¿Planes sin plan? Segunda parte

¿Qué educación nos podemos esperar para el final de este sexenio? En mi columna anterior me referí a la prisa, la soberbia y la sobrecarga administrativa que conlleva el cambio de modelo curricular, al que ya se le dio el banderazo oficial con su publicación, el 19 de agosto, en el Diario Oficial de la Federación. El Acuerdo ahí plasmado “establece” un Plan de Estudio 2022 para preescolar, primaria y secundaria. El anexo, de 214 páginas, sólo hacia el final tiene referencias sobre cuatro campos formativos (Lenguajes; Saberes y Pensamiento Científico; Ética, Naturaleza y Sociedades; De lo humano y lo Comunitario) que agruparán los contenidos, funcionando eventualmente como marco de los programas de asignatura. En concreto: lo oficialmente vigente es un Plan, pero no hay ni un solo programa oficial de, digamos, matemáticas para alguno de los seis grados de la primaria.

Hay multitud de preguntas sin respuesta. ¿Qué se va a pilotear entonces en 960 escuelas, 30 por entidad federativa? Salvo para el equipo de la Universidad Pedagógica Nacional involucrado, es un misterio. No lo saben las familias, no lo saben los docentes, pero tampoco los supervisores, o los asesores pedagógicos… vamos, ni los secretarios estatales. En octubre, les van a llegar a esas escuelas (¿Cómo? ¿Con qué tipo de introducción? ¿Habrá asesoría en línea, call center, o quién estará para resolver dudas?) los programas del primer grado de cada nivel. ¿Y con boceto de libro o sin él? ¿Y cómo van a hacer llegar su opinión, valoración y experiencia a los diseñadores? ¿Y cómo se pretende, entonces, tener un arranque generalizado en agosto de 2023, si los comentarios de recapitulación no pueden estar antes de julio? ¿En unas semanas, entre dos y tres, se pueden hacer todos los ajustes necesarios? ¿320 grupos de primero de primaria pueden mostrar en escala, con adecuada representatividad, lo que va a pasar en más de 200 mil grupos? ¿Con qué metodología se hace la selección y proyección?

Mal cocinado, el Plan tuvo el inmenso poder de convocar indignación sin gran fundamento. Los gorgoritos barrocos del vocero oficial en las asambleas fueron recibidos con alarma por muchos incautos, y académicos y exfuncionarios que no se aplicaron a una lectura atenta atizaron la hoguera del lugar común y la denuncia superficial. Van a desaparecer todas las evaluaciones: falso. Van a desaparecer los grados y las asignaturas: falso. Van a imponer el comunismo, la depravación sexual y el culto a la personalidad del caudillo… no sé de qué artificio para conocer el futuro se valieron quienes eso denunciaron, porque, como dije, no hay programas disponibles.

Salieron a relucir los prejuicios en los comentaristas supuestamente expertos: cierto que afirmaciones desmesuradas y sin sustento hay varias en el texto, pero se quisieron combatir, en resbalones lamentables, con un santo horror clasista y displicente. Todos perdemos cuando no se da espacio a comprender lo que hay detrás de expresiones que no usamos en el habla cotidiana, pero que no se pueden despachar como inútiles o nocivas sólo porque es la primera vez que alguien entra en contacto con ellas, como puede pasar con “decolonial”, “paradigma” o “interculturalidad crítica”.

En las aspiraciones, el texto del anexo pinta una educación que favorece la justicia, el mutuo entendimiento, el bienestar; una educación en la que el aspecto socioemocional no es secundario ni se considera sólo como materia de especialistas clínicos; una educación que reconoce que debe cuestionarse la imposición y visibilizarse las causas de la inequidad para superarlas. En ello, lleva razón, y quien esté en contra deberá decir por qué no se logrará con este Plan, pero no podrá, sin resultar despreciable, decir que está en contra de esa visión.

El lenguaje elegido por el redactor del anexo no ayuda: “En la medida en que se impone y legitima un modelo patriarcal, colonial, científico eurocéntrico, homofóbico y racista en la educación básica, se está imponiendo en los cuerpos y mentes un modelo hegemónico de ciudadano, lo cual contradice una vida saludable y el sentido democrático, abierto a la diversidad, incluyente, intercultural y decolonial de una educación que tiene como núcleo de sus procesos a la comunidad”.

En su afán transformador, pierde de vista uno de los principios irrenunciables de la pedagogía: para llegar a lo que aún no se valora, comienza por hablar de lo que a tu lector le importa. Para llegar a lo no familiar, comienza con lo familiar. “Comienza con los aprendizajes previos” es la mejor recomendación de un viejo profesor a su colega novato. La soberbia de estos “planificadores”, que caen justo en aquello de lo que acusan a sus predecesores, corre el riesgo de empantanar aún más a la educación mexicana.

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