3, 2, 1… ¿Inicia la guerra?

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, dio un manotazo en el tablero donde se juega la paz en Europa y de esta forma imponer sus condiciones. Tanto él, como su homólogo chino, Xi Jinping, practican las relaciones internacionales bajo una realidad muy distinta a la de Occidente, que lidera Estados Unidos.

Lo que ha sido evidente a lo largo de las décadas, es que los tres países se asumen como el centro del mundo y no como parte de un concierto global. Por ello, no van a permitir que nadie viole sus zonas de influencia, ni en Taiwán, ni en las repúblicas exsoviéticas, ni en América Latina.

El problema de fondo no es que deseen un conflicto armado, ni siquiera híbrido (además de una incursión militar, se impongan castigos en temas económicos, de seguridad cibernética, promoción de conflictos sociales, debilitamiento de los sistemas políticos, sean o no democráticos). Lo que está en juego es la expansión de su dominio en el mundo, y si para ello hay que entrar en guerra, pues así será. Esto se da en un periodo de tiempo de reacomodo global al estar transitando de un mundo unipolar, con Estados Unidos en la supremacía, a otro multipolar con China, Rusia y Estados Unidos gobernando el globo.

Las placas tectónicas del sistema internacional, la diplomacia y las organizaciones internacionales como la ONU crujen. El lunes sesionó de urgencia el Consejo de Seguridad. Ayer hablaron los protagonistas: los presidentes Vladimir Putin y Joe Biden, pasando por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y el alto representante europeo para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell. Todos ellos para buscar a como dé lugar resolver un futuro inmediato, que rota entre la guerra y la paz, pero eso sí, sin ceder entre sus objetivos expansionistas.

Desde la caída de la Unión Soviética, Rusia no sólo se sintió vulnerada, sino vencida por Occidente. Con la llegada de Vladimir Putin al poder, hace 22 años, la toma de decisiones en materia de política exterior se ha redefinido bajo el obsesivo objetivo de regresar a los rusos a la supremacía global. Sus acciones han dado fruto al posicionarse en este frente tripartito. Su consolidación es apostar por el control de Ucrania y asegurarse que ninguna de sus zonas de interés sea amenazada.

Vivimos una de las circunstancias más críticas del actual siglo, al asomarnos hacia un conflicto militar de impredecibles resultados. Jens Stoltenberg aseguró ayer que “estamos en el momento más peligroso en décadas”, después de que, primero, Rusia reconociera la independencia de las ricas tierras separatistas de Donetsk y Luhansk; en segundo lugar, tras el envío de tropas a la frontera con Ucrania y dentro de los territorios separatistas; y en tercer lugar, al obtener luz verde por parte del Senado para desplegar fuerzas armadas fuera de sus fronteras, en clara alusión a que puedan invadir territorio ucraniano.

Agotada la diplomacia llegó el tiempo de las sanciones como última oportunidad de repliegue, antes de que inicie una guerra militar. Joe Biden anunció la tarde de este martes, en un esperadísimo mensaje que se retrasó más de una hora, que impondrá sanciones sin igual basadas en debilitar la economía y finanzas de Rusia y su élite. Al mismo tiempo aseguró que esperan un inminente ataque militar de Rusia en Ucrania. Eso deja una pregunta crucial en el aire: ¿cómo respondería Occidente de llegar a darse ese ataque militar? Estados Unidos debe tener entre sus escenarios una confrontación bélica frente a Rusia, es decir que las máximas potencias militares se enganchen en una confrontación de impredecibles resultados.

No sólo eso, la preocupación de que el conflicto se expanda fuera de Ucrania comienza a hacerse latente. Se podría dirigir hacia otros países exsoviéticos como Bielorrusia, Lituania, Letonia y Estonia, incluso tocar las puertas del belicismo a Europa central. Sin lugar a dudas, esto desafía cualquier lógica de vivir un siglo XXI en paz, por uno que puede ser marcado por un conflicto parecido al que concluyó en 1945.

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