo. México no merece ser envenenado.

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