Mi voto no se toca, la consigna social

Las concentraciones de ayer de millones de mexicanos a lo largo de todo el país por la defensa de la democracia y nuestras libertades significa, sin duda, un aliciente de cara a los comicios de 2024 de poder derrotar al autócrata que ahora gobierna, es la expresión de una ciudadanía que recorrió un largo camino para darse unas instituciones y reglas electorales democráticas y que ahora de manera legal, civilizada, ordenada y respetuosa sale a la calle a ratificar su voluntad de continuar en democracia y con normas claras, constitucionales y consensuadas.

El año 2000, con la primera alternancia en la presidencia de la República, significó también el punto culminante de la transición política en México, fue un largo recorrido que inició con la reforma política de 1977 y muy importante recordar este largo recorrido porque aquí podemos también encontrar muchas de las respuestas a las preguntas de porqué tenemos esta democracia y no otra.

No fue nuestra transición, una transición pactada al estilo de la paradigmática transición española, ni de otras experiencias latinoamericanas, sino una larga liberalización política que fue implicando múltiples pactos políticos en cada tramo histórico, que al final de cuentas se construía bajo la desconfianza siempre permanente de parte de la oposición en el gobierno del partido hegemónico, es decir del PRI. Al final, lo que se logró fue construir un complejo, demasiado diría, andamiaje normativo con una muy amplia y enmarañada legislación; una arquitectura institucional que logró consolidarse como una institución constitucionalmente autónoma que fue el IFE y que ahora es el INE, además de un sistema de partidos políticos. La cultura política prevaleciente en un sistema de partido hegemónico se transformó más democrática en muy pocos espacios sociales al arranque del proceso, pero de manera más acelerada en tiempos recientes con la apertura de los medios de comunicación y después con internet y las redes sociales. La convocatoria y presencia de las manifestaciones del 13 de noviembre y la de ayer son pruebas del poder de convocatoria a través de las redes sociales, no de acarreados sino de ciudadanos movilizados por voluntad propia.

La caída del Muro de Berlín en 1989 y los procesos de globalización sin duda que fueron factores que beneficiaron al contexto internacional de avanzar a un sistema más democrático en nuestro país, así como las transiciones de las dictaduras militares a la democracia en nuestra región de América Latina. Pero también hay que señalar que en estos procesos de transición democrática la ‘venta de la democracia’ fue más allá de un sistema de gobierno o político, fue planteada casi como la panacea que lograría en los países atrasados su desarrollo y en la gente una forma de gobierno que terminaría con la pobreza y la desigualdad, así como acabar con la corrupción, es decir, prácticamente esa sociedad y gobierno idealizado por filósofos y religiosos desde la antigüedad.

Las primeras crisis del modelo neoliberal a mitad de los años 90 hizo saltar las primeras alertas para dejar sentado que la economía globalizada y los gobiernos democráticos no necesariamente iban de la mano, pero fueron también sus primeros descalabros para la imagen de la democracia y los primeros bajones en su legitimidad. La crisis financiera de 2008 no solo vino a confirmar que los beneficios de la globalización económica no eran para todos sino que justo el ‘capitalismo de amigos’ hacía más desigual al mundo y que el aceite que afinaba esa maquinaria era la corrupción y el amasiato de las élites económicas con la clase política para que, incluso, los partidos políticos aún y con alternancia habían ya constituido un cártel. La crisis de legitimidad de la clase política y de sus partidos había desdibujado las diferencias ideológicas para que, junto con su desprestigio, se manifestara aún más la corrupción y la impunidad.

Todo este proceso, en pocos años, había construido las condiciones de irritación social, desilusión en la democracia y desconfianza en los políticos tradicionales para que el terreno fuera fértil a los populistas. Esto pasaba en México, pero también en muchas partes del mundo. En 2016, el triunfo de los partidarios del Brexit y la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica habían iniciado una nueva etapa en la política, el momento populista había llegado, la democracia estaba amenazada. Ahora, en pleno siglo XXI, cuándo pensábamos, después de la caída del muro de Berlín, que la democracia liberal había triunfado de forma definitiva, estamos obligados a señalar que “un fantasma recorre al mundo, el fantasma del populismo”. La democracia liberal iniciaba una etapa de asedio por la antipolítica, los populistas iliberales con la vena autocrática. Y sí, muchas y variadas son las amenazas a la democracia.

La caída de la legitimidad partidaria por su cartelización, la corrupción, la impunidad y un mediocre crecimiento económico que había traído más pobreza y una amplia desigualdad social fueron los ingredientes del caldo de cultivo para que el populismo obradorista triunfara en 2018, pero ha sido la pasmosa inmovilidad de la oposición partidaria y de la sociedad misma, en general, al inicio del obradorato, lo que dio el espacio para que el presidente comenzara a atacar de manera directa a la democracia, con acciones verbales y después con la iniciativa de reforma constitucional, que fue rechazada por el bloque de contención que logró formar la oposición por la presión de la sociedad con las marchas a nivel nacional en defensa del INE y de las normas constitucionales de noviembre pasado. Ahora, con la aprobación del plan B de las leyes secundarias en materia electoral y de la organicidad del INE, lo que ayer vimos fue la masificación social de una protesta a eso, pero sobre todo a un llamado a la Corte para que declare la inconstitucionalidad de dichas leyes y entremos en un periodo de reequilibrio democrático y vayamos en 2024 con reglas democráticas claras y constitucionales a la lucha por el poder, donde nuestros votos cuenten y se cuenten, no más pero tampoco menos. El despertar ciudadano por la defensa de la democracia y nuestras libertades es un hecho, la oposición partidaria debe de tomar nota de esto y los ministros de la Corte. Mi voto no se toca es la consigna que hoy retumba en todo México.

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