Liz Cheney

En los círculos más altos del Partido Republicano en Estados Unidos, el apellido Cheney siempre ha sido respetado y admirado. Dick Cheney, el primero de la dinastía, fue vicepresidente de Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush, y antes había sido su secretario de Defensa. Cheney fue el ideólogo de la administración Bush. Su filosofía, intensamente conservadora, condujo a la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, argumentando que Saddam Hussein, entonces el líder iraquí, tenía un arsenal de armas de destrucción masiva que estaba dispuesto a usar, y ello hizo necesaria la intervención militar estadounidense.

Se sabe ahora que ese fue un error histórico, porque nunca apareció el tal arsenal, y muchos acabaron responsabilizando a Cheney de inventar hallazgos de las fuerzas de inteligencia para justificar la invasión. Finalmente, el resultado fue la caída del régimen de Saddam, y su eventual muerte. Aunque la operación fue altamente criticada por el mundo, y costó muchas vidas, el ala conservadora republicana quedó satisfecha. Saddam había sido una astilla clavada en el lomo de los radicales desde que invadió Kuwait, desatando la primera guerra del golfo Pérsico, en la que Estados Unidos también tuvo que intervenir.

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De este pensamiento, intensamente conservador, proviene Liz Cheney, la hija del exvicepresidente. En 2017, Liz Cheney ganó su primera elección en Wyoming, y ocupó un asiento en la Cámara de Representantes. Su ascenso fue veloz, y llegó a ser la tercera en jerarquía dentro de los republicanos en la Cámara baja. Hasta que llegó Donald Trump a la presidencia del país. Si bien Liz Cheney ha votado con Trump en más de 90 por ciento de las iniciativas republicanas, empezó a tener dudas del liderazgo trumpiano ante las constantes violaciones a la Constitución y las constantes mentiras del presidente.

Para cuando Trump sufrió el segundo juicio de destitución por los acontecimientos del 6 de enero de 2021, Liz Cheney estaba harta de la falsa narrativa presidencial, y votó a favor de la destitución. Esto ocasionó que le cayera encima toda la furia de los radicales trumpianos. Algo similar a lo que le ha pasado a Porfirio Muñoz Ledo en México por atreverse a cuestionar al caudillo.

Pero Liz Cheney se cuece aparte. No cedió ante la presión, aun cuando le quitaron toda su jerarquía dentro del esquema republicano en el Congreso. Desde entonces, los radicales trumpistas empezaron a planear cómo tumbarla del Congreso. En Wyoming, su estado, los líderes estatales del partido empezaron a preparar la candidatura de una tal Harriet Hageman, trumpista irredenta, para vencerla en la primaria por la candidatura republicana. Wyoming es un estado muy conservador, y aparentemente, bastante radical. Este martes se realizó la primaria, y Hageman le ganó a Cheney con cierta facilidad. Las encuestas lo habían señalado.

Ahora, la señora Hageman deberá enfrentar a la demócrata Lynnette Grey Bull en la elección general de noviembre, y ahí el resultado es incierto. Los republicanos están divididos, porque no todos aceptan el radicalismo de Trump. Entre demócratas y republicanos moderados, más los independientes, hay una posibilidad real de que Grey Bull logre ganar.

Mientras, Liz Cheney tiene otros planes. Su participación en el Comité Investigador de la Cámara de Representantes sobre el 6 de enero ha sido no sólo brillante, sino un ejemplo de congruencia política. La gran mayoría de los candidatos republicanos temen ser vistos como rivales de Trump, y piensan, no sin razón, que eso les cuesta votos de la base. Por ello, han renunciado a sus principios, y se han vuelto corderitos al lado de Trump, olvidando que su principal responsabilidad es con los ciudadanos. Tendremos más detalles conforme pasen los días, pero no sería sorpresa ver a Liz Cheney como candidata presidencial, abanderando a los republicanos que aún tienen conciencia.

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